Vender vinos de Burkina Faso en la Borgoña. Vender casettes de Paul Mouriac en la entrada del Cementerio de la Chacarita. Coordinar talleres en el reino del revés: o yo estoy torcido y los demás, derechos, o es exactamente al revés.
Practico el profesorado de Contact-Improvisación en una escuela de Psicodrama. Tres gordas súper poderosas deciden no descalzarse .Anuncian: “No”. A ellas no les gusta hacerlo. Les gusta mirar. Tengo pereza de cambiar de plan. Estoy apático para darme importancia. Estoy perezoso para ocuparme de ellas. Estoy desganado para tener pánico escénico, para pensar que todo puede salir mal. No tengo fuerzas para interesarme por la filiación de cada participante.
“Años…”asegura Axel Magee, protagonista de “Don’t Drink Water”, la primera comedia de Woody Allen. ”Años de ser apedreado, aporreado, vejado…años de meter la pata, de envolver un sándwich en un tratado de paz”.
Practico el psicodrama en una escuela de trabajadores corporales de un psiquiátrico. Doy consignas claras, audibles, indudables…enfundado en el cuero negro de mis pantalones…pisando con la suela dura de mis botas de campaña. ¿Resultado? Les recuerdo a Mussolini. Y a todos los torturadores juntos. Les provoco rechazo. Repulsión.
Fabrico un alfabeto para no ser entendido. Invento un paisito donde la creatividad, es tan importante como el saboteo de mí mismo.
Practico la dirección “todo terreno” en una escuela de psicología social. Elijo consignas, progresivas…en medio de un malón de trescientos espectadores. Llevo todo con suavidad, dejo que hablen los cuerpos. La protagonista, una diosa en su casa, “sufre y se desangra”, paraliza su entraña en su puesto de trabajo. ¿Resultado? La indignación del pueblo. “De esta regresión no sale más”. “Hay que tener mucho cuidado cuando se hacen estas cosas”. Y la gente, se va; yo, luzco afán por detener la “sangría”. Y la gente, se va. Doscientos setenta, de trescientos, se van.
Salir mal puede salir bien. Existe una armonía que aburguesa. Que adormece. Salir bien no te prepara para un fracaso posterior.
Practico la dirección compartida en una jornada de homenaje a una “dilecta/difunta” de la psicología. Somos dos directores de escena que coordinamos a la misma persona, con distintas técnicas, y al mismo tiempo. Nos empecinamos en dirigir cada uno a nuestra manera, al mismo tiempo y en el mismo lugar. La protagonista no sabe si obedecernos a los dos, o no someterse a ninguno. Cuando más pretendemos aclarar los directores, más oscurece. ¿Dónde está el director? Todo concluye al fin. Nadie puede escapar. ¿Qué vimos? ¿Qué hicimos? el pueblo da su testimonio: “A mí, no me agarran nunca más en una de estas”. “Ustedes son los responsables de este entuerto”. Y a mí, me invade un sentimiento de placidez. Un estado de lucidez. ”Es como el golpe al hígado…”, afirma Dalmiro Sáenz, “…es el peor…ves todo…comprendés todo…y no podés hacer nada…pero no estás desesperado…estás tranquilo…es una lucidez de la nada…”.
Las consecuencias fabrican las causas: “Envolver un sándwich en un tratado de paz”.
Envolver un sándwich en un tratado de paz