El Paradigma Estético y la Depresión

1. EL PARADIGMA CIENTÍFICO Y EL PARADIGMA ESTÉTICO
El diagnóstico es un concepto controvertido porque es controvertido el concepto de sujeto en el final del siglo.
Somos hijos de un siglo que vivió la relación entre sujeto y objeto como una disyunción, como una oposición y esto afectó nuestro pensamiento y se filtró de modos sutiles en nuestras conductas cotidianas. La idea de un sujeto que finalmente es molesto a los deseos de objetividad de la ciencia, aunque se trate de una ciencia humana, nos ha afectado de tal modo que todavía nos encontramos pensando en la posibilidad de que hay un sujeto capaz de diagnosticar de modo “objetivo” a otro sujeto que es “su” observado.
Pensadores como Barthes, Foucault, Nietzsche, Wittgenstein, Deleuze, Guattari, han interrogado esta cuestión y si bien muchos profesionales de distintas disciplinas comulgamos con este pensamiento, a la hora de “hacer” la profesión no nos interrogamos los supuestos básicos de nuestras propias disciplinas y actuamos las disyunciones con criterios holísticos.
De este modo, la Eutonía introduce el concepto de la neutralidad del eutonista, concepto que le viene de las corrientes más clásicas de la ciencia y paradigma de los criterios de objetividad del científico, en un quehacer basado en la autoobservación y en la territorialización de una corporalidad desterrada, que da voz a los fenómenos desechados, a las microsingularidades del comportamiento corporal, base del paradigma que se ha dado en llamar “estético”, por la capacidad de “engendrar una subjetividad que escape a las modelizaciones”, como diría Guattari.

II. LA CONDUCTA DIAGNOSTICADORA
Diagnosticar es clasificar y toda clasificación intenta borrar diferencias y singularidades para ser más abarcativa. Se podría decir sin temor que diagnosticar es hacer estadísticas, establecer promedios y fijar normas, es decir arbitrar sobre qué es normal y qué no lo es.
Pensar la depresión, es pensar no sólo qué es diagnosticar o cómo se diagnostica, quién es el que diagnostica y si es posible pensar en los diagnósticos como entidades independientes de los sujetos que diagnostican, sino también pensar los diagnósticos como entidades dinámicas, situacionales y vinculares, como interafectaciones entre pacientes y terapeutas.
Un ejemplo de esto es el dispositivo analizador que se despliega en Psicopatología Vincular de Hernán Kesselman y en el que se consideran los 3 núcleos de base de la personalidad (melancólico, esquizofrénico y epiléptico con sus respectivas defensas) en un interjuego de mutua afectación entre los dos polos de la relación médico-paciente. A través de este análisis es posible inferir que entre normalidad y patología hay diferencia de grados, que algunos pacientes “van o no” con ciertos terapeutas o que ciertas conexiones que se producen entre terapeutas y pacientes constituyen una coraza que los abarca (el “Yo piel” de Didier Anzieu podría dar pie a esta hipótesis) o que tanto el paciente como el terapeuta pueden estar capturados por los mismos fantasmas y que será necesario un conjuro común para ambos. Pavlovsky decía que es imposible diagnosticar a un adolescente fuera de un grupo de pares y que muchos diagnósticos con los que llegan los jóvenes a la terapia pueden ser interrogados y revertidos.
Es decir que es posible pensar en maneras abiertas, complejas y vinculantes, de diagnosticar, de considerar la salud y la enfermedad, lo subjetivo y lo objetivo. Y creo que, los que estamos interesados en seguir interrogándonos sobre nuestras prácticas y nuestras teorías, deberemos surfear entre las creencias a las que adherimos, las exigencias de rigor científico operantes en las propias disciplinas y la emergencia de una subjetividad que parece no querer quedar sujetada a los designios que se han pensado para ella.

III. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA DEPRESIÓN Y SUS RIESGOS
A partir de lo expresado, puede pensarse que no habrá una única manera de considerar la depresión. Esta, además puede presentarse con rostros diferentes según las conductas defensivas que predominen y las áreas de expresión de estas conductas, aunque la conducta siempre se exprese en las 3 áreas.

(Pichón Rivière desarrolla la idea de áreas de expresión de la conducta: área 1 o área de las representaciones mentales, área 2 o área de las manifestaciones corporales y área 3 o área de la relaciones interpersonales, aunque reconoce que el comportamiento se expresa simultánea, sucesiva o alternadamente en las 3 áreas).

La característica fundamental que da la tesitura de la conducta depresiva es que las personas viven en una marcada y sistemática desconfianza de todo lo que proviene de su interior (hábitat de los objetos idealmente malos, vengan éstos como ideas, emociones, sensaciones, síntomas) y por otro lado, se muestran dóciles a su mundo exterior (donde residen los objetos idealmente buenos).
Por esta razón se presentan conductas típicas como el sentimiento de culpa, el autorreproche, las conductas autodestructivas, el sentimiento catastrófico, la visión negativa de la vida, la sensación de vacío, el descenso de la autoestima con el consiguiente sentimiento de desvalorización de sí mismo, el desgano para el aseo y para el arreglo personal, la falta de entusiasmo, el malestar consigo mismo, el insomnio nocturno y la hipersomnia diurna, la constipación por la lentificación de los movimientos peristálticos, el llanto, la tristeza, las ideas de suicidio, además del conjunto de posturas, gestos, modos de caminar y de respirar “hipotónicos”, “lentificados”, “superficiales”, “de poco enraizamiento”, según las descripciones de algunos autores.
La conducta depresiva presenta distintos grados de peligro de suicidio según modalidades que van desde la depresión reactiva, pasando por la caracteropatía depresiva a la psicosis melancólica donde el peligro de suicidio es máximo.

IV. LO CORPORAL Y LA DEPRESIÓN
Quizás uno de los fantasmas que los más variados abordajes de los padecimientos depresivos despierta en los que trabajan en cualquiera de las áreas de la Salud Mental es el del riesgo del suicidio. Riesgo que se acentúa cuando las defensas que las personas construyen para protegerse del malestar o de la tristeza o del sentimiento de vacío, son debilitadas, cuestionadas (con la mejor de las intenciones) por las intervenciones terapéuticas que intentan liberar la vitalidad o la energía cautiva (es necesario tener energía para llegar hasta la ventana).
En este sentido, este es el alerta que debe guiar nuestros pasos en las terapias corporales.
Las preguntas acerca de si la depresión en sus distintos grados es susceptible de ser tratada corporalmente y a través de qué técnicas, o de qué tipo de profesionales de lo corporal pueden intervenir en el tratamiento de un paciente depresivo, o de qué variantes ofrecería el tratamiento corporal de pacientes medicados y/o hospitalizados, no tendrán una única respuesta. Esta dependerá de la formación psicológica del trabajador corporal, de la posibilidad de trabajar en equipo, en redes con otros profesionales, de la actitud colaboradora o perturbadora de la familia y del entorno en general, con respecto al proceso terapéutico, de sus sentimientos ante los trastornos de este tipo y de sus modos de instrumentarlos, de su propia capacidad para conectarse con sus sentimientos de tristeza y de valorarlos como fuerzas vitales.

La tristeza que no es corporizada (diferente que somatizada, ver el libro El pensamiento corporal, de mi autoría), enferma. Por lo que, en principio, un tratamiento corporal que ayude a transitar la tristeza y a conectarse con ella, no como un sentimiento maligno sino como un sentimiento vital y fuerte, será un buen aliado, entre otros, de una terapéutica de los padecimientos depresivos.

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