Un no lugar.
Es raro haber pronunciado la palabra corazón sin oír a los violines que suenan entre paisajes azules, ni sentir la brisa que mece los pinos al atardecer. Es raro estar diciendo corazón y no tocar esa parte del cuerpo que está a la altura del esternón, apenas unos instantes por detrás de ese hueso delgado y breve que sirve a la desembocadura de las costillas. Me duele el corazón, digo mientras observo que mis dedos van hacia aquel lugar. Yo soy el sujeto de la observación y el sujeto doliente. Yo, digo y otra vez mi mano busca ese lugar. Yo siento el dolor, digo y contengo los dedos que quieren subir por mi tórax. Yo siento, duplica el gesto y experimento un esfuerzo por no señalar con mi mano ese centro con frecuencia descentrado del microcosmos corporal. Sentir, yo, corazón, ¿Comparten el mismo lecho? Sin embargo, me escucho decir: Yo pienso y descubro a mi mano dirigiéndose a la cabeza. ¿No era el mismo yo que antes invocaba con mi mano en el corazón? ¿Habrá un yo que piensa y un yo que siente? ¿Un yo que piensa con la cabeza y un yo que siente con el corazón? Evocar con el corazón y evocar con el intelecto es lo que diferencia el recuerdo de la reminiscencia, dice Salomón Resnik, pero, es sabido, que los seres humanos a veces pensamos con el corazón y sentimos con la cabeza. En este punto mis reflexiones comienzan a complicarse y acudo a Von Kleist que, en los albores del siglo XIX, me dijo que el alma está en el codo ¿y el corazón?
Corazón en estado de arte.
Mi hija Mariana describe en una de sus sevillanas cuál es el estado de su corazón exiliar: “Mi corazón tiene tierra / tierra repartida / un pedazo en España / y otro en Argentina, y sueña, mi corazón sueña, conque sus orillas se vayan juntado”. Alberti, “marinero en tierra”, descubre la nostalgia de su corazón andaluz perdido en las pampas: “¡Sangre de mi corazón, tarumba por ver los mares!”.
Clarice Lispector se pregunta si podrá mantener su corazón libre y abierto a lo inesperado: “¿Habré de tener el valor de utilizar un corazón desprotegido y hablar para nada y para nadie? Tal como un niño piensa para nada”. ¿No hay un solo corazón, entonces? El corazón acorazado y el corazón niño no parecen ser de la misma tela. Roland Barthes dice que sólo los enamorados y los niños tienen el corazón oprimido: “oprimido por el reflejo que lo ha colmado de sí mismo”. ¡Hay de los corazones que suelen colmarse de sí mismos!
“Yo no me intereso en mi espíritu, él no se interesa en mi corazón”, dice Werther, aludiendo a las turbulentas aguas que dividen espíritu de corazón. No todos las conocemos.
Pedro Salinas, poeta del amor, escribe: “¿Serás amor, / un largo adiós que no se acaba? / Vivir desde el principio es separarse. / En el primer encuentro, / con la luz, con los labios, / el corazón percibe la congoja.” Corazón que como la hiedra crece en la humedad de un encuentro y que ve en la oscuridad lo que no es visible a los ojos.
En la escala zoológica, “Tu corazón que aletea tan tristemente”, dice Prevert. Corazón a veces pájaro. Las personas no sólo tienen pájaros en la cabeza. Bastará poner nuevamente una mano en el esternón, para escuchar ese aleteo.
Góngora invoca las razones del corazón: “Lloraba la niña / (y tenía razón) / la prolija ausencia de su ingrato amor. / Llorad, corazón,/ que tenéis razón”. Razón y corazón caminan por la misma senda, si bien se sabe que el corazón tiene razones que la razón no entiende, o como escribe Machado: “Dice la razón: Tú mientes. / y contesta el corazón: / Quien miente eres tú, razón / que dices lo que no sientes.”.
Nazim Hikmet regala una manzana a su pueblo, no tiene otros bienes, en ella va su corazón: “Si, la mitad de mi corazón está aquí, doctor, / la otra mitad está en China, / con el ejército que baja hacia el río Amarillo. / Además, doctor, todas las mañanas, / todas las mañanas al amanecer, / mi corazón es fusilado en Grecia. / Además, cuando los presos se hunden en el sueño, / cuando los últimos pasos se alejan de la enfermería, mi corazón, doctor, se va, / se va hasta una vieja casa en Estambul.” Corazón estallado el de Hikmet, que está allí donde está el dolor de sus hermanos. ¿Acaso no estalló nuestro corazón en Irak?
El Análisis del cuerpo.
“Araca, corazón, calláte un poco! / y escuchá, por favor, este chamuyo”, canta el tango de Alberto Vacarezza.
Es bueno que en un Análisis del cuerpo, el analista deje hablar al corazón de su analizando y registre cómo su propio corazón es conmovido a través de ese hablar que se produce en el “entre” de los corazones del analista y del analizando. Hablar en el sentido de palabra, pero también de gesto, temperatura, ritmo respiratorio, postura, escena donde transcurre la trama de la vida. El analista del cuerpo no desdeña la palabra, el tono de la voz, el deletreo y su acción es no interferir, interrogarse, escuchar abiertamente.
Quienes ejercemos la profesión de eutonistas utilizamos los valiosos recursos que el método nos da para tratar una patología cardiaca. He trabajado varios años con posinfartados. La recuperación corporal de una persona que ha sufrido un infarto requiere un enfoque en varios registros: una regulación de tono que permita recuperar la flexibilidad tónica del tórax, la habilitación de vías bloqueadas en el conjunto del cuerpo, la apertura de interrogantes sobre cómo es vivida la vida en el cuerpo y tiempos, largos tiempos para hacer lugar a la evocación del corazón, un re-cor-dar que construya una nueva confianza en el cuerpo.
Así el corazón se va recreando en el encuentro y es probable que pueda escribir una nueva novela corporal para ese corazón dividido, sufriente, estallado, pero tenaz, sin otra cronología que la que cada persona le adjudica y que muy pocas veces coincide con la edad real.
-¿Cuál es la edad de tu corazón?, le pregunté a un alumno, pensando que me diría una edad muy avanzada, sin embargo me sorprendió su respuesta: – Dieciséis años, la edad de un corazón muy joven y muy frágil, no sólo los jóvenes tienen corazón joven, también los viejos.
Lo había olvidado.
Desde la clínica corporal que intento desarrollar hago diferencia entre articulación y conexión. Se articulan zonas próximas en el cuerpo y estas articulaciones son las mismas, aún con sus diferencias, para el conjunto de los humanos y no sólo se articulan zonas del cuerpo, también se articulan palabras, gestos. El analista del cuerpo, desde la disciplina con la que se involucra, no solo analizará las articulaciones, también irá cartografiando los matices de cada corporeidad, las conexiones. Una zona del cuerpo puede convocar a zonas corporales alejadas, el diafragma extraña al cuello, porque el diafragma es el fondo del cuello del cual se desprende en su devenir embriológico, del mismo modo que a través de un sonido se llega a conmover la columna o una melodía puede despertar una pierna. El neurólogo Oliver Sack en el libro Con una sola pierna, relata la recuperación del movimiento de su pierna herida mientras oía el concierto de violín de Mendelsohn. Éstas son sus palabras: “Con los primeros compases sentí la esperanza y la certeza de que la vida volvería a mi pierna, se vivificaría y avivaría con movimiento original y recordaría o recrearía la melodía motora olvidada”.
Con relación a estos mismos conceptos de articulación y conexión, puede ser de utilidad circular por algunos escritos de Gilles Deleuze. El filósofo en sus estudios sobre cine diferencia la imagen-movimiento, de la imagen-tiempo, considerando que la primera se refiere a un tipo de narrativa que toma por objeto el esquema sensorio-motor: “un personaje percibe, padece, reacciona”, mientras que la imagen tiempo, surgida con el neorrealismo italiano, “Trataría de nuevas formas de coexistencia, de serialización, de transformación”, los personajes se encuentran en situaciones que no pueden prolongarse en reacciones anunciadas. “Ya no es posible reaccionar.” En la posguerra ya nadie está seguro de que sea posible reaccionar.
¿Por qué traigo el pensamiento de Deleuze sobre el cine para pensar las prácticas corporales y avanzar sobre el concepto de Análisis del Cuerpo? Creo que Deleuze trae un aire fresco a cualquier reflexión sobre el cuerpo. Respecto al corazón, que es el tema que nos convoca, es como si él nos dijera que el corazón no siempre oye los violines, aunque sí algunas veces, que no siempre registra la brisa suave que mece los pinos, aunque sí algunas veces, que el corazón no es lo que era, que ya no sabe cómo reaccionar ante los cimbronazos de un mundo que parece no oír la voz polifónica de sus latidos. Aunque sí algunas veces. Irrumpen nuevas conexiones neuronales.
– No sólo mi corazón tiene dieciséis años, también mis manos y mis ojos, dice mi alumno invitándome a seguir interrogando las distintas edades de su cuerpo, de sus cuerpos.