En Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes describe tres figuras que despliegan la sensibilidad de la piel, tal como lo hace la eutonía.
En la primera figura, el enamorado es un desollado, caracterizado por una “sensibilidad especial del sujeto amoroso que lo hace vulnerable, ofrecido en carne viva a las heridas más ligeras.” El desollado no tiene piel y sin embargo nadie tiene más piel que un desollado. En él, la piel brilla por su ausencia. En las vetas del cuerpo del desollado hay puntos vulnerables -el cuerpo, como la madera, tiene vetas por donde es más fácil entrar- pero el desollado los oculta, no los hace visibles, teme que si alguien los conoce penetre por las zonas más débiles y horade aún más en su sufrimiento. Solo él tiene “la carta geográfica de esos puntos” y no la expondrá ni a quienes lo quieren. Especialmente a quienes lo quieren.
El discurso del desollado restaura la “superficie legible de las palabras” y va produciendo una piel a medida.
Una segunda figura es la del contacto del enamorado con el ser amado, “discurso interior suscitado por un contacto furtivo con el cuerpo (y más precisamente la piel) del ser deseado”. Dedos que se tocan, pies que se encuentran bajo la mesa, “se le pide a la piel que responda”. Pero una piel sensible no siempre sabe cómo reaccionar. “Presiones de manos -inmenso expediente novelesco- gesto tenue en el interior de la palma, rodilla que no se aparta, brazo extendido, como si tal cosa, a lo largo de un respaldo de diván y sobre el cual la cabeza del otro va poco a poco a reposar, son la región paradisíaca de los signos sutiles y clandestinos: como una fiesta, no de los sentidos, sino del sentido.”
La lengua susurra en Barthes, pide una entrega sin reticencias, presiona. Es una lengua que dice dentro de una lengua que sugiere, intriga, genera suspenso, toca al descuido, demanda atención, desgarra “el cuerpo opaco del otro”. La palabra “deja ascender sus dedos magnetizados hasta sus orejas”. Se desliza por la piel.
La tercer figura es la de la indumentaria que el enamorado “viste en el encuentro amoroso o que usa con la intención de seducir al objeto amado”.
La ropa es una segunda piel, se puede registrar su peso, su tejido, su olor, su temperatura. El enamorado la escoge con cuidado, se engalana, pretende conquistar, confundir. “Quiero ser el otro, quiero que él sea yo, como si estuviéramos unidos en una misma bolsa de piel”.
La entretela de la bolsa toca el cuerpo y hay más entretelas de cuerpos adentro de la bolsa. La piel se expande, se globaliza, pero también se interioriza, se hace íntima. Variados secretos y texturas para la mano que pueda apreciarlo.