Devenir rumiante. Devenir exiliar.
Devenir vaca no es ni mugir ni caminar en cuatro patas, diría Gilles Deleuze. Nietzsche nos dio su versión en Genealogía de la moral: “Para practicar la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada -y por ello ha de pasar tiempo todavía hasta que mis escritos resulten legibles-, una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y, en todo caso, no hombre moderno: el rumiar”..
Rumiar, sin embargo, en el ámbito de la psiquiatría es verbo poco grato, más relacionado con el porvenir aciago que con el devenir transformador al que apuesta Nietzsche. El rumiador, en este caso, no sería un pensador que digiere de otros modos, ni un poeta cuyas emociones quedan sin germinar hasta que un acontecimiento las toque. Psicólogos y psiquiatras utilizan el término para aludir a un desmenuzarse -con gran minuciosidad- de hechos, pensamientos, sentimientos; a un razonar en exceso que retarda las acciones. Los rumiadores, serían aquí personalidades obsesivas orientadas a un pensamiento circular, que no termina de cerrar ni siquiera provisoriamente –como las heridas de Amfortes- que no se concreta en hechos para que el diario vivir se torne vivible.
La lectura de algunos textos sobre el exilio –circunstancia acaecida en mi vida personal que me llevó a interrogar otras experiencias exiliares- me puso en contacto con un bello libro escrito por la actriz María Casares. Desde entonces, rumiar se conjuga de otro modo en mi gramática existencial: rumiar o morir y sin ser tan trágicos: rumiar o vomitar o nausear. El rumiar aparecía allí como una defensa para poder digerir emociones fuertes.
La muerte de Franco posibilita el retorno a España de muchos exiliados. Cuarenta años de exilio que María Casares narra en su libro “Residente Privilegiada”. La perspectiva del retorno la impulsa a atravesar por zonas vedadas durante su etapa exiliar. Entonces ella se siente capaz de leer cartas, contactar papeles que no pudo tocar durante años, nombrar temas y nombres de personas que fueron tabú hasta ese momento.
“Puesta a pastar en el campo, del mismo modo que a las vacas, me haría falta tiempo para rumiar. Y he aquí la clave. La vida me parece buena para ser comida y rumiada. Por temperamento, por necesidad, qué sé yo, me he visto llevada a elegir: pastar con urgencia y a rumiar cuanto puedo.
RUMIAR: función particular a un cierto número de mamíferos y que consiste en devolver los alimentos del estómago a la cavidad bucal, donde son sometidos a una segunda masticación tras la cual son tragados de nuevo. Spellanzani observa que la rumia divide la hierba comida por los animales y que esta división favorece la acción del jugo gástrico.
Al regresar de esta España que acababa de volver a ver después de cuarenta años de exilio, debí sentir confusamente la necesidad de excitar, mediante una larga rumia, mis jugos gástricos. Y un año después acepté escribir este libro”.
Uno de los compartimentos del estómago rumiante custodia un cofre de sentimientos desechados, a la espera de hacerlos digeribles, ponerles cuerpo y palabra. Curiosamente, otros exiliados relacionaron el exilio con el rumiar. El poeta egipcio Naquib Surur, escribía: “No hay en el rumiar de las lenguas palabras que no se tornen tediosas, no encuentro palabras, pues tuve que olvidar el habla en el exilio y aprender el secreto del silencio. ¡Cuántas letras murieron sobre mis labios en el exilio!” y Mario Benedetti hacía poesía del rumiar de “insomnios y duermevelas del exilio”.
Conclusión provisoria 1: Para algunas digestiones no alcanza con un solo estómago. Para sucesos de gran intensidad se requiere un ir y venir de los alimentos hasta que se hagan asimilables. Como la leche caliente que una mamá pasa de una taza a otra hasta que se entibia y el niño la puede tolerar.
Rumiar lo corporal en el grupo
En la experiencia del Análisis del Cuerpo que vengo desarrollando con un conjunto de profesionales de diversas disciplinas –psicólogos, asistentes sociales, terapistas ocupacionales, terapeutas corporales, fonoaudiólogos y otros- intento una conjunción de variadas herramientas técnicas: eutonía, psicodrama, corpodrama, escritura, el uso de la fotografía, todos recursos para la exploración de los cuerpos que nos habitan a quienes trabajamos con otros cuerpos, con otras personas, de modo individual o grupal. El objeto de estudio es el rumiar sobre nuestro quehacer. Poner el cuerpo y rumiar, gestar una estructura grupal corporal de demora que permita una nueva digestión de aquellos alimentos que es difícil digerir en soledad y para los que un grupo ofrece estómagos para digestiones múltiples. Así en el grupo de Análisis del Cuerpo, ponemos el cuerpo, expresión que de tan usada casi no significa lo que significa. Poner el cuerpo es tomarse como objeto de estudio de la exploración y también aprender a observar a otros, desde una mirada diapasón, resonante, vibrátil y no prejuiciosa y unidireccional. En la alquimia de los grupos, los alimentos que cada integrante ofrece son devorados por otros y desovados con múltiples estilos: digestiones singulares de cuerpos grupales y digestiones grupales de cuerpos singulares.
Nuestros jugos gástricos fueron activados estos meses con lecturas de textos muy variados -de psicoanalistas, artistas, filósofos: lo corporal lo exige-, con escritos producidos por los integrantes de los grupos sobre temas como la desnudez, el erotismo, con observaciones y escenificaciones de nuestros cuerpos en los diferentes escenarios de la vida laboral y personal, con el despertar de la sensibilidad frente a heridas en el tono vital, que infligimos y nos infligen. Rumiamos fotografías familiares e historias, que son menos indigestas cuando las compartimos. Saboreamos las bitácoras en las que cada integrante cocina su experiencia corporal de cada encuentro. El Corpodrama convirtió a la eutonía en un disparador de escenas –personales y profesionales- interrogando el interior de la boca, las costillas, la pelvis, las texturas de la piel, sabores, olores, novelas corporales, estilos de observarse.
Conclusión provisoria 2: El Análisis del Cuerpo, en el deambular entre la escena, la eutonía, los cuerpos, la escritura, las vivencias compartidas, busca construir una estructura de demora, un rumiar, que no detenga la acción, que no obstaculice el libre fluir de las emociones, que no vomite afectos que se despiertan sin registrarlos, convirtiéndolos en síntomas hacia fuera o hacia adentro del cuerpo. ¿El secreto? Generar territorios existenciales en nuestro trabajo grupal para jugar “un poco más” con los alimentos que no es posible digerir en la soledad de un único estómago.