NOTAS DE APERTURA
Encontrar es creer, es capturar es robar, pero no hay método para creer, sólo una larga preparación.
Robar es lo contrario de plagiar, copiar, imitar o hacer como.
La captura es siempre una doble captura, el robo, un doble robo, y es esto lo que no lo hace algo mutuo sino un bloque asimétrico, una evolución a paralela, nupcias, siempre “fuera” y “entre”.
Gilles Deleuze – Claire Parnet (Diálogos)
Cartografía: una definición provisoria.
Para los geógrafos, la cartografía a diferencia del mapa, que es una representación de un todo estático es un diseño que acompaña y se hace al mismo tiempo que los movimientos de transformación del paisaje.
Los paisajes psicosociales son también cartografiables. La cartografía, en este caso, acompaña y se hace mientras se desintegran ciertos mundos su pérdida de sentido y la formación de otros: mundos, que se crean para expresar afectos contemporáneos, en relación a los cuales los universos vigentes se vuelven obsoletos.
Siendo tarea del cartógrafo dar voz a los afectos que piden pasaje. Básicamente se espera de él que esté involucrado en las intensidades de su tiempo y que, atento a los lenguajes que encuentra, devore aquellos elementos que le parezcan posibles para la composición de las cartografías que se hacen necesarias.
El cartógrafo es, ante todo, un antropófago.
El deseo, es el sistema de signos a significantes con los cuales se producen flujos de inconsciente en el campo social. No hay eclosión de deseo sea cual fuere el lugar en que acontezca, pequeña familia o escuelita de barrio que no ponga en jaque a las estructuras establecidas.
El deseo es revolucionario porque siempre quiere más conexiones, más agenciamientos.
Gilles Deleuze Claire Parnet (Diálogos)
LIBRO UNO
DESEO: PERFIL DE UN CARTÓGRAFO DE LA ACTUALIDAD
CAPITULO I
Deseo en tres movimientos
Qué busco aquí: deseo. El deseo proceso de producción de universos psicosociales. El propio movimiento de producción de esos universos. Busco ese movimiento, que se desdobla en tres simultáneos.
En esa búsqueda, vos me acompañás.
Aplausos: movimiento uno
Una cámara lo conduce. Ves a un hombre y a una mujer encontrándose en un lugar cualquiera. Intercambian miradas furtivas, se observan.
Por ahora sólo ves con el ojo de la cámara (extensión de tu ojo desnudo) Pero detrás de la cámara, tu cuerpo vibrátil es tocado por lo invisible: ya se acciona, un primer movimiento de deseo. En el encuentro, los cuerpos, en su poder de afectar y ser afectados, se atraen o se repelen. De los movimientos de atracción y de repulsión se generan efectos: los cuerpos son invadidos por una mezcla de afectos. Eróticos, sentimentales, estéticos, perceptivos, cognitivos etc… Y tu cuerpo vibrátil va aún más lejos: dichas intensidades, desde el mismo momento en que surgen, ya trazan un segundo movimiento de deseo, tan imperceptible como el primero. Ellas quedan ensayando, también desordenadamente, formas y estilos, expresiones gestuales, palabras. Y se sabe que, las intensidades buscan formar máscaras para presentarse, para “simularse”; su exteriorización depende de que ellas mismas tomen cuerpo en materia de expresión. Los afectos sólo ganan espesura cuando se concretan.
Esos dos primeros movimientos diálogos subliminales sólo son aprehendidos por tu cuerpo vibrátil, aquel que alcanza lo invisible. Cuerpo sensible a los efectos de los encuentros de los cuerpos y sus reacciones: atracción y repulsión, afecto, simulacros en materia de expresión.
De todo eso, tu ojo de lo visible apenas percibe la máscara, resultante del movimiento de simulación.
Aplausos: movimiento dos
Nuestro personaje femenino se desdobla en dos.
Primera figura: ves una pequeña ciudad, que puede ser una metrópolis cualquiera del planeta antes de la década del ’50 o una pequeña ciudad del Interior de Minas Gerais, por ejemplo en la actualidad. Percibís que nuestro personaje, al encontrar a aquel hombre que la atrae, siente “algo”. Algo que titubea, pero luego encuentra una forma de presentarse: surge delante tuyo una “aspirante a noviecita”, con contornos bien definidos, para descanso de tu mirada y alivio de tu corazón. A su vez, el hombre responde con una serie de procedimientos reconocibles, extraídos del mismo repertorio.
Deducís: son recursos habituales que, ese tipo de intensidad describe en esas dos existencias. Ellos se entienden. Te da la impresión que, en lo invisible de la atracción, cada uno acaricia el “alma” del otro y le dice: “Tu vida tiene sentido, tiene charme”. Ellos se van aproximando. Delante tuyo hay una “aspirante a noviecita que vence”.
Vos, (con tu cuerpo vibrátil) entendés que lo que permitió la formación de esa escena, fue el hecho de que las intensidades experimentadas por los dos en su encuentro compusieron un plano de consistencia. Un plano en que sus afectos tomaron cuerpo, literalmente, delineando un territorio en el cual, como vos, el hombre y la aspirante a noviecita se pudieron situar. De todo eso, tu ojo, acoplado a la cámara, sólo percibe una composición de máscaras. Pero aquel otro cuerpo tuyo, respiradero para lo invisible, sabe que tal composición es efecto de una serie de procesos imperceptibles de simulación, que entraron en funcionamiento, al mismo tiempo y sucesivamente. Ese conglomerado de procesos del cual se generó el territorio existencial captable a ojo desnudo es el tercer movimiento del deseo.
Aplausos: movimiento tres
Una serie de agenciamientos de materias de expresión, forman delante tuyo, una especie de cristalización existencial, una configuración más o menos estable, repertorio de formas, gestos, procedimientos, figuras que se repiten como en un ritual. Con perplejidad descubrís lo obvio: es eso, lo que hace que dichos personajes femeninos se sientan “en casa”, vos los acompañaste de cerca y podés entender: lo que les imprime familiaridad es que a través de ese tercer movimiento, los afectos imperceptibles generados en los igualmente imperceptibles movimientos de atracción y repulsa que experimentaban conquistaron un espacio para ejercer, un territorio. Conquistaron direcciones para su presentación: una cartografía de territorio, una inteligibilidad. Y un diseño, se puede configurar en el espíritu de los personajes y en el tuyo.
Vos concluís: todo indica que, la femeneidad de la jovencita de la primera versión, habita con cierta tranquilidad ese tipo de espacio, propio del territorio matrimonial doméstico. Te das cuenta: no se debe generalizar el hecho de que la máscara de noviecita (y, luego la de la esposa consagrada al hogar) sea vivida como prisión o como señal de una supuesta condición de esclava. Por el contrario, en el caso de ese personaje, tales máscaras, constituyen materias de expresión a través de las cuales, sus afectos pueden ser plenamente vividos. Materias como otras cualesquiera.
Segunda figura: ahora, la cámara lo transporta a cualquier gran ciudad a partir de los ’50. El comienzo de la secuencia es igual: personaje femenino encuentra a tal hombre, siente algo. Su primera reacción, casi automática, es intentar esbozar la exteriorización de “ese algo” en la máscara de la aspirante a noviecita. Sólo que aquí no funciona. Lo que ves es una jovencita muy atrapada. Lo que tu y ella no ven ni podrían “ver” es que, las intensidades que ella experimenta en el encuentro, son como partículas sueltas de afecto, fragmentos que escaparon de las máscaras del territorio matrimonial que, en los últimos tiempos, ha sufrido un proceso galopante de derrumbe. Vos ponderás: la “noviecita” es inadecuada para llevar adelante esa escena. Y, por no dejarse llevar por los afectos nacidos del encuentro que ella está viviendo, ese tipo de máscara jamás disfruta de oxigenación afectiva: se tornó obsoleto. Es una “aspirante a noviecita que fracasa”.
En verdad, acá entre nos, tarde o temprano eso también sucedería con el personaje de la primera versión (la aspirante a noviecita que vence). No porque esa máscara en sí misma no sirva, sino porque, como cualquier otra, ella tiene su dead line, más aún en los tiempos que corren, donde la vida de los territorios y de sus respectivas máscaras es cada vez más corta.
Aplausos: variaciones del tercer movimiento
Ahora, nuestra segunda figura, la aspirante a noviecita que fracasa, se desdobla en dos, dos destinos posibles, siempre en el mismo contexto, súper urbano, súper actual.
Primera: Perplejo/a, notás que el personaje, no obstante forzado, insiste. Cristaliza en la máscara de noviecita, como si fuese su esencia. Del miedo a destrozarla, del miedo a fracasar, ciertamente piensa ella. La máscara nupcial, para mantenerse, ya que no está siendo más irrigada afectivamente, se endurece a simple vista. Y, la rigidez parece ser tan fuerte como aquello que ella tiene por misión negar: el movimiento de partículas locas. Un contrapeso al movimiento. Ésta, es una “noviecita que fracasa y cristaliza”, la mencionás continuando tus observaciones.
Segunda: Es un personaje completamente distinto. Con más coraje, ella aguanta hacer equilibrio en la cuerda floja sobre el abismo que la ausencia de rostro su máscara desterritorializada cava en su alma. Es palpable para tu cuerpo vibrátil: nuestro personaje sabe sin saberlo, que están operando movimientos silenciosos de simulación en nuevas materias de expresión. Ella deja que, poco a poco, una nueva máscara, una serie de nuevas máscaras puedan irse delineando en su cuerpo, a modo de componer un plano de consistencia para sus afectos. Tal vez eso ni llegue a suceder. Pero, de cualquier manera no tiene finalidad vos pensás (y ella, probablemente también): sólo así, será posible que sirva un territorio para aquel encuentro. Parece que ella sabe sobre eso sin saber, pues en su caso la máscara de noviecita, de hecho, se tornó, una prisión y ella, se quiere liberar.
Lo que sucedió es que, en el silencio de lo invisible, nuestro personaje puede disponerse a elegir los movimientos de desterritorialización y territorialización de sus afectos. Movimientos que sólo el cuerpo vibrátil, el nuestro y el suyo, puede captar. Es una “noviecita que fracasa y despega”, concluimos.
Ahora, apaguemos la cámara, Aquí finaliza nuestra filmación
INTERVALO
Lo que acabamos de ver nos hace pensar que las intensidades en sí mismas no tienen forma ni sustancia, a no ser a través de su realización en ciertas materias cuyo resultado es una máscara. O sea, las intensidades en sí mismas no existen: se efectúan en máscaras compuestas, en composición o en descomposición. Del mismo modo, hemos visto que no hay máscaras que no sean, inmediatamente, operadores de intensidad. De eso podemos extraer algunas consecuencias.
Primera: la palabra “simulación”, que asociamos al segundo movimiento del deseo, no tiene en este caso, nada que ver con falsedad, fingimiento o irrealidad. Vimos que, en cuanto la máscara funciona como conductor de afecto (la noviecita que vence), ella gana espesura real, ella está viva y por eso, tiene credibilidad: es “verdadera”. Y, en la medida en que deja de ser ese conductor o sea, en la medida en que los afectos generados en el encuentro, al intentar realizarse en esa máscara, no logran tener sentido (la noviecita que fracasa) , ella simplemente se vuelve irreal, sin sentido, y por eso pierde su credibilidad, se torna “falsa”. Es verdad que, a simple vista, es sólo ella que aparece. Pero descubrimos con la que fracasa y despega que detrás de la máscara no hay rostro alguno, un supuesto rostro verdadero, auténtico, original en suma, un rostro real que estaría oculto, sea por trauma o bloqueo (versión psicologizante), sea por ideología (versión sociologizante) o simplemente por ignorancia. Nada de eso: lo que descubrimos con ella sólo que en este caso ya no más a través del ojo son movimientos permanentes e imperceptibles de creación de otras máscaras. Por eso, podemos decir que la máscara el artificio es la realidad en ella misma: no hay nada que sea “lo verdadero”, en el sentido de auténtico. original, ni arriba, ni abajo, ni atrás, ni en el fondo de la máscara. Ni en lugar alguno. Aquí, hasta pierde sentido la búsqueda de lo verdadero: se revela como falso problema. La única pregunta que cabría es si los afectos están o no pudiendo pasar. Y cómo.
Segunda consecuencia, inmediatamente posterior de la primera: nada de la posición de lectura del deseo que viste esbozarse aquí lo coloca acá o más allá de la producción de ese mundo. El deseo en esta concepción consiste en el movimiento de afectos y de simulación de esos afectos en ciertas máscaras, movimiento generado en el encuentro de los cuerpos. En ese recorrido las materias de expresión que constituyen la máscara quedan como hechizadas. Bajo hechizo. Es el caso de la aspirante a noviecita que vence.
El deseo, aquí, consiste también en un movimiento continuo de desengaño, en el cual, al surgir nuevos afectos, resultado de nuevos encuentros, ciertas máscaras se vuelven obsoletas. Movimientos de quiebre del hechizo. Afectos que ya no existen y máscaras que ya perdieron el sentido, es el caso de la aspirante a noviecita que fracasa.
Descubrimos que es en el artificio y sólo en él que las intensidades ganan y pierden sentido, produciéndose mundos, deshaciéndose otros, todo al mismo tiempo. Movimientos de territorialización: intensidades definiéndose a través de ciertas materias de expresión; nacimiento de mundos. Movimientos de desterritorialización: territorios perdiendo la fuerza de hechizo; mundos que se acaban, partículas de afecto expatriadas, sin forma, sin rumbo. Son los movimientos de orientación y desorientación de nuestros personajes femeninos. Vencer/fracasar.
Podemos entonces decir que el movimiento de simulación está hecho, necesariamente, de intensidad y palabra, al mismo tiempo. O sea, en el artificio encontramos, absolutamente indisociables, los afectos y sus palabras, formando constelaciones singulares. Y los mundos son nada más que los de dichas constelaciones: atrás de ellas hay, como vimos, sólo intensidades dispersándose y, al mismo tiempo, lenguas desordenándose; otros movimientos de intensidad y lengua esbozándose, germinación de otros mundos. El artificio sería entonces la propia “naturaleza humana”, si es posible hablar de algo así; sólo que no se trataría aquí de una naturaleza pura que varía sino de una pura variación. Y daría para concluir: no hay naturaleza pura, sólo pura diferencia. El artificio es la diferencia en ella misma.
Entonces, el deseo ahora sería, exactamente, esa producción de artificio. Y el movimiento del deseo al mismo tiempo e indisociablemente energético (producción de intensidades) y semiótico (producción de sentidos) , ese movimiento surge de los agenciamientos que hacen los cuerpos, en su calidad de vibrátiles: el deseo sólo funciona en agenciamiento.
En otras palabras, el proceso de producción del deseo es el de una energética semiótica. Agenciamiento de los cuerpos, movimiento de creación de sentido para efectuar ese pasaje todo eso sucediendo al mismo tiempo.
CAPITULO II
DESEO EN TRES LATITUDES
En la filmación de varias de las escenas de las noviecitas, vos sólo te habías movido a través de la cámara, tu ojo de lo visible. Y todo el tiempo, más allá de la mirada y, consecuentemente, de los planos propiamente dichos, vos apenas habías puesto en movimiento tu capacidad de captar la “longitud” de las partículas de afecto que recorrían los cuerpos: sus relaciones cinéticas, de movimiento y reposo, de velocidad y lentitud, sus detenciones y sus precipitaciones. Faltó una dimensión muy importante: la dinámica de las ondas y vibraciones de esos mismos afectos, el estado intensivo de la potencia de afectar y ser afectado de esos cuerpos, el conjunto de afectos que los completa en cada momento en suma, su “latitud”. Para eso, es necesario comenzar todo de nuevo, bucear en cada escena, de modo que vos (con tu cuerpo vibrátil) puedas captar no más los planos y sí los escenarios, las regiones de intensidad continua, hechas de la latitud de los cuerpos que fuera encontrando: cuerpos humanos, animales, sonoros cuerpo de una idea, de un lenguaje, de una colectividad …
Sólo que, en ese caso, la cámara no te sirve más, ni tampoco un proyector como ninguna especie de “aparato” con su movimiento mecánico. Incluso, sos vos quien tendrá que encontrar algo que despierte tu cuerpo vibrátil, algo que funcione como una especie de factor de a(fe)ctivación en tu existencia. Puede ser un paseo solitario, un poema, una música, un film, un aroma o sabor… Puede ser la escritura, la danza, un alucinógeno, un encuentro amoroso o, por el contrario, un desencuentro… En fin, sos vos quien sabe lo que te permite habitar lo ilocalizable, aguzando tu sensibilidad a la latitud ambiente. De cualquier manera, para que podamos proseguir y juntos revisar todas aquellas escenas en sus invisibles escenarios, es imprescindible que vos encontrés tu factor de a(fe)ctivación.
Escenario de latitud uno
En el comienzo, vos recordás, había un solo personaje femenino: la aspirante a noviecita. Rápidamente, recapitulás lo que tu ojo había revelado: ella encontraba a un hombre en un lugar cualquiera. Sus cuerpos se dejaban afectar naturalmente; se atraían; la atracción generaba afectos; los afectos intentaban simularse; se presentaban. Éste es un buen momento para que estrenés el factor de a(fe)ctivación que has escogido.
Sos tocado por una especie de fortalecimiento del cuerpo del personaje femenino en su poder de afectar y ser afectado; ella parece reaccionar ante todo lo que encuentra. Hay también una especie de fortalecimiento palpable de su coraje de exteriorizar los afectos que experimenta en la escena. De eso, tu ojo, limitado a lo visible, sólo percibe el efecto: la expresión del personaje parece tornarse más compleja, más discriminada, más nítida, más focalizada en suma, más presente. Habituado al testimonio ocular, ahora no tienes duda: es un estado de gracia que se esboza. Permanecés con curiosidad.
Escenario de latitud dos
Ya en el segundo movimiento había dos figuras. De nuevo, recapitulás: el encuentro de la primera figura se daba, en una metrópolis, antes de los años 50, o después en una pequeña ciudad cualquiera. Luego de una ligera vacilación, ganaba cuerpo la aspirante a noviecita. Aquí, de nuevo, vos usufructuaste tu factor de a(fe)ctivación.
Es indiscutible: el fortalecimiento del coraje para exteriorizar los afectos, que venía dándose en la secuencia anterior, está encontrando eco; sus simulaciones, su credibilidad. Con eso va creciendo más y más el coraje de hablar por afecto, por experimentación, hablar en nombre propio, hablar en singular. De eso, lo que tu ojo ve, es que hay un brillo en la expresión del personaje: pero la luz no excita sólo la retina. Lo que tu ojo no alcanza (sólo tu cuerpo vibrátil) es que ese brillo es el de propagación de intensidades expandiéndose: el personaje sus intensidades está habitando el espacio. El estado de gracia se está afirmando: él te envuelve. Deducís: é, por cierto, corresponde, al encanto de la máscara de novia que la torna real y la hace funcionar. La aspirante a noviecita vence. Eso es palpable, llega a ser casi obvio a los “ojos” moleculares, claro está. Es como si el encuentro amoroso fuese creando entre los cuerpos un campo magnético, hecho de sus fuerzas atrayéndose. Un campo que se va instalando, poco a poco; fuente generadora de estado de gracia, expandiéndose por todos los escondites de ambas existencias; campo de renovación de su vigor; ritmo de esa renovación. Fuente de un doble devenir (que no es paralelo). Quedás fascinado.
Segunda figura: una vez más, consultás la memoria de lo visible y reconstituyes la escena. Era una súper ciudad cualquiera, después de los años 50. El hombre y la mujer se encontraban. Ella titubeaba, pero luego se configuraba la noviecita. La joven también apelaba a los rituales que ya conocía sólo que, aquí, ellos no tenían sentido. Era la aspirante a noviecita que fracasa. Te valés de tu factor de a(fe)ctivación y descubrís: la noviecita, al volverse obsoleta, no funciona más como conductor de intensidades: se enfrió, perdió gracia. Consecuencias de ese intento malogrado: corto circuito en el movimiento de exteriorización de los afectos; ligera contracción del cuerpo en su capacidad de afectar y ser afectado; disminución de algunos grados de gracia, invadiendo todo. Hay desconsuelo en el ambiente. Quedás intrigado.
Escenario de latitud tres
Rehacés en la memoria, la escena del tercer movimiento: nuestro personaje se desdoblaba en dos destinos posibles.
Primero: en pánico, pegada a la máscara de noviecita, nuestro personaje insistía.
Seguía intentando orientarse por las viejas cartografías, pero sin éxito. Te entregás de nuevo a tu factor de a(fe)ctivación: la intensificación de pérdida de potencia es indiscutible. El cuerpo se contrae y se endurece cada vez más; el movimiento de simulación de nuestro personaje es cada vez más tímido, y la luz que emana es cada vez menos vibrante. El ejercicio de tu factor te ayuda a percibir que el territorio que se está creando no corresponde a ningún plano de consistencia de sus afectos. Vos no estás siendo tocado por la presencia de ningún campo magnético. La existencia del personaje como un todo va empalideciendo: el estado de gracia, aún incipiente, escasea. Y sentís: es como si ella no habitase el espacio. Tu ojo confirma: su contorno es cada vez menos nítido y su luz cada vez más pálida. Quedás absorto.
Lo que sucedió concluimos , es que, para evitar la terrible sensación de desorientación, ese personaje no encontró nada mejor que anestesiar en su cuerpo su capacidad de afectar y ser afectado, pues piensa que es el deseo, en su actividad, lo que la caotiza de ese modo. Por eso, ella transforma, instantáneamente, todo y cualquier movimiento de atracción y repulsa en contramovimiento, y toda y cualquier manifestación de fuerza activa en fuerza reactiva, usando para eso las más variadas estrategias. Antes de rever el segundo destino del personaje, pido que abandonés por instantes tu factor de a(fe)ctivación, para acompañarme en algunos comentarios.
Pausa
Ese personaje (la que fracasa y se pega) vive los movimientos del deseo como caos. Es así que ella los concibe. Ahora, si nos basáramos en la historieta que acabamos de acompañar, constataremos que no fue el deseo, en sus movimientos, lo que caotizó su existencia, sino por el contrario la imposibilidad de sus conexiones. Usando un factor de a(fe)ctivación, podemos descubrir: el hecho de que nuestra protagonista no se haya dejado tocar por las intensidades que estaba viviendo y, a partir de ahí, buscar lenguaje que las efectuase fue lo que la hizo experimentar una pérdida de sentido. Bajo el enfoque de la cámara, esa pérdida de sentido (ese caos) aparecía como pérdida de brillo. En cuanto a la primera figura (la aspirante a noviecita que vence) por el contrario, si recordás bien, lo que veíamos era un aumento de vigor. Ese vigor, según indicaba tu cuerpo vibrátil, correspondía a la energía generada en la fricción de materias de expresión heterogéneas forjando territorios para los afectos desterritorializados . Ahora, en el contraste de las dos, lo que nuestro cuerpo vibrátil nos hace descubrir es que el pleno funcionamiento del deseo es una verdadera fabricación incansable de mundo o sea, lo contrario de un caos.
Es más: ese personaje vive el deseo como interno a un sujeto. Aunque lo poco que acompañamos no nos permita saber cómo concibe ella tal interioridad, ni sus relaciones con lo que le es supuestamente exterior, pero eso no viene al caso aquí. Lo interesante fue vislumbrar que sea cual fuere la concepción de interioridad que se tenga, sólo se piensa en esos términos cuando se boicotea la mayor parte de esas conexiones posibles del deseo y se restringen al máximo sus agenciamientos.
Es sólo así que, como esa que fracasa y se pega, tenemos la impresión de caracterizarnos por un conjunto de representaciones y sensaciones fijas, tener un “adentro” y hasta de ser ese “adentro”. Un supuesto adentro que se muere de miedo a perder.
Resulta obvio que nuestro próximo paso es investigar, cada uno ejerciendo su factor de a(fe)ctivación, en qué consiste tal “adentro”.
Volvamos a la escena. Es impresionante: si aquello que se acostumbra a identificar como “interioridad”, en cualquiera de sus versiones, fuera como lo que estás captando en el aire, ella es una especie de lugar donde todo lo que vibra, vivido como caos, es neutralizado y termina apagándose. Por eso es que el ojo puede tener la impresión de estar viendo un “adentro” y apenas “eso”: es que se trata de un agujero negro, efecto del cuerpo vibrátil amortiguado de una subjetividad que quedó reducida al ego. Por cierto, era eso lo que sucedía con la que fracasa y se pega y que se manifestaba como pérdida de gracia. Era eso, por cierto, lo que nos afligía.
Ahora, pódés momentáneamente dejar de lado tu factor de a(fe)ctivación: vamos a encaminarnos hacia otra posibilidad de desenlace para el movimiento tres.
Escenario de variación de la latitud tres
Recapitulando: más allá del fracaso de la noviecita en el encuentro súper urbano, más actual, nuestro personaje a pesar de estar tan angustiada como la anterior, se reestableció; volvía a exponer su cuerpo a los encuentros y con eso se reanimaba, regresaban sus intentos de simulación de los afectos.
Recurrí una vez más a tu factor: de su desesperación se propaga un brillo. Además: es justamente de su desesperación que ella extrae fuerza para salir en busca de nuevas materias de expresión. Vos sospechás que ella sabe sin saber que deseo no necesariamente es caos y que ejerciéndose, el cuerpo vibrátil indicará las direcciones a tomar, los agenciamientos a realizar.
Sospechás que, es por eso que ella acoge el silencioso movimiento de incubación que se opera, subterráneo, en su subjetividad. Notás que, a pesar de su malestar, es palpable su vigor. Y, nuevamente conjeturás: ahí se sabe si esta vez lo va a conseguir. Eso ni ella lo sabe. Lo que sólo sabe es que ésta es su única chance de crear, para los afectos de aquel encuentro, un plano de consistencia que le permita expandir e irrigar su existencia no sólo amorosa.
También sabe que, aunque logre crear ese plano, eso no significa que haya finalmente encontrado sosiego. Su cuerpo siempre estará haciendo nuevos encuentros, nuevos afectos estarán siempre surgiendo y, tarde o temprano, el plano hecho de los afectos del encuentro actual, no funcionará más como campo magnético, generador de fuerza para la vida.
Y cuando eso acontezca, el plano, simplemente habrá perdido su razón de ser. Él habrá fracasado y de nuevo ella estará siendo arrastrada hacia otro lugar. Densimismada, desubjetivada, desterritorializada. Una vez más, a la búsqueda de materia de expresión por medio de la cual existir. Quedás admirado. Quedás satisfecho. Ya puedes dejar definitivamente tu factor de a(fe)ctivación.
Pausa
Algunas consideraciones a partir de este último personaje.
Primera: si su antecesora (la que se pega) consideraba el deseo como interno a un sujeto, todo indica que para ésta (la que despega) el deseo no es interno a un sujeto, ni tiende a un objeto. Ella vive el deseo como inmanente a un plano de consistencia, siendo que sujetos y objetos se crean al mismo tiempo que el plano. Para ella el plano no es interior al ego, ni viene de un ego exterior, ni de un no ego.
En su concepción, ella misma no es sino el efecto singular de lo que sucede en su cuerpo (vibrátil) en los aleatorios encuentros que tiene. Por eso, ella nunca se vive como un “Adentro”, por oposición a un “Afuera” pero sí como una sucesión de “entres” llenos de luz. De ahí, su encanto.
Segunda: si su antecesora (la que se pega) nos hacía pensar que deseo nada tiene que ver con caos, ésta (la que despega) nos hace pensar que él nada tiene que ver con imaginación en el sentido de una dimensión separada, especie de vuelo sobre lo real. Como vimos, y fuimos tocados, fue el deseo el que la salvó de la curva descendente para la cual ella oscilaba en la segunda secuencia, cuando la noviecita fracasó. Y eso no porque ella se haya refugiado en el sueño; al contrario, fue porque se dejó soñar a partir de las intensidades vividas en aquel encuentro, que ella se abrió: así pudieron producirse en su existencia objetos y modos de subjetivación correspondientes. Es eso lo que le permitió vivir el encuentro, tornarlo real. En otras palabras, lo que captamos es que, a través de movimientos del deseo visibles e invisibles, hubo producción de real social. Y que el deseo es, fundamentalmente, esa producción.
Tercera: pensando de esa manera parece difícil y hasta inconcebible separar un campo material de un campo de representación.
Las cartografías se van diseñando al mismo tiempo (e indisociablemente) que los territorios van tomando cuerpo: uno no existe sin el otro.
Concluyendo: la producción del deseo, producción de realidad, es al mismo tiempo (e indisociablemente) material, semiótica y social.
Traducción: Andrea Alvarez Contreras
Traducción autorizada por la autora
Buenos Aires, 1993