Si es verdad que la práctica del cartógrafo es política, ese carácter suyo nada tiene que ver con el poder, en el sentido de relaciones de soberanía o de dominación. Estas, incluso, tratándose de relaciones interindividuales (como hombre/mujer) o de relaciones con las minorías (como heterosexual/homosexual, blanco/negro) son siempre de la jurisdicción de la macropolítica, con su lógica específica de totalidad, identidad, oposición, contradicción etc… ya el carácter político de la práctica del cartógrafo es de la jurisdicción de la micropolítica y tiene que ver con el poder en su dimensión de técnicas de subjetivación estrategias de producción de subjetividad , dimensión fundamental de la producción y reproducción del sistema.
Por otro lado, el carácter político de la práctica del cartógrafo tampoco tiene que ver con una supuesta “liberación del deseo”, proyecto que sustentó, por ejemplo, a los mundos creados en la contracultura. Para aquel tipo de proyecto alimentado por un imaginario de liberación, deseo es naturaleza, energía en estado bruto, la cual, una vez liberada nos llevaría al paraíso. Aquí, como vimos, se trata exactamente de lo contrario: deseo es artificio; son aglomerados de afecto y voz, indisociables, formando constelaciones existenciales singulares. Es ésta su naturaleza. Por lo tanto, decir aquí que la práctica del análisis es política tiene que ver con el hecho de que ella participa de la ampliación del alcance del deseo, precisamente en su carácter de productor de artificio, o sea, de productor de sociedad.
Ella participa de la potencialización del deseo, en ese carácter procesal suyo de creador de mundos, tantos como sean necesarios, siempre que sean facilitadores de pasaje para las intensidades vividas en el aleatorio de los encuentros que vamos teniendo en nuestras existencias.
La ética del cartógrafo
El principio antiprincipio del cartógrafo lo protege de la captura de la moral. El análisis del deseo así concebido es, fundamentalmente, una ética.
Explico: si el cartógrafo nada tiene que ver con los mundos que se crean (qué contenidos, qué valores, qué voces) cuestión moral , él tiene, y mucho, que ver con cuánto la vida que se expone a su escucha se permite pasaje; como cuánto los mundos que esa vida crea tiene como criterio su pasaje. Aquí, hay una cuestión de ética. En otras palabras: si no le cabe al analista del deseo sustentar valores, no es por eso que no le cabe sustentar cosa alguna.
sustentar la vida en su movimiento de expansión, ser soporte de eso ¿no es lo que, fundamentalmente, cabría a un psicólogo cartógrafo? ¿No será eso que define su sensibilidad, independientemente del grupo al que pertenece, de sus referencias teóricas, de sus preferencias metodológicas y hasta de sus nombres?
Sí, porque además de “cartógrafo”, él también puede ser llamado “psicólogo social”, “micropolítico”, “esquizoanalista”, “analista de las formaciones del deseo en el campo social”, o, simplemente “analista del deseo”. Y si varían sus nombres es porque varían igualmente las necesidades estratégicas cada vez que lo nombramos. son las distintas máscaras del cartógrafo. “Cartógrafo”, cuando queremos enfatizar que él no revela sentidos el mapa de la mina sino los “crea”, ya que no está disociado de su cuerpo vibrátil: por el contrario, es a través de ese cuerpo, asociado a sus ojos, que procura captar el estado de las cosas, su clima, y para ellos crear sentido. “Psicólogo social”, cuando queremos recordar la indisociabilidad entre lo psíquico y lo social en su concepción. “Micropolítico”, cuando queremos llamar la atención acerca del carácter inmediatamente político de su práctica, entendida como análisis de la producción de subjetividad. “Analista de las formaciones del deseo en el campo social” o, simplemente, “Analista del deseo”, cuando se trata de asociar ese tipo de práctica a la del Psicoanálisis y, con eso, contaminar al cartógrafo y al micropolítico con el know how de la escucha psicoanalítica de lo invisible e, inversamente, contaminar al psicoanalista con la sensibilidad del cartógrafo micropolítico a la relación entre el deseo y lo social. Sensibilidad que, en verdad, fue y continúa siendo propagada básicamente a través de la práctica del Psicoanálisis. Pero como a veces tal sensibilidad se encuentra embotada en esa misma práctica, nunca está de más evocarla.
Por fin, “esquizoanalista” evidentemente, no para hacer cualquier especie de apología de la esquizofrenia sino para evocar la idea de que el análisis del deseo es, necesariamente, análisis de sus líneas de fuga, líneas esquizo por donde se desintegran territorios: esquizoanálisis. La intención, aquí, es la de marcar una posición en el Psicoanálisis, evocando esa sensibilidad suya a la desterritorialización: depurar la problemática del análisis del deseo de toda y cualquier posibilidad de reducción a la representación de un ego o de una unidad de persona. Depurarla de toda y cualquier posibilidad de reducción de la escucha al ojo y a aquello que él alcanza o sea, de reducción del deseo a su tercer movimiento, el de los territorios constituidos. En otras palabras, a través del término “esquizoanálisis”, con cierto humor e ironía, lo que se quiere es refundar o, simplemente, marcar y reforzar la fundación del inconsciente sobre la desterritorialización. Eso para evitar la connotación de individuación de subjetividad que el término “Psicoanálisis” puede, a veces, adquirir en ese siglo suyo de existencia, en función del tipo de vida que lo escuchaba y practicaba. Dependiendo de la necesidad estratégica, se puede aún decir que “esquizoanalista” es la máscara del psicoanalista con ese tipo de visión o, entonces, la máscara del cartógrafo cuando su especialidad es la clínica, cuando su práctica es la del Psicoanálisis. En ese sentido vale la pena tratar de situar la posición que ocupan, en el Psicoanálisis, aquellos que pretender entender el inconsciente como siendo fundado en la desterritorialización. Tratar de situar al “psicoanalista cartógrafo
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
Traducción autorizada por la autora..
Buenos Aires, 1993.