El mundo en la medida del hombre
¿Qué es … la verdad? Una multitud llena de metáforas, de metonimias, de antropomorfismos, en resumen, un conjunto de relaciones humanas poéticamente y retóricamente erguidas, transpuestas, hechizadas, y que después de un largo uso, se parecen a un pueblo firme, canónicas y contreñidoras: las verdades son ilusiones que nosotros olvidamos que lo son …
El hombre, al procurar dominar a la naturaleza y comunicarse con sus semejantes, emplea conceptos como signos de reconocimiento , pero enseguida olvida que al hacerlo traduce devenires singulares por generalidades abstractas. La ventaja es que aquello que acontece y se produce de forma única, inexplicable, que ni siquiera es de forma idéntica, a lo largo del tiempo, sino continuamente deviene, se torna nominable, designable, reconocible, pudiendo así ser objeto de comunicación y de manipulación de diferentes tipos. Lo inaprensible es capturado en un signo que lo paraliza, recorta y aprisiona: en adelante, cuando alguien diga “hoja”, todos sabrán de qué se trata. Pero ¿sabrán lo mismo? “Tan exactamente como una hoja nunca es idéntica a otra, así también el concepto de hoja fue formado gracias al abandono deliberado de esas diferencias individuales, gracias al olvido de las características…” El concepto construye, pues, un esqueleto de mundo correlativo a los usos humanos; y esa construcción comprende un olvido necesario de las diferencias, de las singularidades, de los estados de perenne transmutación -inmanentes a todo lo que existe- rumbo a la construcción de identidades estables, plausibles de comunicación y manipulación.
Entonces, no se puede esperar nada de ese uso del lenguaje a no ser aquello que se propone: tornar lo inaprensible, lo huidizo, designable y reconocible, fundar la comunicación verbal y facilitar el dominio de la naturaleza según criterios utilitarios para la supervivencia de la especie humana. El contrasentido que surge de ahí, proviene – según Nietzsche -, de la expectativa de que ese instrumental simbólico, descarnado, utilitariamente construido por sobre el olvido de la profusión de singularidades que constituyen el mundo, pueda aún guardar relación interna alguna, no arbitraria con él. O sea, que posea competencia para traducirlo en aquello que él es. La voluntad de verdad nace de esta ilusión y entonces, va a servir de anclaje a la filosofía y a las ciencias.
Traspasar estas cuestiones hacia el universo psicoanalítico -eminentemente apoyado en el lenguaje – torna posible constatar cuánto nosotros, psicoanalistas, somos también aislados por esa ilusión. Escuchar a un analizando decir “mi padre”, “mi madre”, “mi hijo” y continuar la frase en una afirmación cualquiera, nos da generalmente la ilusión de que sabemos de qué habla. O si no lo sabemos todavía, lo sabremos en algún momento (desde que estamos aislados por la voluntad de verdad). Una gran parte de las concepciones psicoanalíticas resbala y gira en esa búsqueda, aunque muchas veces la disfrace bajo el término “verdad inconsciente”. Pues la crítica nietzscheana vale tanto para los apologetas de la “verdad conciente” cuanto para los de la “verdad inconsciente”. Presupone que la verdad emergerá del lenguaje conciente, vulgar, o de algún significante reprimido que, por una serie de malabarismos técnicos, ganará palabra y voz en el momento oportuno, da lo mismo: sólo se posterga y desplaza el lugar de la verdad. La ilusión permanece.
Cuestionar la voluntad de verdad significa ir más allá de eso, o sea, percibir que dondequiera que se imagine “descubrir” verdades, se estará sólo garantizando una forma de poder garantizada por la hegemonía de un código. O sea, lo que torna legítima una determinada lectura de la realidad, como más verdadera que otras, es tan simplemente un conjunto de convenciones codificadas – de origen científico, filosófico o religioso – que ganaron poder en un período histórico-cultural. En el fondo de todo pensamiento/enunciación yace siempre el embate entre fuerzas afectivas: “El pensamiento … permanece como un simple lenguaje de signos para los compromisos de poder entre los afectos”.
En el ámbito psicoanalítico, no pienso que esa voluntad de verdad produzca efectos diferentes que una afirmación narcisística del poder del psicoanalista y de su marco teórico referencial, reencontrando en lo “real” aquello que ya fue proyectado como valor de verdad. Como decía Nietzsche: “suponiendo que proyectamos ciertos valores en las cosas, en seguida, esos valores re-accionan sobre nosotros, así hayamos olvidado que fuimos sus autores”. Tautología. Alienación.
La otra salida es tratar de revertir ese platonismo y buscar otro uso del lenguaje que escape al dominio de la representación.
Arco iris que eluden la soledad
Es acompañando a Zarathustra convaleciente, en la conversación con sus animales, que podemos quizás, encontrar notas para una función del lenguaje que escape al dominio de la representación:
Ah, mis animales … siguen parloteando mucho: donde se parlotea, ahí el mundo se extiende frente a mí como un jardín. Qué agradable es que existan palabras y sonidos: ¿las palabras y los sonidos no son, por azar, arco iris y puentes ilusorios extendidos entre lo eternamente separado? A cada alma le pertenece un mundo distinto; para cada alma cualquier otra alma es un ultramundo… ¿Cómo podría haber para mí un afuera-de-mí? ¡No existe ningún afuera! Pero eso lo olvidamos tan pronto como vibran los sonidos; ¡qué agradable es olvidar eso! ¿No se presentaron, por azar, las cosas con nombres y sonidos para que el hombre se reconforte? Una hermosa necesidad es hablar: al hablar el hombre danza sobre todas las cosas. ¡Qué agradable son todo hablar y todas las mentiras de los sonidos! Nuestro amor danza con sonidos sobre arco iris multicolores.
No es por mero azar que vamos a encontrar en el lenguaje-en-acto, el habla, una posibilidad de traspasar su dimensión representativa en dirección a una función básicamente afectiva. Finalmente, los afectos se forman en las relaciones vivas entre los hombres y es ahí, tal vez, que la lengua pueda servir para eludir, disimular una soledad inexorable y angustiante.
“¡No existe ningún afuera!” La afirmación tal vez pueda espantar a los lectores poco familiarizados con Nietzsche. Pero, entonces ¿la propuesta es de un subjetivismo total?
No es precisamente ese el caso; no existe ningún afuera porque:
El mundo al que se refiere es solamente apariencia, no es real … El concepto “real, verdaderamente existente”, nosotros lo sacamos primeramente de ese “se refiere”; cuanto más tocados somos en nuestros intereses, más creemos en la “realidad” de una cosa o de un ser. “Eso existe” significa: yo me siento existiendo en contacto con eso.
Por otro lado, no existe otro mundo “real”, “objetivo”, además de ése que nos afecta y nos da señal de su presencia. Nietzsche dice: “No existen acontecimientos en sí. Lo que acontece es un conjunto de fenómenos, elegidos y reunidos por un ser interpretante”. O sea, es la interpretación la que articula y da forma a los acontecimientos: pero ella es obra de nuestras necesidades, de nuestros impulsos, nuestros afectos, por lo tanto, de fuerzas interpretantes. “No es necesario preguntar: ‘entonces, ¿quién interpreta?; por el contrario, el interpretar, en sí mismo, como forma de la voluntad de potencia, existe … como afecto” Habría subjetivismo si esa interpretación fuese obra de sujetos cerrados en sus mónadas; sin embargo, también ” ‘el sujeto’ es una creación de ese género… una simplificación para designar, como tal, la forma que ornamenta, inventa, piensa, por oposición a toda ornamentación, invención, pensamiento… ” Concluyendo: no existe afuera, como tampoco existe adentro, el adentro y el afuera son invenciones de las fuerzas interpretantes que simplifican los acontecimientos, volviéndolos más fácilmente representables para la comunidad humana, tan necesitada – dadas las reglas gregarias de convivencia – de sujetos capaces de asumir responsabilidad por “sus” actos; tan invadida por la voluntad de verdad, que necesita legislar sobre el acto de conocimiento, disecándolo en “sujeto” y “objeto”. Pero si, desde siempre, el mundo es una multiplicidad de interpretaciones, perspectivas, no por eso él es menos mundo; su mejor definición es la que lo traduce como pura efectividad.
Con todo, la irreductibilidad entre las diferentes perspectivas que dan contorno al mundo torna la soledad, tan efectiva cuánto a él mismo: “a cada alma le pertenece un mundo distinto”. Cuando el hombre comprende, finalmente, la muerte de Dios y lo que ella significa – la ausencia de cualquier tipo de garantías a priori para la vida -, él termina paradójicamente por “tener el mundo en la mano, sin ya tener dónde más asegurarse”, como dice José Miguel Wisnik, en una de sus canciones. Es ante ese “eternamente separado” – sin garantía alguna de permanencia de cualquier tipo de verdad -, ese desierto solitario, que la lengua puede funcionar como “arco iris multicolor”, “puente ilusorio” para que el hombre pueda “reconfortarse en el seno de las cosas”. Una “hermosura mentirosa” que pueda aplacarle la angustia de saberse caminando sobre el “abismo sin fondo”. El acto por el cual las cosas son bautizadas con nombres y sonidos es el mismo que produce el olvido de la soledad y enseña al hombre a bailar con los sonidos por sobre el arco iris multicolor, lo cual quiere decir sobre cascadas de ruidos y reverberaciones silbantes que constituyen la lengua, en el acto del habla. Si el lenguaje-representación aprisionaba al hombre en un mundo ideal, imaginario, el lenguaje-intensidad tal vez pueda enseñarle a andar por el mundo terrenal, en el instante en que las últimas garantías se vienen abajo. En otros términos: si este mundo se constituye por recortes, aglutinaciones, conjunciones y disyunciones operadas por afectos interpretantes, tal vez la única salida posible para el hombre sea aprender la lengua de los afectos, deslindar los secretos de su potencia codificadora. De cualquier forma, no son muchas las alternativas en un mundo en el cual ya no hay más de dónde asegurarse. “Si mi mundo cae” -aconseja Wisnik, radicalizando la música de Maísa – “aprenderé a levitar”. Y levitar/danzar sobre todas las cosas puede realizarse en un acto mágico denominado habla.
Primera parte de un ensayo que pertenece al libro: “OUTR´EM-MIM (ensaios, crônicas, entrevistas)”. Plexus Editora. São Paulo, Brasil 1998.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras
Buenos Aires, 24 de septiembre de 1999