En el primer apunte intenté comenzar a resumir aquello que en sentido figurado denominé, la “Concepción del Mundo” de los pensadores Deleuze y Guattari. Llegué a exponer sus ideas acerca de lo que podríamos llamar una Ontología de la Realidad. Al menos, traté de esbozar los conceptos más importantes. Sin embargo, resulta que cuando se trata de sintetizar las obras de estos autores, uno se tropieza con graves dificultades, no sólo debido a la fecundidad numérica de las publicaciones (son muchos libros y artículos) sino también al procesamiento que se realiza de los términos y nociones inventados, a la heterogeneidad alucinante de los saberes o de los géneros que se usan como fuentes de “importación” de los conceptos en el seno del Esquizoanálisis como “episteme”, la transformación constante de la batería conceptual durante la aparición de los sucesivos textos, las diferencias de estilos de un texto a otro, etc.
Una breve referencia a la cuestión del estilo ya es de por sí interesante. Por ejemplo, en el primer capítulo del segundo tomo de Capitalismo y Esquizofrenia (el primer tomo es el famoso El Anti-Edipo, el segundo Mil Mesetas) cuyo título es “Rizoma”, los autores explican qué es para ellos un libro. Sólo como aproximación recordemos que en el apunte anterior hablé de la “Totalidad” de la Realidad y de su composición en tres superficies inmanentes entre sí: la de Producción, la de Registro y la de Consumación. Digo Totalidad entre comillas porque ésa es una de las primeras categorías filosóficas que Deleuze y Guattari se propusieron reformular. Como la realidad es infinita, “cada totalización pensada o práctica que se hace de ella se suma a ese todo infinito como una parte más”
Según me parece, esa definición es ya un buen comienzo para que aquellos que nunca leyeron a Deleuze y Guattari comiencen a “sentir” la novedad. Y, al mismo tiempo, la sorpresa que provoca esa inmensa reformulación del pensamiento.
Creo que se puede decir que principalmente la Superficie de Producción deviene según el Modelo de un Rizoma. Rizoma es un vegetal de tipo tubérculo, que crece de forma subterránea, pero mucho más próximo a la superficie, y que se compone esencialmente de una raíz. Esta raíz es extrañísima porque cuando un ejemplar alcanza grandes proporciones (hace poco leí en un periódico que en los EEUU se había encontrado uno que medía varios kms. de extensión), es difícil saber cuáles son sus límites externos, es decir, no existe separación entre “una planta” que constituye esa red; y la otra, que también la integra. Entretanto, en su interior, el complejo -digamos, radicular- está compuesto por células que no tienen membrana, y que sólo pueden ser superpuestas como unidades porque tienen núcleos alrededor de los cuales se distribuyen cambios metabólicos y áreas energéticas.
Entonces, por lo menos en el sentido tradicional, el Rizoma no tiene límites internos que lo compartimenten. Aquello que circula en ese interior circula en “toda y cualquier” dirección, sin obstáculos morfológicamente materiales que lo impidan.
En varias mitologías orientales, sumamente antiguas, se pueden encontrar reiteradas representaciones del Universo que esas civilizaciones denominan “Huevo Cósmico”. Curiosamente, modelos similares pueden ser encontrados en las mitologías americanas, por ejemplo, en la tribu Dogon. Lo que estos modelos tienen en común es que el Universo está diseñado como un cuerpo oval, de límites exteriores muy tenues, en cuyo interior no se ven compartimientos definidos sino algo así como “áreas” insinuadas por ocupaciones de fuerzas, permanentemente mutantes, cuyo flujo incesante muestra “momentos” que pueden marcarse con umbrales que señalan configuraciones fugaces de diferencias de intensidad.
Muchas ramificaciones ultramodernas de las Ciencias contemporáneas, particularmente de la micro y la macro Física, pero también de la Biología Molecular, de la Matemática y de la Geometría, etc. han descubierto o inventado universos reales o formales que funcionan de esa manera.
En cierto sentido, se puede decir que para Deleuze y Guattari la Superficie de Producción de ese “todo” real funciona así, y cada realidad circunscripta de manera más o menos ortodoxa en la Superficie de Registro (por ejemplo, un Cuerpo Biológico, una Organización, un Sujeto Psíquico… y lo que es más sorprendente, un libro) también tiene un polo o una dimensión productiva que funciona de esa manera. O no tiene … o tiene “poco”… o sea, la potencia rizomática de su composición depende de cómo están “construidos” interiormente y de cómo logran conectarse y fluir con las fuerzas del “exterior” con las que se articulan.
Volviendo a la cuestión del “estilo” (que, en rigor, no es un término que Deleuze y Guattari usen demasiado), se trata de esa composición interna rizomática que un libro puede llegar a tener y que se vuelve una especie de máquina (después trataré de aclarar qué es lo que ellos entienden por máquina), que posibilita fluir interna y externamente, conectarse con otras máquinas que pueden ser completamente heterogéneas (máquinas técnicas, sociales, libidinales, biológicas, psíquicas, etc.) y fluir con ellas y entre ellas, “formando máquina”, “maquinando” con ellas nuevas realidades productivas y revolucionarias. En consecuencia, un libro, como todas las otras “entidades” o devenires que integran la realidad, no es importante por lo que “quiere decir” sino por lo que logra “hacer”, “máquinas” que transforman (o, mejor dicho, metamorfosean, crean lo nuevo radical) la realidad.
De esta manera, lo que llamamos estilo es, en rigor, el régimen de funcionamiento de la “máquina libro”, su movimiento, su velocidad, su longitud y latitud, su densidad, su intensidad que permite o no, contribuir para inventar mundos. Estos mundos pueden ser narrados en una suerte de “Cuadernos de Bitácora” teóricos, que no son exactamente “mapas”. Mejor dicho, son “Cartografías”. Es sabido que una carta de navegación es un “mapa relato”, no sólo “objetivo”, sino también “subjetivo”, “político”, etc…, que sólo sirve para un viaje, que sólo expresa la singularidad única e irrepetible de ése viaje, lo cual no impide que otros viajeros se sirvan de él para construir su propia trayectoria, siempre experimental, siempre aventurera.
Por eso, cada libro de Deleuze y Guattari es una “Cartografía” y está construido de manera tal que supuestamente habría de serle útil a la mayor cantidad de viajeros posibles, para emprender y elaborar su propia travesía.
Aunque a menudo los libros de Deleuze y Guattari presenten recursos (editoriales, semánticos, sintácticos, retóricos, etc.) convencionales, la idea primordial es que pueden ser utilizados, sin sistematización alguna, por partes o por totalizaciones aleatorias, por quienquiera y pueda hacerlo. Una peculiaridad que la obra de estos autores presenta y que, con toda certeza es ilustrativa y fiel a estos “principios”, es que ellos jamás se citan a sí mismos, y autorizan a los lectores a realizar lo mismo.
A pesar de ser una obra monumental, con una cantidad de referencias bibliográficas que llega a ser monstruosa por su amplitud, versatilidad y rigor, Guattari escribió un artículo que se intituló algo así como: “Diez proposiciones descartables para exponer el Esquizoanálisis”. Lo descartable implica que no aspiran a permanencia alguna, ni paternidad autoral, ni exigencia escolástica o académica, sino que cada uno puede usarla a voluntad, según le parezca que le va a resultar fecundo en lo que está por hacer o escribir, o para las dos cosas, que según Deleuze y Guattari, siempre suceden simultáneamente.
En otra parte de este primer capítulo del segundo tomo (Mil Mesetas), Deleuze y Guattari explican que firmaron sus libros por el “placer de hablar en primera persona”, “como todo el mundo”, como decir “hoy salió el sol”, o cualquier cosa por el estilo, pero que, para ser coherentes, deberían haber escrito de manera anónima, para poder descartar cualquier influencia de lo que Foucault denomina “la función autor”, que es un recurso de Poder que, aunque se pueda usar de manera estratégica al servicio de la producción, generalmente es empleado para generar cierta subordinación a la imagen del intelectual o del “profesor” prestigioso, etc.
Eso nos posibilita volver a la única propuesta de “Método” que estos autores se permiten y que, sin que exista referencia explícita, tiene mucho que ver con lo que un gran epistemólogo, Feyerhabend, sustenta en su libro Contra el Método, en el que hace una feroz crítica de la “Metodología de las Ciencias” y afirma algo como una “Inventiva Radical”. Deleuze y Guattari sostienen que el único “método” es el del bricoleur, es decir, el del salvaje que solitariamente limpia el suelo en un espacio claro de la selva y se pone a juntar ramas, plumas, piedras y termina construyendo un “cuadro” que puede o no ser apreciado por un “degustador” o espectador, y cuyo grado de belleza depende del vínculo en que sus componentes “no tienen nada que ver entre sí”. Dicho de otro modo, Deleuze y Guattari proponen que en todo emprendimiento, aventura, viaje, u obra, lo verdaderamente importante es la novedad, la diferencia y la singularidad absolutas, que de una forma u otra subvierten la mayor Institución de una civilización, que es la forma en que ésta define el “Horizonte de lo Posible”
Una de las maneras de entender, en un sentido amplio, la importancia de esa propuesta, es relacionarla con algunas de las ideas del filósofo Bergson, particularmente aquellas que se refieren a la esencia de la Realidad.
Bergson dice que la Realidad se compone de lo Real (lo que ya existe), de lo Posible (lo que pueda llegar a existir) y de lo supuestamente Imposible, lo cual coherentemente con lo que se sabe de lo existente y de lo aún no existente, no puede ser ni Real ni Posible. Pero Bergson agrega que existe una dimensión de la Realidad que él denomina Virtual. Lo Virtual no existe (no es Real), ni se puede decir que sea Posible e Imposible, simplemente porque no se puede pensarlo ni anticiparlo, ni predecirlo, ni negarlo. Lo Virtual sólo se conoce cuando se Actualiza, o sea, cuando deviene Actual. Lo que sucede es que lo Virtual aún no actualizado es la parte más importante de la realidad, pero sólo se sabe de él cuando se Actualiza, y siempre lo hace como la Novedad, la Diferencia Absoluta, que no era pensable, decible, ni previsible con las categorías de lo real, de lo posible o de lo imposible.
Esa actualización de lo Virtual que Deleuze y Guattari presentan con el nombre de Acontecimiento -término tomado de los filósofos estoicos- tiene un valor incalculable como orientador de toda práctica, porque el objetivo principal en Deleuze y Guattari es el de producir pensamientos y actos (que siempre tendrán inmanentemente una dimensión Ética, Estética, Ontológica, Gnoseológica, Política, etc.) montar dispositivos, agenciamientos, siempre complejos, heterólogos (compuestos de diversos discursos y saberes), heterogéneos (compuestos de diferentes materialidades), heteromorfos (compuestos de formas diversas) y hasta heteróclitos (bizarros, extraños, etc.) … que generan y son ellos mismos partes de acontecimientos singulares.
A su vez, esa propuesta está estrechamente ligada a la idea del filósofo Nietzsche, de que se debe vivir “Deseando los acontecimientos”, como afirmación radical de la “voluntad de poder”, o sea, del cultivo, de propiciar aquellas fuerzas que procuran crear lo Nuevo Absoluto. En Deleuze y Guattari lo Nuevo es la característica de la actividad de la Superficie de Producción, que siempre es simultáneamente Revolucionaria, Deseante y Productiva.
Deleuze y Guattari tomaron de Marx la idea de Producción, de los utopistas la idea de Revolución, y del Psicoanálisis freudiano la idea del Deseo Inconsciente. No obstante, no tomaron esas ideas de manera acrítica, puesto que las reformularon de tal modo que es difícil sintetizarlas en el presente escrito.
Sólo para decir algo al respecto, bastaría explicar por ejemplo, que en Freud existen dos conceptos claros de Deseo. En uno de ellos el Deseo es definido por una especie de fuerza inconsciente que impulsa a los sujetos a buscar objetos de placer que, supuestamente alguna vez tuvieron y perdieron. Esa concepción del Deseo en Freud sustenta que lo que moviliza esa fuerza es la Falta de ese Objeto que, en rigor, no existe. Pero hay otros pasajes de Freud en los cuales el Deseo se define por las características de aquello que el creador del Psicoanálisis denomina Proceso Primario, un funcionamiento con base en la pura positividad, en una especie de voluntad de invención, de creación, o cómo se quiera llamarlo, que no se moviliza por la Falta de Objeto, ni por la nostalgia del Bien perdido, ni por el intento de Repetición de lo Mismo, sino por un puro impulso hacia lo Nuevo Absoluto, al Retorno de la Diferencia, que según toda una línea de la Filosofía, es lo único que retorna en la Realidad Última que es la Virtual.
Este apunte pertenece al libro Introdução à Esquizoanálise. Editado por la Biblioteca del Instituto Félix Guattari, de Belo Horizonte, Brasil, 1998.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
Buenos Aires, 7 de abril de 2003.