Las nuevas figuras del Agente de Salud.
Nuevas figuras han surgido desde aquella del agente de salud tradicional, orientado hacia la salud general o hacia la salud mental, asumido por un profesional vinculado a un área específica: médico, enfermero, psicólogo, asistente social, etc., formado en los conceptos de la prevención y de la promoción de salud y que ejercía esta función dentro de un marco regulado, con una expectativa identificable de rol y la actual figura del agente de salud en los tiempos de la globalización y de la posmodernidad. Esta nueva figura del agente de salud puede tener o no un perfil profesional definido, porque la salud en general y la salud mental en particular muestran la emergencia de conductas que hacen a nuevas patologías no consideradas como tales en épocas anteriores. Baste mirar algunos manuales clásicos de Psiquiatría y sus actualizaciones para encontrarnos con descripciones que no eran frecuente encontrar en ediciones anteriores, relativos a los trastornos de ansiedad proliferados en el panorama de la cultura vertiginosa y desestabilizante contemporánea, que encuentran eco en algunas singularidades. También me refiero a trastornos que no están en los modernos manuales de psiquiatría y que derivan de circunstancias que afectan a países como el nuestro: la pobreza, la desocupación o subocupación, la perversión del trabajo en negro, la vejez anticipada a la que conducen las ofertas laborales y sus consecuencias en la marginación social, la violencia familiar, la inseguridad, la desnutrición, los brotes racistas, como características producidas por los bolsones de vacío institucional y por la existencia de una estado ausente y desregulador.
Todas estas conductas hacen que personas que se ocupan de la educación (maestros de grado, auxiliares de comedores estudiantiles, profesores, grupos de padres, alumnos, porteros), personas que trabajan en recreación (coordinadores de cualquier actividad y para cualquier edad en centros culturales, narradores, los que se dedican a la enseñanza de oficios para reciclar a trabajadores en paro; personas que participan de movimientos para la defensa del derecho a la vida, a la salud, a la educación, en todas sus formas; comunicadores sociales, sindicalistas, abogados, actores, músicos, titiriteros, murguistas, integrantes de movimientos de trueque, de villas, liderazgos de todo tipo, deban asumir en algún momento el lugar del agente de salud. Lugar que no es fijo, que puede ser efímero, que es intercambiable.
Algunos hechos contribuyen. Un gran número de ciudadanos no llegan siquiera a los hospitales, a los Centros de Salud, a los consultorios y requieren cada vez más atención en los lugares en los que desarrollan sus actividades, en los lugares por donde se mueven cotidianamente (en la calle, en los medios de transporte). De tal modo que numerosas funciones pueden ser requeridas a estos nuevos agentes de salud en gestiones no tradicionales para los que no están preparados previamente y que los sitúan en un borde flexible entre lo que les corresponde a ellos y lo que les corresponde a las instituciones o a otros roles sociales. Tomar conciencia de esto podría facilitar el enunciado de una situación de hecho y facilitaría la creación de redes que conecten a los agentes de salud entre sí y legitimen la incorporación de instrumentos profesionales para remover los obstáculos que impiden que la vida circule en cualquier ámbito de acción. Este tipo de agente de salud, respecto de la figura anterior, necesitará aprender a navegar con flexibilidad entre conceptos de salud dispares y en permanente cambio (adaptación, eficiencia, docilidad, eficacia, excelencia) y deberá disponer de recursos diversos para atravesar por distintos estados de desequilibrio e incertidumbre.
A diferencia del agente de salud que estaba en un lugar de privilegio y bien diferenciado, con una distancia buena a su objeto de estudio, el actual agente de salud está inmerso en el mismo campo que el sujeto de la observación.
La corporeidad del agente de salud tradicional estaba al margen y no implicada, siempre resguardada en los principios de la objetividad y de la neutralidad, desde donde observaba a una comunidad, a una sociedad, a grupos, a personas enfermas o en riesgo de enfermar. Ese tipo de corporeidad dejó afuera las corrientes submarinas que la atravesaban, porque no las consideraba valiosas para comprender lo que iba observando. Y así, el cuerpo, instrumento natural para el registro de sensaciones y emociones, que a su vez son los disparadores de los recursos operativos para la acción profesional, se fue plegando, en parte desvitalizando y quedó arrinconado como saber y olvidado de su capacidad de resonancia.
La sensibilidad, la capacidad de resonar con lo propio, el cuerpo como diapasón, como herramienta, fueron considerados obstáculos para una observación adecuada y no fueron atendidos como parte de un entrenamiento profesional, Por esta razón, en el momento actual en el que la distancia entre el observador y lo observado es casi nula, hay un cuerpo a cuerpo permanente y no se puede hablar ya de cuerpo no afectado o de corporeidad prescindente.
¿Qué es un cuerpo afectado?
Un cuerpo capaz de tocar y ser tocado por las vibraciones de otros cuerpos con los que se relaciona habitualmente o que simplemente se cruzan en su camino. Esa sensibilidad para tocar y ser tocado por las intensidades, consistencias, climas, es similar a otras sensibilidades: la de la escucha y la mirada, expresiones que utilizamos con frecuencia y que hacen referencia a una comprensión que busca lugar en algunos sentidos que no son precisamente la vista y el oído, aunque también estos intervengan.
El estrés de los nuevos agentes de salud
En la actualidad, el cuerpo del agente de salud de la globalización está sometido a las mismas situaciones de estrés que los cuerpos del resto de los humanos. La dictadura del Mercado y de la flexibilización laboral, la crisis de la cultura del trabajo, el cambio de valores respecto a lo que se considera sano y enfermo, justo o injusto, verdadero o falso, fracaso o éxito, es el fantasma que afecta por igual a los agentes de salud y a los usuarios.
El agente de salud tendrá que contar con su cuerpo afectado, estresado, desterritorializado, con una sensibilidad anestesiada, devaluada, saturada, vaciada, en la que se ensayará regrabar nuevas formas de sensoriar cercanas a la sensibilidad globalizada y adecuadas a la nueva excelencia. Éste será el instrumento para guiarse en la incertidumbre de los principios, enfrentar su propio umbral de tolerancia y remover dentro de sí los obstáculos que le impiden seguir inventando las herramientas de su hacer y su quehacer. Entre el agente de salud y el usuario nace un compinchaje, una salvación conjunta. Ambos deberán enfrentar a un estado “desaparecedor”, ya encarnado y naturalizado en las instituciones, grupos y personas y avalado como conducta normal y sana, por la competencia mortal a que los empuja el mercado.
Nuevas definiciones y estrategias de salud deberán impulsar, que impidan que ambos, agentes de salud y usuarios, se transformen en desaparecidos: del mercado laboral, del acceso a la salud, a la educación y a la cultura. El estrés es efecto de sensibilidades en conflicto: una sensibilidad hiperestimulada en el hacer y una sensibilidad hipoestimulada en el ser.
Daño en el Tono vital
En mi práctica tengo la oportunidad de trabajar con algunos trastornos corporales de este tipo de agente de salud (maestros de escuelas periféricas, personal a cargo de la problemática de la violencia familiar, abogados laboralistas, neonatólogos de hospitales de zonas marginales y otros) que están afectados en el Tono Vital, en aspectos que hacen a la incertidumbre, a los miedos, a la dificultad de filtrar el exceso de estímulos sin exagerar las tensiones y acorazamientos corporales y sin caer en la indiferencia social, en la anestesia de las pasiones, en la dispepsia afectiva y otras afecciones que toman el cuerpo de estos agentes de salud, inciden en el estado de ánimo, generan ansiedades inespecíficas y a veces específicas que desembocan en síndromes psiquiátricos, vinculados por lo general a esta falta de explicitación y de reconocimiento social de un rol que tradicionalmente no aparecía como un rol de riesgo y que en la actualidad llega a serlo.
Así se denomina estrés laboral, síndrome de burn out “a una enfermedad que contraen los profesionales del cuidado de la salud, que adquiere habitualmente cronicidad, afecta preferentemente a los profesionales de menor categoría, sin diferencias de edad y sexo, contagiosa de persona a persona por vía mental, últimamente muy difundida, especialmente en los centros de mucha población, que repercute intensamente en el medio familiar, de tratamiento muy complejo y escaso resultado aún y que según Maslach y Jackson son el resultado de una adaptación (estrés) a la pérdida progresiva del idealismo, objetivos y energía vital en las personas dedicadas a la ayuda humana, debido a la cada vez más difícil realidad de su ocupación. Este síndrome de agotamiento emocional y sentimiento de progresiva despersonalización personal y profesional ocurre frecuentemente en individuos que trabajan en servicios asistenciales y educativos. Su alta prevalencia se debería a las aspiraciones irreales de muchos profesionales, la falta de criterio claro y contrastable para el éxito y logros personales, las bajas retribuciones con respecto a otros sectores de la población, la estratificación poco flexible en el trabajo, con amenaza de pérdida laboral, poca compensación social (pérdida de sentido de las vocaciones de servicio) y gran exposición a la consideración pública.”
Estos nuevos agentes de salud están en riesgo, no sólo por no ser reconocidos como tales socialmente, institucionalmente, sino porque ellos mismos no se reconocen en esa función y no demandan los cuidados o no se protegen a sí mismos, como lo harían los habitantes de países en conflictos bélicos.
El Daño en el Tono enferma al ser sensible en el núcleo mismo de su confianza en el potencial del cuerpo y produce personas que no saben qué pueden, desconectadas de sus defensas sensibles, que no comprenden los mensajes que emiten sus cuerpos, anestesiadas por falta o exceso de estímulos. Por otro lado, ante los cataclismos sociales en los que están inmersos por sus lugares de inserción laboral o por los roles que circunstancialmente son llevados a desempeñar, tienen dificultad de atender y encontrar un espacio para las propias dolencias, para las pequeñas amenazas cotidianas, para las pequeñas heridas del desamor, la intolerancia, el descuido, hechas en nombre de valores territoriales y sociales. Valorar estas heridas en el Tono vital, como heridas por la ruptura del tejido social y no sólo como dolencias personales permitiría redefinir el concepto de salud corporal, psicológica y social y organizar estrategias para defender el Tono.