La fobia y la disociación de la conciencia– Los circuitos marginales a la conciencia no siempre están anclados en una dimensión corporal, como en la histeria de conversión. En la histeria de angustia o neurosis fóbica, por ejemplo, la experiencia marginal se apoya en una dimensión más mental, abstracta: son construcciones interpretativas disociadas de la conciencia porque envuelven una mentalidad diferente, desnivelada de la funcionalidad adaptativa que le es propia. A veces, son circuitos infantiles, omnipotentes, totalmente dominados por las formas de interpretación del mundo, característica del niño que fue y que persisten, lado a lado con formas adultas, sus códigos, sus valores. Freud partía siempre de la idea de represión. Para él, la angustia de la fobia se originaba en la separación de carga afectiva de la representación reprimida; ese afecto, en vez de ser convertido en angustia libre, que necesitaba entonces ser relacionada a algún objeto, como mecanismo de defensa del ego, para que la angustia pudiese ser evitada a través de la fuga. Así Freud explicaba, por ejemplo, la fobia a los caballos del pequeño Juanito y todas las otras. Yo sigo pensando que la hipótesis de represión es innecesaria. Me gustaría decir por qué, contando el caso de una paciente que presentaba fobias en lugares altos – como predios, aviones- o de cualquier lugar cerrado cuya salida se encontrase distante. La fantasía siempre era la de que en un incendio o cualquier otra eventualidad, no tendría cómo salir de allí. La fantasía envolvía, pues, la vivencia de una impotencia de locomoción. Ora, esa paciente tenía un hermano que había quedado paralítico a causa de una poliomielitis (sólo se movilizaba en muletas y con gran dificultad) en una época en que ella niña sana, vivía trepada a los árboles y caminando por los muros. Por alguna razón surgió en ese entonces la idea de que ella contagiara el virus al hermano – ella “se acordaba” que sus padres dijeron eso – viniendo de allí una intensa sensación de culpa. Allí, había pues un circuito omnipotente-culpable que, dominado por creencias religiosas, esperaba un castigo, que sólo podría vivir vía espejo: ella también tornándose impotente en la locomoción. Evitar lugares altos o cerrados, de salida distante, era sólo una forma de protegerse de esa angustia. Esa fantasía de castigo era producto de un circuito-esclavo, dominado por valores morales y totalmente disociado de la conciencia, pero no por eso reprimido. La disociación se debía al tipo de interpretación de la realidad dominante en el circuito y que era totalmente disonante de los valores “adultos”, conscientes, que ella exhibía para el mundo y para sí misma. Con el desarrollo de la psicoterapia, vino a articular más tarde ese mapeo de fuerzas una envidia (que sentía del hermano) que – como sentimiento pecaminoso – podría estar en la génesis de la culpa. Envidia porque ella lo percibía como el hijo preferido, lo cual nos llevó a la suposición de que la fantasía de castigo era, al mismo tiempo, deseo de ser igual al hermano y recibir las mismas atenciones. Deseo que, dado su carácter, reforzaba la hipótesis de la existencia de un circuito-infantil disociado de la conciencia.

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La conciencia y las defensas contra la esclavitud– La idea de la represión se apoya, filosóficamente hablando, en dos preconceptos. El primero de ellos, idealista, presupone que existe una representación cerrada, conclusiva, de los acontecimientos, que la conciencia no puede modificar a no ser expulsándola hacia fuera de sí; vuelta marginal, ella permanecería intacta, como testimonio del evento: deseo o trauma. Como si el significado de los acontecimientos no fuese algo continuamente construido y reconstruido por la conciencia o como si cada acontecimiento no comportase siempre una multiplicidad de interpretaciones, una diversidad de ángulos de visión, intercambiables y transmutables, incluso tratándose de lo que el psicoanálisis denominó realidad interna . Freud siempre insiste en que, cuando la situación angustiante es externa, el ser humano puede echar mano de la fuga, pero cuando es interna, la represión sería la única defensa posible del organismo. Esta forma de interpretación podría llevarnos a pensar en la represión primordial como desencadenada por la incapacidad del bebé de soportar la excitación generada por el contacto pecho-boca – que aplacaría el hambre pero no la pulsión sexual ahí desencadenada. Esa excitación, imposible de ser descargada, sería la angustia generadora de la represión de la representación excitante. Con ello, la pulsión se fijaría en la representación-pecho, reprimida, y luego buscaría el sustituto-dedo, como forma de presentificar, alucinar el pecho ausente. Pero ¿no podemos pensar que el bebé usa el pecho y el dedo como equivalente y esa equivalencia está posibilitada por la polivalencia del cuerpo y del mundo? O sea, ¿el niño reinterpreta la realidad y transforma dedo en pecho para calmar la angustia y simular la presencia de la madre? Dentro de esta perspectiva, pensaríamos en la propia formación de la conciencia dándose en el aprendizaje de esas tácticas de interpretación y simulación de la realidad, capaces de protegerlo de la angustia. Sin que para ello haya sido necesario reprimir nada, dado que, en la polivalencia de las cosas propias y del mundo, los acontecimientos son móviles, desplazantes, reinterpretables – aunque el universo adulto ya haya, desde el inicio, insertado al niño en un espacio simbólico predeterminado, pues la conciencia se forma, justamente, en ese espacio gregario, con sus reglas y sus principios. Y es justamente por la absorción del código vigente en ese espacio que se torna un órgano de adaptación. Sin embargo, eso no quiere decir que en espacios marginales a la conciencia existan circuitos comandados por otros códigos que, al asumir dominios locales, puedan haber pasado a controlar la dinámica del circuito y hasta incluso generalizarse. Pero eso no es consecuencia de significado traumático alguno, absoluto y mantenido inalterable vía represión y sí del dominio despótico y arbitrario de un código extraño, en un campo ajeno a la conciencia El problema es todo este: la conciencia no abarca todo el psiquismo; existen circuitos marginales productores de angustia y envolviendo experiencias que escapan a la conciencia por todos lados. Son circuitos-esclavos articulados por códigos extranjeros, cuyas semióticas son intraducibles en el lenguaje vulgar de la conciencia. Y aquí llegamos al segundo preconcepto filosófico presente en la idea de represión – originario de la tradición racionalista: lo cual le otorga a la conciencia una función central y necesaria en los procesos de interpretación de la realidad. Frente a este postulado – aunque se conciba la formación de sentidos marginales, en el interior del psiquismo – la conciencia designa, siempre, una especie de sede donde todos los sentidos buscan acceso y reconocimiento. A partir de diferentes ángulos, ya mostré que, desde la perspectiva nietzscheana, eso no tiene el menor sentido . Pero, entonces, se podría preguntar, ¿cómo es que la consecuencia se protege de esos circuitos marginales, de las fuerzas impotentes en él aprisionadas bajo la forma de angustia? La primera forma de protección de la disociación: la consecuencia trata de mantenerse alejada del circuito en cuestión y del que acontece en él, actuando como un avestruz que esconde la cabeza en el pozo de arena. Sin embargo, no siempre lo consigue: las fuerzas reactivas tienden a diseminarse y a controlar cada vez más el psiquismo. Ella puede, entonces, tratar de transformar la interpretación de lo que acontece en el interior del circuito, para tornar más soportable la angustia o hacer que los acontecimientos sean más consonantes con sus valores morales. Pero todo eso puede no funcionar y las fuerzas reactivas pueden invadir la conciencia, obligándola a echar mano de una serie de malabarismos interpretativos, como la denegación, la formación reactiva, la proyección, la identificación proyectiva, entre otros. Todos esos mecanismos de defensa pueden ser vistos como construcciones interpretativas, maneras de transformar el sentido de las cosas para tratar de eliminar la angustia . Finalmente todos los malabarismos fracasan, la conciencia es entonces poseída por el circuito-esclavo: se torna prisionera de los recuerdos e, impotente para cualquier acción efectiva, busca salidas fantasiosas: la venganza imaginaria del Otro – transformado, entonces, en otro -, el odio hacia la realidad y hacia la vida, la envidia, la culpa – que puede ser proyectada o interiorizarse bajo la forma de mala conciencia. A través de la búsqueda de culpables, de la envidia y del odio, la conciencia alimenta alguna forma de venganza o construye otras salidas imaginarias para la impotencia que la domina .

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El sueño– Ése fue el sueño que yo tuve anoche, luego de terminar de escribir el decimocuarto aforismo, en una de esas noches agitadas, típicas de cuando estoy escribiendo alguna cosa importante y que exige aliento. Soñé que mi hijo Henrique, de cinco años, estaba trepado en un árbol alto, jugando con una cuerda. Hasta ahora, no me parece muy clara la forma en que él había dispuesto la cuerda, pero es como si ella debiese sustentarlo allá arriba y no lo hiciese. Entonces, de repente, con esa pícara carita y, al mismo tiempo inocente, de quien despliega un arte, él salta desde allá arriba y se estrella en el suelo. Yo sólo escucho el ruido del cuerpo golpeando y veo a mi mujer corriendo, afligida, para ver qué sucedió. Entonces, invadido por el pavor y la angustia, piensa: “Como mínimo, se de debe haber quebrado la columna”. Y me despierto. Pasé el resto de la noche bastante agitado y todavía me encontraba así cuando entré a mi sesión de análisis, me recosté en el diván y le relaté a mi analista el sueño. Lo que él me dijo, luego de frente, es que tanto Henrique cuanto mi mujer representaban, probablemente, partes mías y que, aunque todo eso figurase bajo la forma de acontecimientos externos, el sueño, probablemente hablaba de acontecimientos internos. Y que era posible que una parte mía más sensata, de mayor contacto con la realidad, tuviese mucho miedo de otra parte, más infantil y omnipotente, cometer actos insensatos y se estrella. Mi respuesta estalló tratando de recuperar “lo externo”: “Pero alguna cosa debe estar aconteciendo externamente para hacer estallar ese miedo y esa angustia…” Y antes de terminar la frase, fui llevado inmediatamente hacia mis escritos, el estado de agitación que me invade en el período en que estoy escribiendo, las noches mal dormidas de los últimos días. Y le dije: “Si pensara en mis escritos, tal vez todo eso que usted dijo tenga sentido; creo que tengo el mismo miedo de que cuando estoy escribiendo, no esté suficientemente seguro y pueda desbarrancarme de allá arriba”. Ante lo cual, él replicó: “Si usted estuviese queriendo forzar las cosas y no deja que maduren, está corriendo el mismo riesgo de perder contacto con la realidad, quedarse sin suelo”. Entonces, recordé que he tratado de forzar el ritmo de mi producción en función de los plazos de mi bagaje de investigación y por miedo a no lograr cumplirlos. Y me invadió una gran paz espiritual, como si me hubiese sacado un gran peso de mi pecho. “¿Entonces era eso? …” (el dragón es siempre menor y menos peligroso de lo que uno fantasea…) El resto de las asociaciones fueron surgiendo de a poco: el miedo a quebrar la columna tiene que ver con el hecho de estar cuestionándome la noción de represión, espina dorsal del pensamiento de Freud, como si, cuestionando esa noción yo corriese el riesgo de quedarme sin eje en mis formulaciones teóricas. Y el hecho de representarme como un niño pequeño, astuto, jugando, es un poco como me siento yo en el proceso de creación: jugando con mi lazo, pescando cosas y juntando todas ellas en nuevos arreglos, nuevas adaptaciones, tan osado y tan atrevido, a veces, como mi hijo Henrique cuando juega. Mi sueño representó todo eso en la semiótica propia al circuito que lo produjo: allí soy yo mismo un niño atrevido y escribir quiere incluso decir sortear las alturas y correr peligro; incluso la caída también será inevitable si yo no supiese enlazar mis argumentos y sustentarme en la posición en que me ubiqué. Ahí ninguna imagen sustituye representación reprimida alguna; lo que supuestamente estaría reprimido está presente en las imágenes y en las relaciones de equivalencias que se condensan o se desplazan por su intermedio. Así, la imagen de Henrique condensa: niño-escritor (criador-creador) — inocente-atrevido-intrépido; eso quiere decir que remite a todos esos sentidos sin sustituir ninguno por el otro. De la misma manera, la imagen de la cuerda se desplaza de varias formas sin cerrarse en ninguna de ellas – en la memoria ella se insinúa ora como lazo, ora como aquellas tramperas que levantan al animal por la pierna. Pero ese desplazamiento que mantiene la forma siempre en suspenso, no significa de modo alguno que exista ahí un significante encubierto y eludido; él es la propia posibilidad de que el sueño exprese el miedo por la falta de sustentación. El proyecto-de-lazo-que-no-se-torna-lazo-y-ni-nudo-y-ni-trampera representa, justamente, la hesitación, la inseguridad, la falta de acertar que impiden una elección más clara y segura de un camino y que están en la raíz del miedo: la presa como la trampera en la cual quedan suspendidas todas las formas. Si pudiésemos hablar ahí de contenido manifiesto y de contenido latente, tendríamos que decir que ellos se interpenetran, lo cual significa decir que esas categorías ya no son más distintivas de nada. Tal vez la mejor descripción del sentido del sueño sea afirmar que él está en constante devenir, que no se concluye en ninguna imagen, no se cierra en ninguna forma, y que él es también un devenir múltiple, abriéndose en innúmeras redes asociativas, construyéndose por varias líneas de fuerza, lugar donde la interpretación del psicoterapeuta representa siempre un intento de traducir, reconstruir en palabras, ese movimiento originalmente imagético. Nietzsche ve en las imágenes del sueño la forma de raciocinio del hombre primitivo, que también subsiste en nosotros: “La nitidez perfecta de todas las representaciones oníricas, que resulta de la creencia absoluta en la realidad de ellas, nos recuerda, a su vez, ciertos estados de humanidad primitiva, en el cual la alucinación era extremadamente frecuente y se apoderaba, muchas veces, al mismo tiempo, de comunidades, de pueblos enteros. Así pues, nosotros rehacemos de lado a lado, en tener sueño y en el sueño, la lección de un estado anterior de humanidad . Es esa parte arcaica de la humanidad que, en el sueño, sigue actuando en nosotros, pues ella es el fundamento sobre el cual la razón superior se desarrolló y se desarrolla aún en el hombre: el sueño nos lleva de vuelta a estados atrasados de la civilización humana y nos proporciona un medio de comprenderlos mejor” A partir de ahí – y de otros varios argumentos – puede decir: “¡Nada te es más propio que tu sueño!” ¡Nada es más tuyo que esa obra! ¡Materia, forma, duración, actores, espectadores – en esas comedias eres completamente tu-mismo! Y es precisamente allí donde tienes miedo y vergüenza de ti, y ya Edipo, el sabio Edipo y, sabía sacar un consuelo de la idea de que nosotros no tenemos poder sobre lo que soñamos! De ahí, concluyo que la mayor parte de los hombres debe ser conciente de tener sueños abominables. ¡Si fuese de otra forma, cómo el hombre habría sabido explorar su nocturna fantasía poética para nutrir su orgullo! ¿Debo agregar que el sabio Edipo tenía razón, que nosotros no somos realmente responsables de nuestros sueños – como así tampoco de nuestra vigilia – y que la doctrina del libre-albedrío tiene por padre y madre el orgullo de los hombres y su sentimiento de potencia?” Dentro del mismo espíritu, Zarathustra hablará de su sueño con cariño y devoción: “Mesurado para quien tiene tiempo, pesadillesco para el buen pesadumbroso, sobrevolador para alas fuertes, descifrable para divinos cascanueces: así mi sueño encontró el mundo. Mi sueño, navegante audaz, medio barco, medio borrasca, silencioso como las mariposas, impaciente como los halcones-reales: como hoy, entretanto, tenía paciencia para pesar el mundo” Pues la función del sueño, situada en la propia génesis y constitución de la razón civilizada, será pesar el mundo, valorarlo: más allá de nuestros preceptos morales, quizás reencontrando un poco la inocencia perdida del niño”

Fragmento del libro, “A Psicoterapia em busca de Dioniso: Nietzsche visita Freud”, Escuta Editora, São Paulo, Brasil, 1994.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras Buenos Aires, 30 de julio de 1999

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