Describiré algunos cuadros del S.I.D.P.A. con títulos alegóricos o simbólicos, que sintetizan el cortejo sintomático y los signos comentados con frecuencia en mis grupos de Covisión. Estos comentarios que parecerían no ser pertinentes a la tarea clínica forman parte de ella cuando dejan de ser comentarios de café para convertirse en objetos de estudio en el Aula Taller, configurando como nos enseñó Pichón Rivière, los cuadros diagnósticos para una Psicología y Psicopatología de la vida cotidiana de los trabajadores en Salud Mental
I. ESTILO PORTERO ELÉCTRICO.
Hay una tendencia de los pacientes privados de terapia grupal a no tolerar el estar con el otro escuchando en silencio, sintiendo que el otro al hablar, le está ocupando un espacio para poder expresar sus propios problemas . Es quizá un plus suministrado por la SECUELA DEL SILENCIO. Como en la información mediática, donde es lo mismo lo trágico que lo banal, en la máquina de producción de subjetividad singular o grupal, se puede reproducir un zapping psicológico, una imposibilidad de respetar la pausa. El sentido de la pausa es reponer la diferencia que la sobreinformación y las noticias, barren en el que escucha y mira. Se acrecienta la voracidad del “me toca a mí”. Sin darse cuenta que del silencio, si sabe esperar, seguramente podrá ser hablado por los otros, a través de las multiplicaciones resonantes o de los discursos ajenos. Pausa de la que surgen las voces de las diferencias conectadas entre sí. Un anticuerpo para la soledad. En lugar de esto, se observa una tendencia de “me toca a mí, es mi turno”. Donde cada uno espera que hable el otro y termine lo antes posible, para que no le quite tiempo a su discurso. Esto organiza un sistema de comunicación donde sólo puede hablar uno por vez: es el sistema Portero Eléctrico. Otro tema conectado con este es la dificultad de cobrar un honorario grupal. En los grupos, lo de cada uno podría ser responsabilidad de los demás … menos el dinero. Cuando alguien sufre, todos o casi todos apoyan y a todos les concierne, aún cuando solamente se trate de llegadas tarde, o de ausencias que desfiguran las condiciones de seguridad psicológica del encuadre. Pero cuando alguien debe dinero, me debe a mí, es un problema del que me debe, no tratable en grupo, sino privadamente conmigo, pues cada uno paga “a la americana” lo suyo, como lo que se consume cuando van a tomar un café al bar de la esquina. Esto se ha exacerbado con el daño psicológico de nuestro tiempo y la exasperación que producen las incertidumbres, propias del ajuste económico en el actual modelo neoliberal que nos gobierna. Hasta 1976, era norma común, tanto en los grupos de estudio como terapéuticos, que conducía en la práctica privada, la designación de un rol de “tesorero o recaudador” (rotativo) que se ocupaba de conducir entre los integrantes, la recolección de mis honorarios, las colectas para materiales diversos y proponer soluciones compartidas frente al inconveniente económico que pudiera presentar algún o algunos integrantes. En la actualidad, desde que retorné en 1986, esto ha sido impracticable en nuestro medio, donde se naturalizó que a nadie le compete hacerse cargo de los problemas económicos de sus compañeros de grupo.
II. RESONANCIA Y REBOTE.
Lo íntimo exhibido públicamente es incoherente, provoca la mirada obscena, ya que no hay nada que en sí sea obsceno, sino se habla de alguien que lo muestra para provocar una mirada o una escucha obscena. En los grupos con seguridad psicológica, lo íntimo, al socializarse, deja de ser íntimo para ser personal. Y al ser personal, corresponde con su singularidad a la subjetividad grupal, resuena en la intimidad de cada uno, en lugar de rebotar como un boomerang que retorna o como contra un frontón que lo devuelve sin incorporarlo. La dinámica circulatoria de estas intimidades, al hacerlo de esta forma, es decir, resonando, se diferencia del Streap-tease, donde el que se desnuda muestra el cuerpo y el que mira está en la oscuridad. En una sesión, cuando alguien pide ayuda o plantea un problema personal y cada uno, en lugar de resonar con el otro desde su diapasón vibratorio personal, se lo rebota proponiéndole precozmente soluciones, dándole consejos o haciéndole interpretaciones sobre su conducta, allí no hay grupoanálisis operativo sino un “psicoanálisis individual en público”, donde se acentúa al antedicho síndrome de Portero Eléctrico y que suele hacer sentir a alguno o algunos pacientes que han pasado toda la sesión sin haber tratado “su” problema y pensando que lo que le convendría serían sesiones individuales.
III. SÍNDROME DEL TRUCO:
Sigue en el comportamiento cotidiano las reglas de nuestro juego de naipes vernáculo: el Truco, donde es premiado el que miente mejor, con distintas variables:
a) La primera vale oro. Denuncia cuánto se ha naturalizado la mentira implícita en toda promesa, visible en todo aquel prestador que promete realizar un trabajo y lo hace bastante o muy bien, la primera o las primeras veces, hasta que se asegura que el usuario está enganchado, entonces deja de cuidar el vínculo y de cumplir lo prometido, puesto que en ese tiempo, lo mejor de sí mismo está dedicado a enganchar a otro cliente. Esta seducción vincular es para tomar en cuenta, sobretodo en los vínculos más cercanos (parejas, padres/hijos, amigos, etc.), donde la infección pude volverse catastrófica, por la incoherencia de tratar mejor a quienes no conocemos o que no nos quieren y de maltratar o descuidar a quienes estamos seguros que nos quieren.
b) Quedarse con el quiero: En el juego del Truco el que canta primero (envido, truco) queda a merced del que tiene que contestar y por eso, tiene menos chance de definir el juego, ya que el que debe contestar, tiene tiempo para pensar, especular y decidir si acepta, retruca o posterga. Quienes lo padecen son aquellas personas que atienden directamente al teléfono sin saber quienes llaman, a diferencia de aquellas que tienen el contestador automático puesto por principio y que si escuchan la voz de alguien con quien quieren hablar, recién entonces descuelgan el auricular y atienden. El padecimiento se da en el sedentario (el que atendió directamente) cuando el otro, el nómade por derecho propio, por su autodesignación, le pregunta qué está haciendo, si piensa salir, cuáles son sus horas libres, etc. Si el sedentario que ha respondido estas preguntas invita al nómade que lo llamó para salir tal día, a tal hora, el nómade tiene tiempo de contestar si ese día está ocupado, o inventárselo si no quiere salir ese día, o que a esa hora no puede, o que lo tiene que consultar con su pareja, para saber si esta no había hecho otro compromiso. En una palabra: se queda siempre con el quiero. Y para fijar aún más el sedentarismo, cuando el sedentario le pregunta si está en su casa y si lo puede llamar más tarde, el nómade “par lui même” , generalmente contesta: -“Te estoy llamando desde la calle, no sé cuando vuelvo, probá, o mejor te llamo yo en cuanto pueda”. Si el nómade comenzó la comunicación con la frase: -“¿Y qué es de tu vida, cómo van tus cosas.?”, es muy probable que cuando el sedentario termine de comentarle su vida y milagros, y le pregunte al nómade: -“¿Y vos cómo andás?”, no reciba más que una respuesta monosilábica o que cierra: -“Bien”. “Normal”. “Luchando”, cerrándose así una comunicación donde uno informó todo y no recibió nada sustancioso a cambio. No fue simétrico. Es que esta manipulación tiene como objetivo fundamental eludir la simetría vincular, y mantener la frase: “lo tuyo es nuestro y lo mío es mío”. El hombre es esclavo de lo que no calla y hoy, como en el truco, “el que canta primero pierde”.
IV. SÍNDROME DEL INTERROGADOR: “LOS ARGENTINOS NO PREGUNTAN, INTERROGAN”
(observó un amigo danés cuando visitó la Argentina). Variante del síndrome anterior. La mayoría de los adultos no saben hablar con un niño si no lo someten a un interrogatorio inacabable. ¿Cómo te llamás?, ¿Cuántos años tenés?, ¿A qué escuela vas?, ¿En qué grado estás?, ¿Te gusta tu nueva hermanita?, etc. Y los niños tienen que someterse, a veces con una paciencia que pocos adultos tendrían, a las encuestas insólitas de personas adultas que sólo saben acercarse de esa manera. No preguntan para saber sino para extraer del niño palabras de su boca. Y el niño suele responder con una contestación monosilábica que cierra y obliga al interrogador a realizar otra pregunta o a abandonar la tarea de hacerse amigo. Hay personas que cuando nos llaman, nos tratan como si fuéramos niños, interrogando. No saben cómo relacionarse con nosotros de otra forma aunque quisieran.
V. SÍNDROME DEL LOCUTOR. Es lo contrario del anterior, especie de sordera psicológica donde el que habla, lo que necesita no es diálogo sino audiencia. Podríamos dejar el teléfono sobre la mesa, ir al baño y volver y no se darían cuenta. Hablan para depositar sus angustias y comentarios en el silencio de la oreja de quienes los escuchan y pueden hablar largo rato sin necesitar una pausa, una opinión nuestra, un comentario. Parecería, cuando han escuchado alguna respuesta nuestra que hubieran escuchado y entendido, pero la secuencia de su discurso muestra la apariencia de su propia escucha, como una excusa para poder seguir hablando. -“No dialogan, locuyen”, -diría mi amigo el danés.
VI. EL SÍNDROME DEL GLADIADOR. LA NARCOOFERTA Y EL MALTRATO EN LA ASISTENCIA Y EN LA FORMACIÓN DEL TRABAJADOR EN SALUD MENTAL.
El capitalismo neoliberal instaló una ética feroz en la guerra por la supervivencia al plantear una competencia de todos contra todos: el Síndrome del Gladiador. Dos amigos son adversarios en la carrera de la oferta y la demanda. No se puede actuar como aliado con otro panadero en la misma cuadra. Va contra los propios intereses. Ética antisolidaria, anti red, de supervivencia individualista. Terapeutas y pacientes, terapeutas entre sí, pacientes entre sí, se acostumbran a desconfiar mutuamente cada uno del otro y la conexión es tan efímera como lo son los contratos temporales en el mercado de trabajo. Los estragos que la bomba financiera hizo sobre la cultura del trabajo al plantear el valor relativo y prescindible de la producción (cierre de empresas, de fábricas, ventas de factorías, etc.), también se han hecho presentes en la dinámica vincular del campo de la Salud Mental. Y la desesperación por trabajar se patetiza en la avalancha de ofertas de grupos de estudio o de tratamientos psiquiátricos, psicoterapéuticos, de terapias alternativas, etc., publicitadas en lo periódicos de más raigambre intelectual. Buscar trabajo, en lugar de esperar que el trabajo venga a golpearnos la puerta, no sólo es legítimo sino ponderable. Porque ofrecerse a trabajar prestando servicios, en nuestro caso, cursos para la formación de colegas y de discípulos que los precisan y sesiones para pacientes que necesitan asistencia y no pueden enterarse donde se suministra la misma, es digno. Es digno, digo, querer trabajar, no debería dar vergüenza. Vergüenza debería dar no querer trabajar, querer robar, y sin embargo, algunos prestadores psicológicos cuando se ven en el medio de una hoja atiborrada de avisos de las más variada pelambre pueden sentir pudor como si se estuviera realizando más una desesperada caza de clientes que una libre oferta de servicios. Es que la desesperación por conseguir alumnos y pacientes ha desencadenado una verdadera carrera de avisos publicitarios en los periódicos y revistas, a tal punto que el lector suele quedar mareado ante tamaña y polimorfa oferta que muchas veces ha dejado exangüe los bolsillos del anunciador (con magro resultado, por cierto) y llenos los de la publicación (periódico, revista) que los anuncia. Por otra parte, muchos profesionales no pueden llegar económicamente a este tipo de difusión y muchos otros se sienten remisos a vender su tarea de esta forma y en estas condiciones. Lo que pasa es que cada uno piensa: – Si éste anuncia, ¿cómo no voy a anunciar yo? Y a los usuarios se les plantea: ¿por qué no probar? Siguiendo la lógica de pandilla adolescente que instaló el Mercado, por la cual no es tanto que la gente quiera estar dentro de los cursos y terapias, lo que no quiere es quedarse afuera. Estar adentro para no quedarse afuera. El miedo a perder el tren. Y esto tiene patas cortas. Para más y siguiendo las costumbre del resto de las ofertas mercantiles en todos los rubros, se ha naturalizado por parte de los prestadores en Salud Mental la mostración gratuita sin ningún compromiso de continuidad. Y aunque esto es una “libertad” para la defensa del consumidor, ha convocado, a su vez, un daño psicológico que aparece sin cesar entre usuarios y prestadores en el campo de la Salud Mental: es el “Toco y me voy” tan vistoso en el fútbol y tan doloroso al no garantizar la seriedad del trabajo en nuestro campo. Por parte de los pacientes ha fomentado un deambular extenso de hipocondríacos, de pacientes resistentes al Psicoanálisis o de cualquier terapia procesal (prolongada), que, a la búsqueda de un lifting psicológico que lo ponga o reponga en el circuito del éxito, van probando de terapeuta en terapeuta sin darse a sí mismos y a sus terapeutas el tiempo necesario para crear y atravesar las crisis que necesita toda estructura enferma cuando es enfrentada, movilizada por el compinchaje mutuo que usuarios y prestadores acuerdan para la cura (y no como los matrimonios suecos que se separan antes o en el comienzo de las crisis). En lugar de esto, y estimulados por los modelos que absorben desde los mass media, muchos pacientes acuden demandando el travestismo, la adquisición de identidades pret a porter, todos alimentos propios del fast food para la formación y la terapia en la Psicopatología de la vida cotidiana. Así es frecuente el abandono sin aviso previo del paciente, que muchas veces ya ha iniciado otro tratamiento con algún colega de esos que no pueden rechazar trabajo o que no se toman el tiempo y el riesgo de comunicarse con el terapeuta abandonado. Amparados por la consigna “ética”: “el paciente está primero que el colega”, transportan la infección subyacente: “el cliente siempre tiene razón”. En los casos de la formación de terapeutas, igualmente se da una oferta que convierte al vendedor en esclavo de la aceptación de su consumidor, fomentando una movilidad en el alumnado, que va y viene, sin saber bien lo que quiere y que en muchos casos, suele abandonar los cursos antes de llegar a saberlo. Y así docentes y alumnos se acostumbran a contratarse mutuamente con “contratos basura” que son mejor que nada y que siempre están a la espera de otra cosa mejor. La ley del amo y del esclavo se invierte según las situaciones. Cuando es la hora de consumir servicios, el que los presta satisfaciendo la demanda del usuario es el amo, a la hora de concurrir a continuar el proceso iniciado y/o a la hora de pagarlo, el que los recibe, paciente o el alumno, es el amo. Pero ambos son esclavos del efecto sórdido de una cultura de feroz sobrevivencia laboral: “La Cultura del Raviol, de la Narcooferta: el primero te lo regalan, el segundo te lo venden.” Todo vale, vale todo también en prestadores y usuarios. La vocación de los prestadores, es un recuerdo de las épocas románticas. Y a veces es arbitrariedad que se visualiza en el sometimiento que se impone a los pacientes, junto con la mecanización burocrática en el trato: el Maltrato (como dice Ulloa, cultura de la mortificación). Estos deberían ser puntos de estudio en el programa de Medicina Legal, ubicando el Maltrato como una enfermedad profesional, tal como fue la silicosis en los pulmones de los mineros o la artrosis en la mano de un oficinista, de un escribiente.
VII. EL SÍNDROME DEL CICLISTA.
Variante del anterior. Los terapeutas consigo mismo inclusive desarrollan maltratos (al igual que los usuarios, alumnos o pacientes), ayudados por un derivador de trabajo (Institución en la que trabajan, autoridades de la especialidad o amigos cercanos que lo recomiendan a los que no se puede decir que no), capturados muchas veces por la responsabilidad de satisfacer la urgencia institucional, asistencial o formativa o por la imagen positiva que quieren mantener con su derivador en un momento en que por razones de imagen o de cortesía, son humanitarios con pacientes y alumnos y deshumanizan la relación consigo mismos imponiéndose esfuerzos hercúleos de tolerancia, que muchas veces consiguen lo contrario. Es el Automaltrato en que suele caer el prestador que necesita trabajo, que no lo puede rechazar por disposiciones en la institución en la que trabaja, razones de imagen en el Mercado de Valores o simplemente porque rechazar trabajo es un lujo para privilegiados. Así se ve que igual que los pacientes y alumnos a los que pretende curar y enseñar, ellos también pedalean y pedalean sin cesar, sobrepasando los límites de su propia fatiga, desoyendo los síntomas del estrés por que temen que si dejan de pedalear, se caen. De todas maneras, de vez en cuando se caen con enfermedades varias que le legalizan (en el mejor de los casos) algunas horas o días de descanso: es el Síndrome del Ciclista.
VIII. INDIVIDUALISMO A ULTRANZA O EL SÍNDROME DE BUFALO BILL.
También entre pacientes y alumnos hay maltrato cuando el “espíritu de cuerpo” no traspasa la piel del propio cuerpo. Hay una anécdota que circula en el Oeste americano que cuenta que Buffalo Bill no tenía tan buena puntería, sino que, conocedor del comportamiento autista del búfalo -que sólo reacciona con alarma cuando algo le hiere la propia piel- se acercaba sigilosamente a cada búfalo para dispararle un tiro de gracia en la cabeza. Y así iba matando tranquilamente a cada búfalo de uno en fondo, mientras los demás que no habían sido tocados por la bala, seguían pastando sin inmutarse. Una versión norteamericana de las advertencias de Bertold Brecht: “Ayer vinieron por aquel, hoy por éste, mañana vendrán por ti.”. Ver antes el Síndrome del Portero Eléctrico que lo ejemplifica para la Psicoterapia y para los grupos de estudio.
IX. SINDROME AUTISTA DE NUESTROS TIEMPOS.
El autismo es el encierro en sí mismo. No confundir con una persona sobria, parca y reservada. Adopta dos formas: el introvertido, con su apariencia de concentrado, reflexivo aunque no piense nada: el austista ensimismado y el extrovertido, con apariencia de facilidad para comunicarse socialmente pero, que siempre guarda un sector de su ser, que no comunica, es el autista expansivo. Ambos, a veces se entonan con alcohol para poder ir a una fiesta y conectarse socialmente. No siempre somos tan agrupables y sociales como parecemos, podemos ser autistas expansivos y hablar por oficio, como los boxeadores, que knockeados, continúan peleando por reflejos hasta el final del match. Estos comportamientos pueden darse como rasgos de carácter o como patologías (neurosis, psicopatía, psicosis y perversiones) y toman el nombre del núcleo de predominio que domina la acción de su portador.
a) Autismo Confusional: Es un autismo distraído porque necesita hacer zapping en sus sentimientos, en sus movimientos, en sus pensamientos, en su voluntad, en su memoria, ya que todo estímulo que lo fija o lo encierra, lo asfixia (sea o no sea claustrofóbico). El confuso confunde al otro, hasta en el diagnóstico. Una forma de defensa de la confusión, es la paranoia, que pone orden en la confusión y restituye una identidad (“ese a quien persiguen soy yo”). El confuso lo es por distraído y en su forma psicopática deposita su confusión en quien lo escucha, lo observa o trata de entenderlo. No sufre por su confusión. Hace sufrir o reír al otro que lo observa. El autista confusional, en su deambular permanente, puede llegar a reírse o a irritarse y sólo se conmueve por su distracción cuando la consecuencia es catastrófica. Pero en la forma neurótica (personalidad distraída), la preocupación por su confusión dura segundos, pues su atención ya ha sido requerida por otro foco. Y es sólo en la forma psicótica que su incoherencia lo derrota. Cualquier forma de inmovilidad es aburrida y le hace sufrir el horror al vacío. Olvida las cosas a cada rato, en un incesante juego del fort-da de la memoria. Y cuando deben orientarse, habitualmente lo hacen en dirección contraria, ya que tienen un trastorno que no es sólo una dificultad de recordar, de la memoria sino una dislexia que les hace decir o hacer frecuentemente lo opuesto a lo que quieren nombrar o hacia dónde se quieren dirigir, y que llamo Diseumnia.
b) Autismo Esquizoparanoide y Narapoia: El esquizo puede ser una persona sobria y parca que, tratado por un terapeuta impaciente que no tolera el silencio, es bautizado como tal. Pero recordar que en la forma autista prefiere viajar a su interioridad que ser invadido por los estímulos exteriores, siempre potencialmente peligrosos para él. Hay modalidades que cuando depositan la molestia de sentirse observados en uno o más observadores, invierten el pánico de escena, produciendo pánico de observar a quien está en la escena, lo que Emilio Rodrigué llama narapoia o paranoia al revés. Los narapoicos son personas que siempre “te hacen sentir en falta”, como si hubieras metido la pata diciendo o haciendo algo que no correspondía y de lo que no teníamos conciencia. O de no habernos dado cuenta de algo de lo que deberíamos habernos dado cuenta. Sus preguntas, hechas como el pasar, nos producen la sensación de estar siendo sometidos a un interrogatorio capcioso, por el que seremos “pescados en falta”, por el que seremos descubiertos en algo que queríamos ocultarle.
c) Autismo Melancólico: Narcisismo negativo u omnipotencia al revés: “No tengo remedio, tengo la culpa de todo y nadie me puede ayudar.” El autocompasivo, no funciona como máquina agenciable. Te quiere y no te culpa, sólo se acusa a sí mismo. Te deja impotente para ayudarlo, te hace sentir que nada de lo que le des le devolverá la alegría. Es impenetrable y por eso es autista. Su manera de no aceptar nuestras proposiciones es posponerlas con el: “sí…puede ser…quizás más adelante…” Así cuando nuestra propuesta intenta abrir “su puerta para ir a jugar”, su respuesta vaga y parca la cierra con llave. En el Sindrome de Atila o Autismo Melancólico Caracteropático, se observan conductas autodestructivas e inconscientes de quienes, culpables por haber nacido, actúan como si tuvieran que pagar eternamente su “impuesto al nacimiento”. Se registra en pacientes que son hijos únicos o hijos últimos (los menores) de una madre que no pudo fabricar más bebés después del nacimiento del paciente. Es decir, en personas que alimentan la “novela” con respecto al útero materno que, como se decía de Atila, “por donde él/ella pasó, no creció más el pasto”. Y aunque no tienen la culpa por haber nacido, se hacen castigar o evitan el éxito vital como si la tuvieran. Como si no merecieran la felicidad como cualquier otra persona.
Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.