La primera vez que escuché el nombre del doctor Alfred Tomatis (1920-2001) me encontraba en el inicio de mi formación como eutonista. La persona que lo nombró era la eutonista Rosa Spekman, monja, sorda y, para mi sorpresa, directora de coros. Ella fue tratada por este médico, y “su” Eutonía reflejaba los conocimientos que había incorporado en el tratamiento con el método Tomatis.
Escribe Tomatis, en su libro Pourquoi Mozart?, que el oído es el nexo entre el hombre, su conciencia, su espíritu y el medio que lo rodea. Él plantea que la espiritualidad podría tener una base fisiológica. El sentir que hay algo en lo alto puede que se deba al hecho de que nuestros huesos nos lo dicen a través de nuestros oídos, en una estrecha relación con la postura de la escucha perfecta. El sonido no se produce en la boca, ni en la laringe, sino en los huesos. La voz estimula la conducción ósea, produciendo una vibración que reverbera el sonido dando la impresión de que éste se origina en el exterior. Tomatis hace la analogía con la manera en que la acústica de una iglesia contribuye sutilmente a la sensación de espiritualidad, al producirse la reverberación y la amplificación de las frecuencias altas para dar la sensación de que el sonido no proviene de un único punto identificable, sino de todas partes, por encima de nosotros.
Según Tomatis, en la postura de escucha perfecta el cuerpo se alarga acentuando la verticalidad a la manera de las catedrales góticas. Es el laberinto vestibular del oído el que mantiene el equilibrio de nuestros músculos y articulaciones para sostener la postura erecta en contra la gravedad.
Rosa Spekman, luego de un trabajo sutil de localizaciones corporales, de tacto y contacto con los huesos, nos proponía ir a la búsqueda de algunos sonidos.
Busquen en la garganta, en la boca, en los labios, un sonido “e”, nos decía. Ensánchenlo hasta las clavículas. Pronuncien una “e” como si algo no les gustara. Boca arriba, piensen el sonido “e” y cierren la boca como si no pudieran decirlo. Pronuncien una “e” hacia las clavículas. Ahora una “o” desde la pelvis. Giren la cabeza, ¿adónde quiere ir la cabeza cuando los brazos se mueven en diferentes direcciones tirados por los bueyes-dedos? Emitan un sonido “a” con desprecio, desde el índice, y un sonido “a” de aceptación, con el pulgar. Intenten detectar sus consecuencias en el cuerpo: ¿Cómo pondrían los brazos en la “a”? ¿Dónde está la “u”? ¿Notan qué pasa con el diafragma cuando pronuncian la “o”? En las afonías el diafragma sube de golpe. La “i” es gentil, la “a” amplía el espacio de los brazos, la “o” transcurre en el “cilindro” entre la base de la pelvis y el paladar, la “u” ¿de dónde viene la “u”? Jueguen a la “u” entre el pubis y el sacro.
Nos hacía emitir sonidos donde se mezclaban nasales y guturales, por ejemplo “ng”, “nk”, que registrábamos sonando en el cuerpo de las vértebras cervicales hasta toparnos con la primera vértebra cervical, el atlas, allí donde se piensa el sí. Lo hacíamos a veces con la nariz tapada, también boca arriba con la cabeza apoyada sobre una almohada y sin almohada, de costado, etcétera. Nos pedía que orientáramos los sonidos en direcciones variadas desde el interior de la cabeza.
La Eutonía de Rosa Spekman fue muy diferente de la que recibí de otros eutonistas. Tal vez por su sordera fue una Eutonía musical, alegre y conmovedora.
Las mil y una eutonías nuevamente…
Fragmento de las Apostillas de Susana Kesselman al libro Conversaciones con Gerda Alexander de Violeta Gainza