El ritmo de la vida tiene su pulso endógeno y exógeno.
Es por eso que necesito pulsar y expulsar para expandir mis contenidos y así poder fluir en otra dirección expansionando mi conciencia de ser.
Creo que pierdo el pulso de mi vida cuando mi máquina queda trabada sin poder recepcionar, algo traba, y no puedo ni definir, ni discriminar, menos dividir para luego multiplicar. ¿Qué es lo que me detiene? ¿Porqué tanto miedo a los fantasmas?
El contenido está en el plano de la fantasía o mundo onírico.
Y es allí donde quedamos paralizados como disco rayado, haciendo el mismo ruido, nos volvemos quejumbrosos y opacos, manejando las circunstancias con nuestros climas anímicos, somos como marionetas detenidas en el ayer. Repetimos ciegamente los rituales vacíos. Estamos, dejamos de ser.
Cuando lo que nos mueve es la nostalgia de lo que no pudo ser, nos quedamos llorando el Paraíso perdido.
¿Pero si me traslado hasta el borde de mi escena capturante y me pregunto?
Tal vez observe obedeciendo ciegamente a un surco de la historia que ya no tiene vigencia en la articulación con la vida en su devenir otro, pájaro, animal, mujer.
En esta articulación entre la historia y el pulso rítmico de la vida, encuentro un equilibrio dinámico que me invita a danzar sobre la cuerda floja, en un acto entre la ÉTICA y la ESTÉTICA, que me posibilita operaciones artísticas de intensidades abiertas, desafiando mis propios umbrales de tolerancia a la extrañeza.