Aproximaciones Tímidas a una Teoría de la Felicidad
Por Emilio Rodrigué
-¿Cuál es el secreto de su serenidad? -preguntó el discípulo.
-Cooperar incondicionalmente con lo inevitable -respondió el Maestro.
¿Existe un final de analista del mismo modo en que existe un final de análisis? Voy a hablar desde la Biografía de Freud que acabo de concluir. Ahí digo:
Se suele decir con Nietzsche que:
El hombre puede estirar al máximo su conocimiento, teniendo la impresión de ser todo lo objetivo posible, mas, en última instancia, él sólo produce su propia biografía.
Toda biografía es una autobiografía.
Concuerdo con una salvedad. En el prólogo digo: “Escribiendo mi Freud, durante casi seis años, yo fui analizado, día y noche por Freud. Yo me interpreté, interpretándolo. Entré en una sintonía envolvente intersubjetiva, como quien afina un tambor más allá de cualquier simbiosis. Es un ideal alquímico, lo sé. Pero, piense bien, a diferencia de la historia, la biografía es el arte de ser el otro que soy yo. Esa identificación fascinada y fascinante no se encuentra así nomás, en el acaso de una noche trasnochada. Proviene de una larga caminada; a veces pienso que se trata de una iniciación, donde la idea de posesión no está ausente. De una cosa estoy seguro, yo no salgo de esta el mismo.
Para escribir esta historia fue menester ir dando pasos al tanteo, pasos casi imposibles de dar, y saltar fuera de la transferencia de discípulo. Escribir de ese modo, entonces, implica un proyecto intelectual donde se intenta salir de la transferencia, a fuerza de abusar de ella, quebrando el espejo. En la última década, me cuestioné como esto todo poderla acabar.
O sea, mi biografía de Freud toma cuerpo como rito de pasaje hacia eso que denomino final del analista. No soy más el mismo en esa esquina donde el viento dio la curva…
… Para concluir quisiera presentar una historia de vida.
Soy un adulto adúltero, de inconsciente huérfano, jubilado de todas las responsabilidades previsibles. Sabio como borracho sublimado en catador de vinos. Ladrón urbano que se apropia de la playas de Itapoa, para dialogar con las palmeras. Soy un solitario, un nómade, con el rigor de la locura. Soy un psicoargonauta que navega como forma de vida, unido en la transversalidad de un clan que muere en los aeropuertos. Viejos enamorados sin tiempo. Mi navío encalló en Bahía, tierra de la felicidad…
Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.