El filósofo y psicoanalista francés propone el desdoblamiento de la ecología para que -además del medio ambiente- sean también defendidos de la degradación el equilibrio mental y las relaciones sociales.
Para una ética de lo real
La degradación del planeta está presente también en el vaciamiento de las subjetividades. Y, para enfrentarlo, las idealizaciones de nada sirven.
Suely Rolnik
He aquí Guattari nuevamente, entre nosotros. Esta vez con la ecología. ¿Pero de qué ecología se trata?.
Como él mismo nos advierte, no se trata por cierto del folklore arcaizante de grupos de bondadosos amantes de la “naturaleza”, ni de una nueva especialidad y sus graduados. No se trata de recuperar especie alguna de supuesta naturaleza perdida, que el avance tecnológico nos habría robado. Porque si lo que está en cuestión es la degradación de la vida en el planeta, su objeto no es una supuesta esencia sino, por el contrario, la posibilidad de que la vida siga produciendo nuevas formas. Y esto nada tiene que ver con especie alguna de “paraíso” -ecológico o de otro tipo- a ser reconquistado. Lo que está en cuestión no es el avance técnico-científico -éste, además, es muy bienvenido para el autor- sino lo paradójico que las conquistas en este terreno no estén siendo apropiadas por las fuerzas sociales y políticas, como medios de avance también en el terreno de la vida individual y colectiva. Esta, por el contrario, viene siendo objeto de una degradación tan o más alarmante que la del medio ambiente. Aquí Guattari va más lejos en su ecología. Ella se desdobla en tres, indisociables: ecología del medio ambiente, ecología mental y ecología social. Tres dimensiones de la realidad que sufren los mismos efectos de degradación -tres objetivos de lucha, hoy.
En un cierto sentido, no es tan nuevo ver estos tres registros asociados. En verdad, Guattari rescata la radicalidad originaria de la ecología en su inspiración contracultural: en aquel momento -años ‘60- se tomaba conciencia de los efectos de desequilibrio producidos por el “progreso”, no sólo en el medio ambiente sino también en la existencia individual y colectiva. Tal inspiración quedó un poco perdida en el boom de la ecología, sobre todo en los ‘80. Pero al rescatarla -he aquí su innovación- Guattari lo hace dejando de lado la paranoia anti-tecnológica y, su corolario, la romántica idealización de la naturaleza, presente en aquel movimiento, naturaleza no sólo del medio ambiente sino también de los modos de vida y del deseo (la creencia ingenua de que existiría una espontaneidad del deseo que nos habría sido robada por los avances tecnológicos y que, siendo así, se trataría de reconquistarla). Por el contrario, sabemos que para Guattari el deseo nada tiene que ver con especie alguna de esencia espontánea sino más bien con artificio, creación de sentido, producción de mundo.
¿Entonces, qué sería degradación mental y social?. Guattari se refiere por ejemplo, al vacío de la subjetividad cada vez más absurdo y sin recurso, que se vive hoy en el planeta. En este libro, él señala entre algunas de las causas de este vacío de sentido, los siguientes factores: 1) exacerbación de la producción de bienes materiales e inmateriales, en detrimento de la consistencia de territorios existenciales individuales y colectivos. 2) el crecimiento de los recursos técnico-científicos acompañados sin embargo por una degradación irreversible de los operadores de regulación social. 3) el hecho que la enunciación subjetiva se ubica necesariamente cada vez más con el desarrollo de las máquinas productoras de signos, de inteligencia artificial, etc… de ser cada vez más necesario recurrir a una producción subjetiva creacionista, a una inteligencia de iniciativa, sólo que en pro de la producción de una subjetividad al servicio de lo que Guattari denomina CMI (Capitalismo Mundial Integrado, el capitalismo post-industria), en pro de la producción de agregados subjetivos macizos, que implica que se trabe cualquier proliferación creativa.
Para el autor, un cierto tipo de producción de subjetividad es condición para el funcionamiento del CMI, tanto como un cierto tipo de producción económica. El considera que, evidentemente antes del CMI, la subjetividad también era capitalizada pero que este hecho aún no había alcanzado la importancia que tiene en la actualidad y, por eso tal vez se justifique que los teóricos del movimiento obrero y los cuadros políticos no lo hayan tomado como objeto de reflexión y de lucha. Pero Guattari hoy alerta que, mantenerse en este desconocimiento dogmático es irresponsable y peligroso. Se torna indispensable conjurar el crecimiento entrópico de la subjetividad dominante.
La salida para la crisis de nuestros tiempos, preconizada en este libro, implica en la articulación de una subjetividad en estado naciente, un socius en estado mutante y un medio ambiente en el punto en que puede ser reinventado.
¿La salida implica otra concepción de lo político?. ¿Cómo sería esto?.
Foucault, en un texto intitulado Por qué investigo el poder [1] afirma que la economía política y la historia económica nos suministraron instrumentos para comprender las relaciones de producción, la lingüística y la semiótica las relaciones de sentido, pero en cuanto al poder sólo disponemos de instrumentos para comprenderlo desde un punto de vista jurídico (¿qué legitima el poder?) e institucional (¿qué es el Estado?) pero no para comprenderlo en cuanto “técnica de subjetivación”.
Comprender el poder en esta dimensión es, por ejemplo, lo que Guattari llamó “Micropolítica”. Muchos lectores de Foucault, Deleuze y Guattari entendieron que lo que estaban proponiendo dichos pensadores era que se considerasen las pequeñas relaciones de dominación -tales como hombre/mujer, blanco/negro, hetero/homo (relaciones intersubjetivas)- y no sólo las grandes -tales como Estado/Sociedad. Pero no es absolutamente de eso que trata la Micropolítica. No está absolutamente en eso la contribución innovadora de estos autores. “Micro” se refiere a la dimensión del proceso de constitución de las formas de la realidad: la realidad en vías de constituirse, de definirse y de desintegrarse (desterritorializarse), al mismo tiempo. Realidad tanto individual como grupal o colectiva. En cuanto que “Macro” se refiere a la realidad en sus formas constituídas -aquí también, tanto a nivel individual como grupal o colectivo. Es en la lógica de las formas constituídas que se piensa en términos de un todo, de polos en conflicto y/o contradicción -en suma, en relaciones de dominación. Y esta lógica -macro- vale tanto para relaciones de dominación entre Estado y Sociedad como para las relaciones de dominación en el seno de una pareja. Pensar el poder en cuanto “técnica de subjetivación” como propone Foucault, y pensarlo según otra lógica que permite, por ejemplo, luchar contra la mistificación de la conciencia y aprehender la dimensión de creatividad social.
No es casual que se imponga pensar el poder desde otra perspectiva. La experiencia del socialismo real nos llevó a cuestionar los instrumentos de los que disponíamos para comprender la realidad y en ella intervenir.
Guattari es de aquellos raros intelectuales que logran la proeza de hacer la crítica a los parámetros que disponía la militancia “progresista” tradicional, evitando sin embargo caer en la descalificación de la lucha por la reivindicación -como dice él- de la democracia. En lugar de una “ética de lo ideal” de la militancia tradicional -que implica una idealización de la realidad, un sueño de una sociedad sin conflicto y que funcione según un modelo perfecto y definitivo (ya sea la tierra prometida de la sociedad revolucionaria de la izquierda, ya sea el paraíso perdido de la contracultura); en lugar de este tipo de ética lo que se propone aquí es una “ética de lo real” donde la sociedad siga siendo un valor, pero teniendo en cuenta el conflicto, la alteridad, la diferencia (o como dice Guattari, tornándose a un tiempo solidario y cada vez más diferente); así como sigue siendo posible la voluntad de cambio pero teniendo en cuenta la finitud y la multiplicidad. Guattari no sólo logra hacer esta crítica sino también, lo que es más raro, pensar otros parámetros, dislocarse efectivamente de la posición política tradicional, tanto en términos de una práctica conceptual como en términos de una práctica militante. Realizar, efectivamente tal dislocamiento. Aquí toda la riqueza de la propuesta de la micropolítica que, en el presente libro se perfecciona con la visión de las tres ecologías que Guattari agrupa bajo el término “Ecosofía”.
Quien no entiende tal dislocamiento o, más precisamente, quien sólo consigue ir hasta la crítica de los parámetros tradicionales de la política, sin realizar efectivamente un dislocamiento, se confunde y acusa a Guattari de militante ingenuo, un tanto angelical. Son los que no hicieron el giro de la década y siguen tardíamente profesando la cartilla de los dandies posmodernos (como los llamó Guattari) best seller de los ‘80. Como si estuviésemos condenados a optar entre la tutela estatal burocrática (los siniestros gulags) o el abandono al cinismo yuppie.
Tal vez sea en el Guattari psicoanalista que se origina la posibilidad de pensar el poder como técnica de subjetivación, pensar micropolíticamente. Pero que se piense el análisis -como propone él en este texto- teniendo como parámetro la creación estética (producción de sentido, invención de mundo) y la implicación estética. Que se piense un análisis “constructivista” o “futurista” o como él lo denomina aquí, con el humor que le es peculiar. El inconsciente -afirma él- queda adherido a fijaciones arcaicas, mientras que ningún enganche lo hace proyectarse hacia el futuro. La mistificación de los complejos inconscientes, bastante presente en la historia del psicoanálisis, tiene por efecto práctico el empobrecimiento de las intervenciones y la impermeabilidad a la alteridad singular, cuya afirmación es exactamente lo que interesa conquistar en el proceso analítico. Contrariamente a dicha mistificación, cualquier nuevo impulso propiamente analítico del psicoanálisis implica admitir que los agenciamientos subjetivos, individuales o colectivos son potencialmente capaces de proliferar más allá de su equilibrio ordinario y las cartografías analíticas de tales agenciamientos, necesariamente implican un dislocamiento en relación a los territorios existenciales a los que están ligados. Según Guattari, se trata de reorientar los conceptos y las prácticas del análisis para hacer otros usos de ellos, que impliquen el rescate de los campos de virtualidad.
Para el autor, el Freudismo es un modelo de ecología mental, que él valora en función de su eficacia estético-existencial, como cualquier otra, según dos criterios: la capacidad de circunscribir las cadenas discursivas en ruptura de sentido; y la posibilidad de operar conceptos que autoricen una auto-construcción teórica y práctica.
El psicoanálisis en cuanto modelo de ecología mental, para Guattari funcionaría más bien de acuerdo con el primer criterio y no tanto con el segundo.
Retomando la propuesta del libro como un todo, la ecosofía u otra praxis ecológica tendría por objeto detectar en cada foco existencial los valores de singularización, los catalizadores existenciales o de subjetivación que ya están ahí pero que necesitan del soporte expresivo para efectuarse. Se trata de crear dispositivos de enunciación analítica que funcionen como este soporte para que tales singularidades aisladas, tales catalizadores existenciales se tornen procesualmente activos. El Freudismo además sería uno de estos dispositivos, con sus rituales de interpretación, de sesión, de asociación libre etc…
La ecosofía es, al mismo tiempo, práctica y especulativa, funcionando como una máquina de creación de operadores diagramáticos que no tienen carácter de universalidad y por eso, son diferentes de conceptos. Tales catalizadores tienen una función de representación. Se trata de puntos de ruptura multipolares que piden la producción de sentido, la invención de formas de existencia individuales y colectivas que son, por principio:
– imposibles de ser homogeneizadas bajo cualquier tipo de tutela trascendental.
– incompatibles con banderas ideológicas maniqueístas.
– imposibles de ser representadas, ya que se trata de ruptura de sentido, lo que requiere que se hagan “desvíos pseudo-narrativos” como los llama Guattari, o sea la circunscripción de escenarios que permitan la efectuación de la singularidad que allí se anuncia.
El paradigma de una ecosofía es, por lo tanto, ético/estético/político, más que científico. Además, el “superyo cientificista” que impera en las Ciencias Humanas -según el autor- cuando se trata de abordar la subjetividad no llevó a buen puerto. Según él, o se desconfía de ese tipo de cuestión en nombre, por ejemplo, de la famosa “primacía de la infraestructura” o cuando se propone abordarlo, se considera la subjetividad a través de coordenadas extrínsecas, mistificando las entidades psíquicas y perdiendo con eso, la única cosa que interesa en ese tipo de cuestión: la dimensión intrínsecamente evolutiva y creativa de los procesos de subjetivación. Por otro lado, las formaciones políticas tampoco acostumbran tener en consideración ese tipo de problemática.
Asumir las rupturas de sentido existencializantes le cabe siempre al arte y a la religión. Sin embargo hoy, tales rupturas deben, según él autor, ser asumidas como praxis colectivas. Primero, por una cuestión de supervivencia (no se puede sobrevivir a una pérdida total de sentido). Segundo, porque el CMI no puede ser combativo sólo desde afuera. Asumir las rupturas de sentido sin dejarse capturar por la subjetividad dominante, ni tampoco llorar por el retorno de las formas existentes antes de los avances de la tecnología y de la informática, de la aceleración de los transportes, de la interdependencia de los centros urbanos, de la mundialización del mercado … Sin ningún tipo de romanticismo melancólico. Sino acoger las conquistas del desarrollo tecnológico, luchando por la reorientación de sus principios, por la instauración de nuevos sistemas de valorización, que no tengan como único criterio el lucro. Existen otros tipos de rentabilidad posibles y necesarios -nos recuerda Guattari, como -por ejemplo- una rentabilidad estética, social y de deseo.
En esta época de degradación ética de la sociedad brasileña, en todos sus segmentos, en esta época de giro del mundo en que quieren convencernos que el planeta se tornó neoliberal, el texto de Guattari exhala un soplo de vitalidad que moviliza una voluntad de acción, de creación y de cambio. Una voluntad que nada tiene que ver con emoción mesiánica -a pesar del tono panfletario del texto- con la esperanza idealizadora, con final feliz. Es algo así como una voluntad de preservar/conquistar cierto grado de autonomía creativa en los más variados campos. Según la fórmula de Guattari para nuestros tiempos: “Toda una catálisis de toma de confianza de la Humanidad en sí misma está por ser forjada paso a paso y, a veces, a partir de los medios más minúsculos …”
“JORNAL DO BRASIL”
IDEIAS/LIVROS. Rio de Janeiro, 8 de septiembre de 1990 (a propósito de la publicación en Brasil de “Las Tres Ecologías” de Félix Guattari).
Traducción: Andrea Alvarez Contreras.
Bs. As. 28 de junio de 1996
(T.A.A.) Traducción autorizada por la autora.