“Estoy inmerso en un devenir brasilero. Entonces, venir aquí es un poco como si viese una parte de ml mismo. ¿Qué me habría acontecido en el Brasil, mientras yo estaba en Francia o en algún otro lugar?”
Una intensa conexión entre Félix Guattari y el Brasil se fue instaurando a lo largo de los últimos catorce años de su vida, a propósito de las siete oportunidades en que estuvo aquí durante ese período. El encuentro se realizó bajo el signo de una de las marcas presentes en los procesos de subjetivación en el Brasil que denominaré “antropofagia”
Se trata de un cierto juego de cintura en relación a las fuerzas oscuras de lo transhumano, éste además del hombre en cuanto figura dada, con sus contornos, su estructura, su psicología. Un juego de cintura especialmente en relación a la antropofagia propia de estas fuerzas, lo cual permite entregarse mejor a su movimiento.
Seamos precisos: el hombre es poblado por una infinidad variable de ambientes atravesados por fuerzas/flujos de toda especie, haciendo composiciones, en cuanto otras se deshacen, en una incansable producción de diferencias. Cuando la aglutinación de nuevas composiciones alcanza un cierto umbral, estalla un acontecimiento-imantación de una multiplicidad de diferencias, necesariamente singular. Tal irrupción coloca al individuo en estados de sensación desconocidos que no consiguen expresarse en las actuales figuras de su subjetividad. El individuo se ve invadido por un malestar que lo lleva a crear otras figuras para dar cuerpo a estos estados: se opera entonces una transformación irreversible de su subjetividad. Por lo tanto, el proceso de producción de su subjetividad es heterogenético: la trama que se va tejiendo entre las fuerzas/flujos que habitan al hombre acaba fatalmente por devorarlo en su actual figura, nace otro hombre en esta devoración y así basta el infinito. Una verdadera antropofagia, constitutiva de lo humano en el constructivismo permanente de su deseo.
Mientras tanto, tal juego de cintura en relación a lo transhumano y su antropofagia no es la marca de una pretensiosa identidad brasileña; al contrario, su efecto es el de una cierta fluidez en la producción de la subjetividad y de la cultura, que agiliza los procesos desmitificadores de las identidades vigentes y potencializa el deseo en cuanto producción continua de las formas de existencia, por principio singulares ¿Cómo se hace esto?
La marca antropofágica en los procesos de subjetivación se caracteriza por una maleabilidad de cercanía y de fusión entre las fuerzas/flujos heterogéneas que se van presentando; una facilidad de vivir el extrañamiento provocado por el estado intensivo que estas fuerzas terminan siempre movilizando; una flexibilidad de improvisación de posibilidades de vida que quieren a dar cuerpo a estos estados inéditos, cuya validez se decide siempre en función de un contexto singular determinado; una agilidad para amoldarse a estas nuevas formas de existencia. En fin, se trata de una tendencia de abrazar más estrechamente los movimientos antropofágicos de lo transhumano y desgarrarse más fácilmente de las figuras que ahí se producen.
La consecuencia de esta fluidez es, una cierta libertad de desnaturalización de los modos de existencia individual y colectiva cada vez que una transfiguración se impone; la fluidez ofrece condiciones favorables para navegar en las líneas del tiempo que se engendran, acomodarse a los aires, a los vientos más diversos e inesperados. En suma, la marca antropofágica en los procesos de subjetivación es una especie de potencialidad de mutación.
Esta marca da lugar a una situación paradójica: diferentemente de lo que sucede en el campo de la economía y de la tecnología, en lo que respecta a los procesos de producción de subjetividad y de cultura, el Brasil es un país bastante integrado a las posibilidades ofrecidas por el mundo contemporáneo: es que, esta integración depende de una velocidad de transfiguración que, como vimos, es favorecida por la antropofagia.
Los efectos de esta marca, dependiendo del tipo de fuerza que de ella se apodera para actualizarla, son igualmente paradójicos. La fluidez puede efectivamente favorecer la producción de procesos de singularización, potencializando el deseo en su fecundidad. Pero ella también puede tener efectos nefastos: la ausencia de parámetros universales para los modos de existencia puede llevar, por ejemplo al uso arbitrario y abusivo de poder, a la impunidad y al cinismo, tendencias muy comunes en el Brasil. Hay por lo tanto una guerra de fuerzas en el seno de la antropofagia misma.
Además de eso, esta marca no es evidentemente la única que está en juego en los procesos de subjetivación y de creación cultural en el Brasil: ella existe al lado de otras tantas. En efecto, tales procesos son producto de una tensión permanente entre diversos vectores.
En este contexto, si es verdad que la antropofagia como toda marca está siempre virtualmente disponible, en compensación, no siempre ella encuentra condiciones favorables para su actualización, y menos aún condiciones para actualizarse en un sentido creador. Es sólo de vez en cuando que esto acontece: la marca antropofágica toma entonces consistencia en nuevos paisajes que ganan nuestra escena cultural; tales momentos estallan como ondas para de inmediato dispersarse en el océano. Hay en la cultura brasileña toda una línea trazada por estos momentos. Podemos reconocerla en los movimientos Antropofágico, Neoconcretista y Tropicalista, para apenas dar ejemplos de este siglo.
LA ANTROPOFAGIA ES UNA FUERZA DE RESISTENCIA
Indiscutiblemente, nuestra marca antropofágica encuentra en Guattari un ambiente propicio para su actualización. En su vibración en este encuentro, ella gana amplitud: una batería de términos viene a favorecer su conceptualización, operadores cartográficos vienen a facilitar su circunscripción, proporcionándole sentido y valor. He aquí algunos de los comentarios de Guattari sobre el Brasil, a lo largo de sus viajes:
“Me gustaría vivir aquí. Además de mi opinión intelectual, poseo un sentimiento afectivo por el país, pues hay un conocimiento por las ideas y otro por el sentimiento. Lo primero muestra toda una serie de problemas como la devastación económica, la miseria y la violencia crecientes. Lo otro apunta hacia una inteligencia capaz de inventar nuevas prácticas transformando al Brasil en uno de los laboratorios más interesantes del planeta para pensar otra vía de desarrollo que no sea la que los E.E.U.U. impusieron a Chile y a la Argentina. Lo que me interesa del país son los problemas y la capacidad de inteligencia para resolverlos con soluciones que sirvan también como dato para otros sectores del planeta”
“Me parece que aquí están reunidas las condiciones para que se desarrolle una especie de máquina inmensa, una especie de inmenso ciclotrón de producción de subjetividades mutantes”
“Son las personas las que hicieron esa mutación capitalista y que no por eso están enteramente enfrascadas en un proceso de agujero negro en gran escala, como la Unión Soviética”
“En materia de indígenas, metropolitanos o tupíes, los países europeos son muy subdesarrollados. Claro está que, siempre es posible reasegurarse, diciendo que la Historia no es lineal y que se pueden esperar rupturas brutales. Estoy convencido de eso, sobre todo si ustedes continuasen en ese ritmo en el que están enganchados en esta especie de transformación del Brasil, tal vez ustedes terminen enviándonos el disparador de las revoluciones moleculares.
Cuando se tiene la oportunidad de encontrar a Guattari, ya sea personalmente o a través de sus textos, los ecos de nuestra antropofagia que nos vienen de su escucha, amplifican la sensación de que esta marca en cierto modo facilita nuestra integración al mundo contemporáneo. Y más aún, en esos ecos descubrirnos que cuando nuestra antropofagia se actualiza en su vector más positivo, esto permite que tal integración no se alinee muy dócilmente al modo de subjetivación que Guattari señalaba como dominante en el mundo contemporáneo: “la subjetividad capitalista”.
Lo que aquí nos interesa es que, tal modo se presenta como la instauración de una jerarquía más imperceptible que aquella que se ejerce entre clases, etnias, razas, sexos o géneros, pero tal vez por eso mismo más implacable: ella incide en los modos de existencia, sus sentidos y sus valores. Imágenes de gente que parece sostenerse inalterable sobre las turbulencias de lo vivo son creadas y vehiculizadas por los massmedia. Investidas del valor de referencia universal, parámetro para la valoración de los modos de existencia en funcionamiento en la realidad, tales imágenes crean la ilusión de que es posible permanecer en equilibrio, inmune a la finitud. En este contexto, la desestabilización provocada por la emergencia de diferencias puede ser vivida como señal de una inferioridad en esta escala. El malestar que esta desestabilización moviliza, tiende a tornarse motor de identificación con los modos de existencia imaginarios que son idealizados, en lugar de funcionar como motor de creación de modos singulares que sean la encarnación de diferencias. La consecuencia más obvia es una fuerza homogeneizadora en los procesos de subjetivación tornándose poderosa. Es frente a este poder que, al favorecer los procesos de singularización, la antropofagia funciona efectivamente como fuerza de resistencia.
LA TRIPLE MALDICION DEL DESEO
Para que quede más claro, ampliemos la definición de subjetividad capitalista, abordando el modo de funcionamiento del deseo que la acompaña. Este tipo de subjetividad se caracteriza por una neutralización del deseo como proceso de producción, creador y constructivista ¿Cómo se opera esto?
Tomemos uno de los innumerables textos de Deleuze y Guattari donde trabajan -directa o indirectamente- esta cuestión: “28 de noviembre de 1947- ¿Cómo hacerse Cuerpo sin Órganos?” Vemos ahí cómo el deseo es arrancado de su campo de inmanencia, precisamente allá donde él se define como proceso de producción en su positividad, para ser referido a una instancia que le es exterior, a partir de la cual le será atribuido un signo negativo. Como si una maldición hubiese sido lanzada sobre el deseo, sometiéndolo a una especie de sacrificio. Esto supone fundamentalmente tres operaciones; de hecho, una triple maldición. La maldición de la ley negativa: el deseo como falta. A través de esta maldición se opera el sacrificio de la castración.
La maldición del ideal trascendente: “goce imposible, pero el imposible goce está inscripto en el deseo. Pues tal es el Ideal en su imposibilidad misma, ‘la falta-de-gozar- que-es-Ia-vida’ ” A través de esta maldición se opera el sacrificio del fantasma, las mil-y-una-noches o los ciento-veinte días.
La maldición de la regla extrínseca: el deseo remitido al placer. Aquí la obtención del placer viene a interrumpir la intensa actividad del deseo, esta proliferación de devenires provocada por la cercanía entre heterogéneos. El momento de la obtención del placer como una forma de tregua, durante la cual el deseo se desactiva, trayéndonos el alivio de su descarga, así como el de descargarnos de él. A través de la maldición del deseo en el placer-descarga, se opera el sacrificio de la masturbación, la cual sustituye al “casamiento de los heterogéneos”, impidiendo así el eventual engendramiento de nuevos modos de existencia. A esta operación los autores le dan el nombre de “hedonismo”.
Ahora, la marca de la antropofagia transversalizada por su encuentro con Guattari gana el estatuto de un anticuerpo contra esa triple maldición del deseo, indispensable para el funcionamiento de la subjetividad capitalista. El alcance de este anticuerpo sobrepasa, lejos, las fronteras del Brasil, ya que la hegemonía de este tipo de subjetividad, hoy se extiende del primero al último de los mundos.
Y esto no es todo: cuando nos dejamos tocar por una mirada como la de Guattari, se vuelve más fácil situar las diversas reacciones de nuestra antropofagia y evaluar sus implicancias ético-políticas. Lo que termina evidenciándose es que, en la mayoría de los casos, la perspectiva desde la cual se interpreta esta marca es la de una subjetividad de tipo capitalista.
¿UNA RESERVA AMAZONICA DE HEDONISMO?
La marca de la fluidez de nuestros procesos de subjetivación es en verdad frecuentemente confundida con un hedonismo tanto por los extranjeros cuanto por los propios brasileños. Especialmente, nos interesa captar, algunos de sus reflejos en su mirada de extranjeros.
Al aterrizar en suelo brasileño, la mayoría de los extranjeros siente un cierto impacto, cuando a través de una aprehensión puramente práctica se dan cuenta del modo antropofágico de subjetivación, funcionando entre otros tantos. Su primera impresión es que las dos primeras maldiciones lanzadas contra el deseo parecen no alcanzarnos y que, por tanto, el deseo aquí probablemente no está sometido a los dos primeros tipos de sacrificio. Cuando este visitante es alguien fuertemente marcado por la subjetividad capitalista, la presión de la extranjeridad que él siente tiende a hacerlo pensar que estamos bajo el hechizo del tercer tipo de maldición y que probablemente nuestro deseo apenas se somete al tercer tipo de sacrificio: él entonces se imagina frente a una especie de reserva amazónica de hedonismo, mantenida como fuente de abastecimiento de placer para el conjunto del planeta.
Dos caminos se ofrecen a esta mirada: caer en la fascinación total y soñar con devorar los frutos de esta reserva, o sino condenarla. Lo más frecuente es quedar oscilando entre el polo de la fascinación y el de la condena. Esta ambigüedad puede producir curiosos casos de figura. Por ejemplo, hay extranjeros que se dejan invadir por una especie de encarnación de padre, sintiéndose investidos de una misión de convocarnos al orden -orden de la ley negativa de la falta o de la ley abstracta del Ideal trascendente. Y, al mismo tiempo, siempre bajo su máscara de padre, disfrutan ávidamente a escondidas las delicias de esta reserva.
Sea cual fuere la opción, deleitarse con el fruto prohibido, condenarlo o los dos al mismo tiempo, se trata de un falso dilema. Todos estos puntos de vista están nítidamente marcados por una ausencia de problematización del malestar causado por la cercanía de estos dos modos de subjetivación, entre otros: el capitalista y el antropofágico. Por el contrario, lo que comanda esta interpretación es una voluntad de conjurar la extranjeridad, de manera de confirmar el modo capitalista en su pretensión universal. Asentado en la naturalización de esta posición, el extranjero no se deja afectar por el encuentro con la antropofagia. Considerar errado este tipo de interpretación sería efectivamente estar incurriendo en un error, pues la evaluación que nos interesa hacer aquí no tiene la verdad como criterio, pero sí sus implicaciones ético políticas, esto es las formas de vida que tal interpretación puede promover.
En este sentido, el efecto ético-político más obvio de este tipo de mirada es brindarle a nuestro visitante el beneficio de mantenerse en la posición de colonizador: su modo de subjetivación se impone como criterio de evaluación del nuestro, el cual queda relegado a una posición subalterna. Esto refuerza la hegemonía de la subjetividad capitalista, tanto en nuestro mundo, como en todos los otros, inclusive en su mundo de origen.
Otro efecto, tal vez menos perceptible, pero tan grave como, es que esta mirada no beneficia el deseo en su carácter productivo; él sólo hace reforzar la maldición y el sacrificio del deseo. La marca antropofágica, tranversalizada por esta mirada que en ella sólo ve hedonismo, se despotencializa. Ella se instituye como una marca de identidad, una marca que además es bastante ruin, ya que ella se torna el signo de nuestra inferioridad en el contexto de una pretensiosa escala del desarollo psíquico y/o cultural, o sino de nuestro carácter transgresor. Cuando aceptamos esta interpretación sólo nos quedan dos salidas. La primera es atribuir a esta identidad un signo negativo. En este caso, bajo presión de la culpa, intentamos a toda costa librarnos de esta marca, procurando alinearnos lo más que podamos en la subjetividad capitalista. La segunda salida consiste en atribuir a esta supuesta identidad un signo positivo y, en este caso, pasar a reivindicarla: asumimos entonces esta máscara de hedonismo y nos ofrecemos al placer del extranjero. Los massmedia impregnan las retinas del mundo entero con las imágenes del Carnaval transversalizadas por esta segunda salida, las cuales nos transforman en paraíso de las delicias de transgresión, cuando en verdad el Carnaval desborda ampliamente la tela de este cuadro.
Buena parte de la producción intelectual brasileña consagrada a este tema, oscila entre estas dos salidas, siendo la primera la más frecuentemente adoptada: existe una tendencia a descalificar nuestra antropofagia, sobretodo en los momentos en que su uso es más destructivo (el cinismo, la impunidad, etc…) vence sus mejores usos (la oportunidad de afirmar el deseo en su carácter generador). La angustia de la impotencia que experimentamos en estas ocasiones lleva a atribuir esta situación a la propia fluidez y hace que algunos escriban cosas como: “nos falta ley”, “nos falta ideal”, “necesitamos atravesar nuestro Edipo”; o cuando el platonismo dominante aún no se impregnó de una versión psicoanalítica, esta misma posición se explicita más literalmente en fórmulas del tipo: “Lo que suponemos una originalidad nuestra, de hecho no pasa de ser una copia degradada del modelo europeo”. Esta dificultad de considerar la antropofagia en su carácter vitalizador y permitir que ella se actualice en el trabajo del pensamiento viene tal vez del hecho de que el mundo intelectual brasileño, especialmente el académico, tiende a alinearse en su producción a la subjetividad capitalista. Al contrario del mundo artístico donde, como ya fue señalado, esta marca es frecuentemente afirmada con vigor en su positividad, dando lugar a lo mejor de nuestra creación.
UNA RESERVA AMAZÓNICA DE HETEROGÉNESIS
Claro está que, no es sólo este tipo de extranjero el que viene al Brasil. Están los que se dejan afectar de otra manera por el modo antropofágico de subjetivación. Guattari fue, por cierto, uno de ellos.
Transversalizada por la mirada de Guattari, la marca antropofágica gana vigor. Como vimos, su dimensión ético-política se torna visible. Esto refuerza una tercera salida posible: afirmarla en su potencial vitalizador. Esta posición aumenta nuestras chances de escaparnos del falso dilema que consiste en optar entre identificarse o no con la mirada que atribuye a nuestra marca un signo de inferioridad o de transgresión. Librándonos de este dilema, podemos encarar de otra manera los momentos de triunfo del peor uso de nuestra fluidez. Primero, porque quedamos menos asustados y vulnerables en estas ocasiones, lo que nos ahorra deponer las armas. Es que, reconocemos que esta guerra entra el buen y el mal uso de la antropofagia es inevitable: si expulsar a Dios de escena, en todas las versiones de esta expulsión -incluso sus versiones humanas como la de la metafísica de la ley negativa de la falta y del Ideal trascendente- permite sin duda reforzar el deseo en su carácter productivo y generador, en compensación aumenta las chances de hacer el peor de los usos de esta libertad.
Frente a esta constatación, no tiene sentido deplorar el hecho de traer la marca antropofágica en nuestros procesos de subjetivación. Menos sentido aún, atribuir sus fracasos a la propia marca, imaginando que todo se arreglaría si nos entregásemos a la subjetividad capitalista -incluso porque no es aboliendo la fluidez que se resuelve la cuestión, ya que “malos hábitos” existen con o sin Dios. En lugar de renegar de la positividad que tal marca libera, sería mejor preguntarnos “¿qué medidas podríamos adoptar en cada momento y en cada contexto con el fin de evitar sus peores usos, sin abolirla; cómo efectuarla en su positividad potencial de fuerza de resistencia contra la subjetividad capitalista y de afirmación del deseo en su constructivismo.
EL DEVENIR BRASILERO DE GUATTARI
Pero este encuentro no sólo favoreció al Brasil, Guattari también se benefició con él. Esta conexión se constituyó en un terreno fecundo para una cuestión que lo acompañó durante toda su vida, tanto en su actividad política como en su práctica clínica y en su trabajo como pensador y escritor: la subjetividad en cuanto producción heterogenética. Su intenso compromiso con esta cuestión le daba un gusto especial por las situaciones que le proporcionaban “un sentimiento de estar tomando ondas portadoras, surfeando en la articulación de toda especie de vectores de inteligencia colectiva”, “siguiendo las mutaciones ontológicas y subjetivas” .
El desafío que entonces se presentaba para él era el de “insertarse en la onda” y “colocarse en órbita” -la órbita de un estado de sensación inédito que ya se producirá sin haber aún tomado consistencia. El desafío de mantenerse en la extranjeridad de esta órbita, olfatear lo que en ella se anunciaba y procurar medios para su existencialización.
Si hay en esta búsqueda una marca de utopía, sería la de la producción deseante como principio último, radicalmente ateo, y no la utopía de una representación, sea ella cual fuere, que tal producción habría engendrado o debería engendrar. Constituirse como un ambiente propicio para esta búsqueda -una reserva amazónica de heterogénesis, recordándole que hay territorios en el planeta donde la subjetividad capitalista no reina soberana -es probablemente lo que llevó un día a Guattari a escribir que se sentía inmerso en un devenir brasileño, y hasta preguntarse qué le habría acontecido en el Brasil, mientras él estaba en Francia … o en cualquier otro lugar.
Traducción: Andrea ÁIvarez Contreras
(T.A.A.) Traducción autorizada por la autora
Buenos Aires. Julio1995.