Interpretación del mito desde el punto de vista del psicoanálisis

ÍNDICE
1. Introducción
2. ¿Qué es un mito?
3. 2.1. Definición de mito
4. 2.2. Los mitos clásicos
5. El Psicoanálisis
6. Introducción
7. El inconsciente
8. La libido
8.1. Las pulsiones
8.2. Etapas del desarrollo
8.3. El Ello, el Yo y el SuperYo
8.4. La ansiedad
8.5. Los mecanismos de defensa
8.6. Críticas
9. ¿Por qué los mitos desde el Psicoanálisis?
10. Los mitos seleccionados y su interpretación psicoanalítica
10.1. La interpretación del mito
10.2. Narciso
10.3. Edipo y Electra
10.4. Los hijos de Ares y Afrodita: Deimos, Phobos y Harmonía
10.5. Crono (dios romano Saturno)
10.6. Urano
11. Bibliografía
11.1. Bibliografía de Psicoanálisis
11.2. Bibliografía de Mitología

Interpretación del mito desde el punto de vista del psicoanálisis

1. Introducción

Se trata de una aproximación a algunos mitos que creemos que son más significativos.

Nuestro trabajo consta de cuatro grandes apartados que exponemos a continuación.

Dedicamos la primera parte de este trabajo para recordar lo que es un mito o leyenda tomando la opinión de algunos autores que han trabajado sobre este tema.

En segundo lugar, exponemos lo que es el psicoanálisis o las líneas fundamentales del mismo que vamos a utilizar en el desarrollo de este tema.

La tercera parte del trabajo, tal vez la más directamente relacionada con el tema que nos ocupa, constará de varios apartados con los mitos que hemos seleccionado. Cada uno de dichos apartados tendrá dos partes: primero, recordaremos lo principal o más relevante de ese mito o leyenda y en segundo lugar, aportamos la posible interpretación psicoanalítica, en unos casos con el apoyo de autores que ya la han estudiado y en otros casos basándonos fundamentalmente en nuestra propia reflexión razonada sobre el mito en cuestión.

Terminamos este trabajo con una cuarta parte en la que exponemos la bibliografía que hemos consultado para su estudio y realización.

2. ¿Qué es un mito?

2.1. Definición de mito

La Real Academia Española nos proporciona tres acepciones para la palabra ´mito´ en su Diccionario de la Lengua Española (1992: 1382) que transcribimos a continuación: 1. Fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa. || 2. Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva. || 3. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima. Ninguna de estas acepciones nos resulta plenamente válida para el trabajo que deseamos realizar, pero sí nos conviene hacer una especie de amalgama de todas ellas y tener presente los diferentes matices que contienen en su definición.

También nos ha parecido muy interesante observar las diversas definiciones de la palabra mito que recoge la Nueva Enciclopedia Laruosse en su primera edición (1981: 6609): es el “relato que bajo forma de alegoría, traduce una generalidad histórica, sociocultural, física o filosófica” y, además por extensión, puede ser también la “idealización de un hecho o de un personaje histórico que presenta caracteres extraordinarios” por ejemplo el mito de la grandeza del Imperio español o el mito napoleónico; también considera que es la “idea, teoría, doctrina, etc. que expresa los sentimientos de una colectividad y se convierte en estímulo de un movimiento” recordemos el mito de la superioridad del pueblo germánico ; también puede ser la “fantasía, producto de la imaginación” o la “utopía, creencia reputada como irrealizable” el mito del buen salvaje, por ejemplo. Sociológicamente podemos considerar que se trata de las creencias o nociones valiosas para una comunidad humana determinada que la conserva y la transmite.

Otros autores como por ejemplo Antonio Ruiz de Elvira (1995: 7) nos intenta definir lo que debemos entender por mitología y lo expresa de la siguiente forma: “Mitología es el conjunto de las leyendas. Leyenda es todo relato de sucesos que son inciertos e incomprobables, pero sobre los cuales existe una tradición que los presenta como realmente acaecidos. Leyenda, en este sentido, que es el más amplio del término, es exactamente lo mismo que mito en el sentido también más amplio de este otro término.” Por lo que nosotros, en nuestro trabajo, vamos a utilizar como términos equivalentes o sinónimos las palabras ´mito´ y ´leyenda´, y por tanto emplearemos esos términos de forma indiferente como de hecho ya lo hacen los estudiosos en sus obras.

Carlos García Gual (1992) nos dice que “Mito es un relato tradicional que refiere la actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo prestigioso y lejano”, y G. Dumézil intenta clarificar su concepto de mito expresándolo de la forma siguiente: “La función de esa clase peculiar de leyendas que son los mitos es, en efecto, expresar dramáticamente la ideología de que vive la sociedad, mantener ante su conciencia no solamente los valores que reconoce y los ideales que persigue de generación en generación, sino ante todo su ser y estructura mismos, los elementos, los vínculos, las tensiones que la constituyen; justificar, en fin, las reglas y las prácticas tradicionales sin las cuales todo lo suyo se dispersaría”. Y, por último, añadimos como definición o concepto de mito la que nos proporciona B. Malinowski: “El mito es un constante derivado de la fe viva que necesita milagros; del status sociológico, que necesita precedentes; de la norma moral, que demanda sanción”.

Algunos autores y estudiosos del tema han distinguido una serie de clases de mitos, así que los han agrupado del modo siguiente:

a) Los mitos teogónicos: son los que relatan el origen o nacimiento de los dioses. A veces hechos reales, sucedidos en tiempos históricos, sirven de base a los mitos. Incluso, en las sociedades de tipo arcaico, los dioses no son preexistentes al hombre; por el contrario, frecuentemente los hombres pueden transformarse en cosas, en animales y en dioses; y los propios dioses no siempre son tratados con respeto.

b) Los mitos cosmogónicos: intentan explicar el origen del cosmos, la creación del mundo. Son los más universalmente extendidos y de los que existe mayor cantidad.

c) Los mitos etiológicos: explican el origen de los seres y de las cosas; intentan dar una explicación a las peculiaridades del presente: el porqué de instituciones políticas, sociales o religiosas.

d) Los mitos escatológicos: son los que intentan explicar la vida de ultratumba, el futuro, el fin del mundo; actualmente en nuestras sociedades aún tienen amplia audiencia. Se considera a la muerte como un azote natural, como un castigo. Estos mitos comprenden dos clases principales: los del fin del mundo por el agua, o por el fuego.

e) Los mitos teológicos: se narran las historias de los dioses. Los orígenes se nos cuentan en los teogónicos, aunque a veces están muy unidos.

f) Los mitos épicos: cuentan las historias y aventuras en general de los héroes.

g) Los mitos morales: aparecen en casi todas las sociedades: la lucha del bien y del mal,, ángeles y demonios, etc. En definitiva, los inventos y las técnicas particularmente importantes para un grupo social dado se hallan caracterizadas en un mito. Los ritos periódicos contribuyen a asegurar su perennidad y constituyen de esta forma una especie de seguro para los hombres. Las fiestas a que dan lugar son para los hombres ocasión de comunicarse con las fuerzas sobrenaturales y de asegurarse su benevolencia.

Después de recoger diferentes definiciones de distintos autores y ver qué clases existen de mitos, y antes de centrarnos en lo que son los mitos que nos ocupan (los del mundo griego y latino), vamos a concluir con unas nociones generales sobre el mito que nos harán comprender mejor el valor que este tema tiene para la humanidad en general a través de los tiempos.

El mito, bajo la forma de un relato, ofrece una explicación de fenómenos naturales o evoca supuestos episodios de la vida de los antepasados. Los mitos son, casi siempre, dramáticos y sagrados: forman parte integrante de la religión y de la magia, cuyos símbolos utilizan en muchas ocasiones. Permiten al hombre situarse en el tiempo, unirse al pasado y al futuro; por lo tanto, el mundo mítico está íntimamente ligado al real. Los seres mítico rigen con frecuencia los fenómenos naturales, cuyas víctimas o beneficiarios son los hombres; a veces, los propios fenómenos naturales han sido erigidos en seres míticos.

Los mitos tranquilizan al hombre al afirmar su pertenencia a una realidad continua; pero también son la emanación de una sociedad y llevan las huellas de sus estructuras, que a su vez legitiman.

El mundo de los mitos no obedece a reglas fijas: las cosas, los animales, cualquier ser puede estar animado, pueden realizarse todas las metamorfosis; un solo ser, una sola cosa pueden revestir múltiples formas. Estos relatos múltiples se organizan, se integran en un conjunto mitológico. Todos estos relatos aparecen como sucedidos en épocas pasadas, las cuales, en la mayoría de las sociedades de tipo arcaico, se sitúan tan sólo dos o tres generaciones atrás. De hecho, los mitos siempre aparecen como subyacentes al mundo material, pues los seres míticos continúan actuando para los contemporáneos, por ejemplo produciendo las tempestades, la lluvia, etc. Aparte de esta acción permanente, los mismos hombres perpetúan los mitos gracias al rito. Con ocasión de las grandes fiestas, los mitos son representados por miembros de la sociedad, que mantienen de este modo su actualidad. A través de ello, el grupo social toma conciencia de su perennidad. La imitación de los antepasados proporciona una justificación y tranquiliza los ánimos, unido a que el mito proporciona también una explicación coherente de la realidad.

Todo orden social conocido hasta el presente se mantiene unido por un sistema de mitos. Ninguna sociedad puede conservar una cierta estabilidad, a menos que los mitos sobre los que descansa el mito del poder, de la libertad, de la ley, etc. permanezcan como valores fundamentales para el hombre. En ellos el rito desempeña un papel muy importante, puesto que, merced a la constante repetición que le es propia, la fácil asociación de ideas llega a inculcar un sentido de rectitud así como de inevitabilidad. El rito y la ceremonia se graban sin necesidad de explicación ni de razonamiento. Transmiten una sensación de verdades más amplias, cuya sensación jamás puede ser plenamente experimentada o comprendida por los individuos. La iglesia, el estado, la ley, dios… pueden parecer abstracciones lejanas; pero en cambio los ritos que cada una de estas “abstracciones” establece o realiza (comitiva, coronación, investidura, protocolo, etc.) parecen acercar a los hombres a estas cosas invisibles y dar corporeidad a su propia esencia. De ahí la importancia en nuestras vidas del mito y de sus propios ritos.

2.2. Los mitos clásicos

Hemos intentado un acercamiento a la definición o concepto de mito, y podemos observar que son muchas las definiciones y opiniones de los diferentes autores o estudiosos del tema; nosotros, por lo tanto, nos centraremos en todo lo que aproximándose al mito o la leyenda, haga referencia al mundo clásico en Grecia o Roma.

Los mitos grecolatinos cuentan las historias de dioses, héroes o mortales afectados de alguna manera por los dioses. Estas historias y los dioses en sí mismos constituyen una parte importante de la religión griega y romana. Sin embargo, en el mundo clásico no encontramos una obra equivalente al Corán o la Biblia en las que se recojan los textos auténticos de la religión clásica. Las actividades, las fiestas, los cultos se nos han transmitido a través de los literatos de la antigüedad. Esto ha dado lugar a diferentes versiones de algunos hechos mitológicos, siendo en muchos casos muy difícil discernir qué historia es la correcta.

Según A. Ruiz de Elvira (1995: 7-9) La Mitología clásica es el conjunto de leyendas o mitos griegos y romanos que, según testimonios fehacientes que poseemos, tuvieron vigencia como tales leyendas en cualquier momento del ámbito temporal que va desde los orígenes hasta el año 600 d. C. Y este mismo autor, además de indicar lo que entiende por Mitología, realiza o establece la diferencia con Mitografía: “conjunto de las obras literarias que tratan de la Mitología. Indicando, finalmente, que mitografía, en particular, y por antonomasia, es el conjunto de las obras literarias griegas y latinas (en sentido amplio, incluyendo textos griegos y latinos de toda índole), desde los orígenes hasta el siglo XII d. C. inclusive, que tratan de la mitología clásica, ya sea de forma sistemática, ya en alusiones o en utilizaciones de cualquier clase o extensión.

La mitología clásica ha sido el instrumento mediante el cual se han expresado con más fidelidad los sentimientos y las ideas de la humanidad desde los tiempos más remotos.

El conocimiento de los mitos clásicos grecoromanos nos acerca al pensamiento de personas que, a pesar de su lejanía en el tiempo, nos son muy cercanas en los sentimientos: el amor, la pasión, la tristeza, la alegría, etc.; es decir, los mismos temas que siempre han preocupado a los seres humanos.

Los mitos griegos nos han llegado a través de la literatura griega antigua, que es principalmente mitográfica (sus argumentos y contenidos son mayoritariamente temas míticos) y también a través de autores que se dedicaban a recoger los relatos que circulaban en aquel tiempo por Grecia. La literatura griega fue asimilada y transmitida por el Imperio romano a todo Occidente.

Hesíodo, poeta griego de la segunda mitad del siglo VIII a. C., escribió la Teogonía, libro en el que expone el origen del universo y de los dioses, y Los trabajos y los días, una visión sobre la condición humana en clave mítica. También del siglo VIII a. C. son los poemas épicos atribuidos a Homero: Ilíada (la historia de la guerra de Troya) y Odisea (el retorno del héroe griego Ulises a su patria después de esta guerra).

Más tarde, los poetas trágicos griegos de los siglos VI y V a. C.: Esquilo, Sófocles y Eurípides expusieron en sus tragedias los mitos antiguos con un lenguaje nuevo, menos religioso y más comprensible. Esta tradición trágica fue continuada por Lucio Aneo Séneca (siglo I de. C.), autor hispanorromano nacido en Córdoba.

La recreación épica de los mitos, después de la Ilíada y la Odisea, fue cultivada por el griego Apolonio de Rodas (siglo III a. C.) en la obra Los Argonautas (historia del viaje de Jasón para encontrar el toisón de oro) y por el poeta latino Virgilio (siglo I a. C.) en su obra Eneida (historia del héroe troyano Eneas y de su viaje hasta Italia), en la que se hace evidente la intención política de mitificar los orígenes de Roma.

Las obras mitográficas, es decir, de recopilación de mitos, más conocidas de la antigüedad son la Biblioteca de relatos mitológicos, del griego Apolodoro (siglo II a. C.), las Metamorfosis, del poeta latino Ovidio (finales del siglo I a. C.) y el libro Fábulas, del romano Higino (finales del siglo II d. C.)

3. El Psicoanálisis

3.1. Introducción

El psicoanálisis es una disciplina fundada por el neurólogo austriaco Freud. El psicoanálisis (también llamado psicodinámica) designa tres cosas: 1) un método de investigación de los procesos mentales inaccesibles al resto de los métodos conocidos en sus tiempos; 2) una técnica de tratamiento de los trastornos mentales, basada en ese método de investigación; 3) una teoría psicológica basada en ese método y esa técnica, cuyo perfeccionamiento tiende a la formación de una nueva disciplina científica. El psicoanálisis actual está estructurado, al menos formalmente, tal como cualquier otra ciencia o tecnología. Por ello, consta de una técnica, una teoría basada en los datos acumulados anteriormente, una práctica más o menos difundida por el mundo e incluso una epistemología o teoría del psicoanálisis como disciplina científica. La técnica psicoanalítica consiste en un conjunto de procedimientos mediante los cuales se intenta ayudar psicológicamente a los pacientes o consultantes, pero siempre a través de la investigación conjunta del paciente y del analista en los conflictos, dificultades, emociones, recuerdos, etc; en definitiva, en los determinantes, en su mayor parte inconscientemente sobredeterminados, de sus conductas y representaciones mentales (emociones, sentimientos, recuerdos, deseos,…).

El psicoanálisis como método consiste fundamentalmente en la investigación e interpretación controladas de los fenómenos que ocurren durante el tratamiento, y en especial, de las resistencias, la transferencia y las manifestaciones de las pulsiones. El corpus psicoanalítico incluye además un conjunto de datos, de agrupaciones de los mismos en forma de leyes, tendencias o regularidades y también un conjunto de teorías psicológicas y psicopatológicas más o menos axiomatizadas. También forman parte de ese corpus los datos procedentes de disciplinas científicas, tecnológicas y técnicas conexas, tales como la psicología social, la psicología experimental, la psicología evolutiva, la sociología, la antropología cultural, la biología humana, etc. A este conjunto es al que llamamos teoría psicoanalítica. A ese conjunto es el que llamamos teoría psicoanalítica (Bofill y Tizón, 1994).

3.2. El inconsciente

Un tema fundamental y clásico del psicoanálisis, tal vez el más popular del mismo, es el inconsciente. Ya antes de Freud se había establecido que los seres humanos poseen representaciones mentales y realizan acciones, conductas, de las cuales no tienen noticias y que en muchos casos no pueden asimilarse a las conductas o actos automatizados del organismo humano, sino que son, de una forma u otra, respuestas a la relación que en la fantasía o en la realidad mantenemos con quienes nos rodean. Sin embargo, fue Freud el primero que reconoció y llamó la atención sobre el hecho de que tales conductas y representaciones mentales inconscientes entroncan o armonizan muy mal en muchas ocasiones con el resto de acciones y emociones, recuerdos o representaciones inconscientes, admitidas. La investigación psicoanalítica prosiguió su estudio y fue descubriendo cómo, en determinados campos, sólo definidas para cada individuo concreto, la mente, el conjunto de representaciones mentales humanas, funcionaba como si estuviese formado por una serie de compartimentos estancos. La comunicación entre unos elementos y otros, entre unos compartimentos y otros parecía estar por fuerzas, sistemas o barreras mentales. Sigmund Freud se dio cuenta de cómo, a menudo, sus esfuerzos por penetrar en las profundidades de la experiencia del paciente, con el deseo de ayudarle, eran frustrados por algo que le dio la impresión de ser una fuerza contraria, que se resistía a la ayuda: habló entonces de las resistencias. Más tarde, formuló la hipótesis de que esas resistencias que él podía observar en su intento de relación terapéutica con los pacientes estaban apoyadas en mecanismos mentales similares a los que impedían que el paciente fuera consciente de estos aspectos de su propia mente, de su propia experiencia e incluso comportamientos. A partir de ahí empezó a hablar de la represión, entendida como represión de conflictos (o de parte de ellos) hacia la inconsciencia, hacia una parte de la mente que llamó inconsciente.

En definitiva, el inconsciente sería la región hipotética de la mente que contiene los deseos, recuerdos, temores, sentimientos e ideas cuya expresión queda reprimida en el plano de la conciencia (Caparrós, 1994). Se manifiestan a través de su influencia sobre los procesos conscientes y, de manera más notable, por medio de fenómenos anómalos como sueños o síntomas neuróticos. Cabe insistir en que no toda la actividad mental de la que el sujeto no es consciente pertenece al inconsciente, ya que los pensamientos que se pueden convertir en conscientes al concentrar la atención se denomina preconsciente.

3.3. La libido

En la teoría psicoanalítica, es la energía del ello y parte principal de la mente inconsciente responsable de los actos creativos. Según la teoría de Sigmund Freud la libido es algo parecido al instinto sexual (Freud, 1914). La creación artística se entiende desde esta teoría como una expresión del instinto sexual recanalizada o sublimada gracias a la acción del yo que sirve para controlar el comportamiento, conteniendo las exigencias del ello.

3.4. Las pulsiones

Serían ese tipo de fuerzas que nos mueven “desde dentro”, que nos empujan a hacer o a no hacer, a sentir, pensar, etc. La traducción castellana habla de pulsiones con el fin de mantener la idea de impulso, de algo que nos empuja o nos impulsa hacia los demás de diversas formas.

Una suposición esencial de la teoría freudiana es que los conflictos inconscientes involucran deseos y pulsiones, originadas en las primeras etapas del desarrollo. Al serle desvelado al paciente los conflictos inconscientes mediante el psicoanálisis, su mente adulta puede encontrar soluciones inaccesibles a la mente inmadura del niño que fue.

Según su teoría sobre la sexualidad infantil, la sexualidad adulta es el resultado de un complejo proceso de desarrollo que comienza en la infancia, pasa por una serie de etapas ligadas a diferentes funciones y áreas corporales (oral, anal y genital), y se corresponde con distintas fases en la relación del niño con los adultos, especialmente con los padres. La inmadurez psíquica del niño condena al fracaso los deseos infantiles y malogra su primer paso hacia lo adulto. Además, la inmadurez intelectual del niño complica aún más la situación porque le hace temer sus propias fantasías. El grado en que el niño supere este trauma y en que estos vínculos, miedos y fantasías pervivan de modo inconsciente será decisivo en su vida posterior, especialmente en sus relaciones afectivas.

Los conflictos que ocurren en las etapas iniciales del desarrollo son más significativas como influencia formativa, porque representan los prototipos iniciales de situaciones sociales tan básicas como la dependencia de otros o la relación con la autoridad.

3.5. Etapas del desarrollo

Téngase en cuenta que el psicoanálisis trata de la evolución del ser humano desde el ángulo psicoafectivo-sexual, ocupándose del resto de los aspectos tanto en cuanto se refiere al desarrollo de la libido. Como se ve hay una clara diferencia con otras escuelas o modelos que se fijan más en otros aspectos; valga como ejemplo Piaget en el desarrollo intelectual o Ericson en el desarrollo social.

Freud supone que el niño, durante sus primeros cinco años de vida, atraviesa una serie de etapas dinámicamente diferentes, a las que sigue un período de cinco o seis años (el de latencia) en el cual los dinamismos logran una relativa estabilidad. Con el advenimiento de la adolescencia, estos entran nuevamente en gran actividad, pero a medida que el adolescente se convierte en adulto vuelven a estabilizarse. Según Freud, los primeros cinco años de vida son decisivos para la formación de la personalidad. Cada etapa del desarrollo operado durante los cinco primeros años es definida con respecto a los modos de reacción de una zona particular del cuerpo humano. En el curso del primer estadio, la fase oral, que dura aproximadamente un año, la boca es la región de mayor actividad dinámica; le sigue la fase anal, que se caracteriza por el desarrollo de catexias (depositar la libido en un objeto; objeto en psicoanálisis se refiere también a las personas) y contracatexias en torno de las funciones de eliminación durante el segundo año de vida y luego la fase fálica, en la que los órganos sexuales llegan a constituir las zonas erógenas dominantes y donde se da el complejo de Edipo. Estos tres períodos, oral, anal y fálico han sido denominados pregenitales. El niño atraviesa después un prolongado período de latencia llamad, desde el punto de vista dinámico, época de quietud; en su transcurso, los impulsos tienden a mantenerse en un estado de represión. El resurgiminto dinámico de la adolescencia reactiva los impulsos pregenitales: si ellos son exitosamente desplazados y sublimados por el yo, el individuo entra en el período final de madurez: la fase genital.

Por otro lado comentar que la etapa oral se da aproximadamente entre 0 y 2 años, la etapa anal entre 2 y 5 años, la fálica entre 5 y 7 años, la de latencia entre 7 y 12 y por último la genital de 12 en adelante.

En un resumen muy simplificado del desarrollo humano a nivel psíquico, podríamos decir que el niño primero no diferencia entre su yo y los otros, su yo no está definido, se puede decir que todo lo que existe es él, después aparece la relación diádica en la que el niño diferencia entre su yo y el otro, pero por ahora cuando el otro se va desaparece, es decir, el otro sólo existe cuando él lo percibe o lo requiere (Hall y Lindzey, 1970).

Por último, vendría el tan mal entendido en múltiples ocasiones complejo de Edipo, que si bien es cierto que son los sentimientos derivados de la vinculación erótica del niño con el padre del sexo opuesto, sería también la primera vez en la que el yo del niño pasa de la díada a la tríada, o lo que es lo mismo en otras palabras, es el momento en que el niño aprende a ser excluido en varias ocasiones, es decir, ahora el otro cuando se va no desaparece, sino que se va con un tercero y mantiene una relación con él, se puede decir, que “el mundo deja de girar alrededor de su yo”. Por eso, si una persona se queda fijada en esta etapa, es decir, si no la supera bien, tendrá problemas en su vida normal, siempre que se sienta excluido y llevará muy mal sus relaciones con un tercero en cuestión.

3.6. El ello, el yo y el superyo

Tres sistemas funcionales, o instancias, se distinguen en este modelo: El ello, el yo y el superyo.

La primera instancia se refiere a las tendencias impulsivas (entre ellas las sexuales y las agresivas) que parten del cuerpo y tienen que ver con el deseo en un sentido primario, contrarias a los frutos de la educación y la cultura. Estas pulsiones exigen su inmediata satisfacción, y son experimentadas de forma placentera por el individuo, pero desconocen el principio de realidad y se atienen sólo al principio del placer (egoísta, acrítico e irracional).

Cómo conseguir en el mundo real las condiciones de satisfacción de esas pulsiones básicas es tarea de la segunda instancia, el yo que domina funciones como la percepción, el pensamiento y el control motor, para adaptarse a las condiciones exteriores reales del mundo social y objetivo. Para desempeñar esta función adaptativa, de conservación del individuo el yo debe ser capaz de posponer la satisfacción de las pulsiones del ello que presionan tras su inmediata satisfacción, con lo que se origina la primera tensión. Para defenderse de las pulsiones inaceptables del ello, el yo desarrolla mecanismos psíquicos específicos llamados mecanismos de defensa.

Una pulsión del ello llega a hacerse inadmisible, no sólo como resultado de una necesidad temporal de posponer su satisfacción hasta que las condiciones de la realidad sean más favorables, sino, sobre todo, debido a la prohibición que los otros (originalmente los padres) imponen al individuo. El conjunto de estas demandas y prohibiciones constituye el contenido principal de la tercera instancia, el superyo, cuya función es controlar al yo según las pautas morales impuestas por los otros. Si las demandas del superyo no son atendidas, la persona se sentirá culpable, culpabilidad que también se manifiesta como ansiedad y vergüenza. De todas formas sería necesario matizar que el superyo es más que la norma, es por decirlo de alguna forma : un miedo inconsciente a las consecuencias de determinadas acciones personales.

El yo, instancia mediadora entre las demandas del ello, las exigencias del superyo y el mundo exterior, puede no tener el poder suficiente para reconciliar estas fuerzas en conflicto. Es más, el yo puede coartarse en su desarrollo al ser atrapado en sus primeros conflictos, denominados fijaciones o complejos, pudiendo volverse hacia modos de funcionamiento primarios en el desarrollo psíquico y hacia modos de satisfacción infantiles. Este proceso se conoce como regresión. Incapaz de funcionar normalmente, el yo sólo puede mantener su control limitado y su integridad desarrollando síntomas neuróticos, a través de los cuales se expresa la tensión del aparato psíquico.

3.7. La ansiedad

La dinámica de la personalidad está gobernada, en gran medida, por la necesidad de gratificar las pulsiones del sujeto mediante transacciones con objetos del mundo exterior. El ambiente provee de alimentos al organismo hambriento de agua al sediento; además del papel que desempeña como fuente de suministros, el mundo exterior interviene en la conformación del destino de la personalidad: el ambiente incluye zonas de peligro y de inseguridad. En efecto, tanto puede amenazar como satisfacer; disponer del poder para producir dolor y aumentar la tensión como para brindar placer y reducir la tensión; puede tanto perturbar como confortar.

La función de la ansiedad consiste en advertir al sujeto acerca de un peligro inminente; es la señal, dirigida al yo, de que el peligro puede aumentar hasta destruirlo a menos que se tomen las medidas apropiadas. La ansiedad es un estado de tensión, un impulso como el hambre o el sexo que, sin embargo, no surge, como ellos, de las condiciones de los órganos sino de causas externas; su aparición motiva la movilización de la persona para huir de la zona amenazante e inhibir el impulso peligroso u obedecer la voz de la conciencia. La ansiedad que no puede ser eficazmente manejada, es decir, la traumática, reduce al individuo a un estado de desamparo infantil. Cuando el yo no puede combatir la ansiedad con métodos racionales, tiende a volver a los llamados mecanismos de defensa del yo que examinaremos a continuación.

3.8. Los mecanismos de defensa

Debido a la presión que ejerce una excesiva ansiedad, el yo es esforzado, en ocasiones, a adoptar medidas extremas para aliviar la tensión; se trata de los mecanismos de defensa, de los cuales los principales son la represión, la proyección y la formación reactiva. Todos ellos tienen en común dos características: 1) niegan, falsean o distorsionan la realidad y 2) operan inconscientemente, de modo que el individuo no advierte lo que está sucediendo (Teicher, 1999).

Los principales, como ya comentamos anteriormente son: la represión: exclusión de las pulsiones de la consciencia, para arrojarlas a lo inconsciente; la proyección: proceso de adscribir a los otros los deseos que no se quieren reconocer en uno mismo; y la formación reactiva: establecimiento de un patrón o pauta de conducta contraria a una fuente de necesidad inconsciente. En definitiva, tales mecanismos de defensa se disparan en cuanto la ansiedad señala el peligro de que las pulsiones inaceptables originales puedan reaparecer en la consciencia.

3.9. Críticas

Ninguna otra teoría psicológica ha estado sujeta a tanta investigación ni, a menudo, a críticas tan ásperas como el psicoanálisis. Freud y su teoría han sido atacados, injuriados, ridiculizados y calumniados desde todos los ángulos y en todos los aspectos concebibles. El único caso comparable en la ciencia moderna, en el que tanto la teoría como el teórico han sido vilipendiados con igual vehemencia es el de Carlos Darwin, cuya doctrina evolucionista repugnó a la Inglaterra victoriana. En cuanto a Freud, las principales ofensas que se le imputaron fueron: la de atribuir deseos sensuales y destructivos al bebé y componentes incestuosos y homosexuales a todos los seres humanos y la de explicar la conducta del hombre en función de la motivación sexual: la gente “decente”, indignada ante los conceptos de Freud lo calificó de libertino y pervertido.

Por otra parte, ni su fino estilo literario ni los excitantes asuntos que Freud investiga constituyen las razones esenciales por las que ha merecido y merece tanta estima; ello se debe, sobre todo, a sus ideas desafiantes, a su concepción del hombre tan amplia como profunda, a la relevancia de su teoría en nuestro tiempo. Si bien es posible que Freud no haya sido un científico riguroso ni un teórico de primera clase, fue, sin embargo, un observador paciente, minucioso y sagaz y un pensador tenaz, disciplinado, valiente y original. Entre todas las otras virtudes de su teoría se destaca una en particular: el propósito de considerar al individuo como un todo corporal que vive en parte en un mundo de realidad y en parte en uno de fantasía; acosado por conflictos y contradicciones internas y capaz, sin embargo, de pensamiento y acción racionales; movido por fuerzas acerca de las cuales sabe muy poco y por aspiraciones que permanecen lejos de su alcance, alternativamente confusas y claras, frustradas y satisfechas, esperanzadas y desesperadas, egoístas y altruistas; es decir, en síntesis, un complejo ser humano. Para mucha gente este retrato del hombre tiene validez esencial.

4. ¿Por qué los mitos desde el psicoanálisis?

Para el psicoanálisis, los mitos corresponden a necesidades psicológicas de las personas, quienes, a través de los mitos (al igual que mediante los sueños), exteriorizan sus emociones o dan satisfacción a sus deseos inconscientes reprimidos (la diferencia entre los mitos y los sueños radicaría, aún admitiendo un sustrato imaginativo común a ambos, en que los sueños son vinculados al plano individual e inconsciente, y los mitos al plano social y consciente). Desde el psicoanálisis, la función de los mitos consiste en ser elementos vitales para el equilibrio psicológico del grupo social, ya que suavizan los problemas y tensiones que puedan darse en una sociedad concreta, a través de la exteriorización y canalización colectivas de los deseos y fobias de esa sociedad.

Si bien Freud y Jung reconocían la proximidad entre los mitos y los sueños, valga concretar las asunciones de ambos acerca de éstos últimos, en tanto que de ellas puede deducirse la correspondiente perspectiva adoptada ante los mitos.

Según Erich Fromm (psicoanalista), Freud y Jung representan, respectivamente, posiciones opuestas que, de alguna manera, están contenidas en la asunción psicoanalista general: Freud asume que los sueños son, siempre, la expresión de la parte irracional de nuestra personalidad;su interpretación de los sueños se basa en el mismo principio que fundamenta su teoría psicológica: la consideración de que puede haber impulsos, sentimientos y deseos que motiven nuestros actos sin que tengamos conocimiento de ellos (ya que estos se dan en el plano del inconsciente, sobre el que pesa la censura, tanto del consciente o yo, como de las normas sociales o superyo). Por tanto, para Freud, los sueños son expresiones de la naturaleza irracional y asocial del ser humano. Jung, por el contrario, considera los sueños como revelaciones de una sabiduría inconsciente que es anterior al individuo y que se plasma en los arquetipos o imágenes primordiales, entendidos éstos como la objetivación imaginaria resultante de las estructuras básicas de la psique, las cuales poseen, al igual que las estructuras del lenguaje y el pensamiento lógico, un carácter universal; esto explica que en todas las personas exista una tendencia innata a crear determinados símbolos. Para determinar la naturaleza de los arquetipos, Jung se vale, en un primer momento, de una explicación fundamentada en una analogía explícitamente evolucionista y biologicista para, acto y seguido, hacer hincapié en la necesidad, por parte del investigador, de conocer suficientemente los motivos mitológicos, a la hora de estudiar esos productos inconscientes de la actividad mental humana que son los arquetipos o “remanentes arcaicos de la psique”. Jung llega a hablar de la existencia de un inconsciente colectivo.

El investigador de la mente de igual modo puede ver las analogías entre las imágenes oníricas del hombre moderno y los productos de la mente primitiva, sus imágenes colectivas y sus productos mitológicos. El psicólogo no sólo debe tener una experiencia suficiente acerca de los sueños y otros productos de la actividad inconsciente, sino de la mitología en su sentido más amplio.

Por todo ello el psicoanálisis nos parece una teoría psicológica apasionante para aplicarla a cualquier ámbito en donde el ser humano intervenga y más aún donde el ser humano deba ser creativo e incluso mejor donde el ser humano fantasee, en definitiva, partiremos de la hipótesis de que cuando el ser humano crea mediante la ilusión y la fantasía un relato, deposita ahí parte de su inconsciente. Un buen ámbito de estudio de ese fantasear creando, serían los mitos.

5. Los mitos seleccionados y su interpretación psicoanalítica

5.1. La interpretación del mito

Los mitos son irracionales y expresan lo más instintivo del ser humano, es una respuesta inmediata al deseo instintivo del Ello. Son dioses y pueden vivir sin normas.

El psicoanálisis pretende aproximarse al inconsciente, donde radica lo más primitivo del ser humano, muchas veces reprimido: pretende pasar del proceso secundario, es decir, del discurso racional del paciente al proceso primario, donde predominan la leyes del inconsciente, irracionales. Aproximarnos al mundo instintivo de los mitos ayuda a comprender lo más primitivo, y muchas veces reprimido, de los sujetos que se analizan, encontrando así la explicación oculta a muchos comportamientos inexplicables por la via de lo racional. Los mitos, por tanto, ponen en evidencia y para el disfrute del lector los temores más ocultos que el lector oculta por estar prohibidos por la cultura.

Como dice Hagelin (1975): “Los mitos pueden ser interpretados psicoanalíticamente como remanentes deformados de fantasías optativas filogenéticas de la especie” ,”el contenido manifiesto de ellos es producto del trabajo del mito, mediante la deformación que ha ido imprimiendo al contenido latente a través de los tiempos, condensándolo, desplazándolo, cuidando de su representabilidad y efectuando elaboraciones secundarias múltiples que serían las responsables directas de las diferentes versiones”

Para que un mito tenga aún hoy vigencia, despertando nuestro interés epistemofílico, debe guardar alguna relación con aspectos de nuestra naturaleza que no han variado en los miles de años que el mito existe.

Para poder desarrollar el tema con más agilidad, nos gustaría que quedara claro el concepto de objeto, considerado psicoanalíticamente. En adelante nos referiremos a objetos como todo lo que no es sujeto y tiene alguna relación con el sujeto, incluyendo a las personas.

5.2. Narciso

5.2.1. Introducción

Para entender la relación entre el mito de Narciso y el concepto de narcisismos en psicoanálisis, conviene explicar previamente, aunque sea de forma breve, en qué consiste el narcisismo desde la teoría psicoanalítica y las repercusiones de las gratificaciones y la heridas narcisísticas producidas por el objeto, entendido psicoanalíticamente, a un sujeto en el desarrollo de su vida diaria y en su evolución personal.

El concepto de narcisismo es un concepto muy importante en el nacimiento de esta teoría, iniciada por S. Freud, a principios de este siglo, ya que el sujeto crece en la medida en que es alimentado en su narcisismo. Autores, como Melanie Klein, llegan a decir que si el montante de satisfacciones no es superior al de frustraciones el crecimiento del niño se entorpece. De una forma muy general se puede decir que el narcisismo hace referencia a las gratificaciones placenteras que el sujeto recibe, Bien desde sí mismo o desde el objeto, al satisfacer sus deseos. La herida narcisística proviene de la situación social en la que a la hora de relacionarse con los objetos, éstos frustran o no satisfacen las necesidades narcisísticas de una persona, ocasionándole malestar y hasta depresión. El trastorno narcisístico consiste fundamentalmente en el hecho de que un sujeto constituye a todo otro que encuentra en un satisfactor de sus propias necesidades, olvidando o no comprendiendo que el otro también tiene sus propias necesidades .

5.2.2. El mito de Narciso

Según C. Falcón Martínez, (1980) el mito de Narciso ha llegado hasta nosotros con algunas variantes. Según una leyenda beocia, era un hermoso joven que vivía cerca del monte Helicón y del cual se había enamorado otro muchacho, Aminias. Narciso despreciaba el amor y, disgustado con los deseos de Aminias, le envió de regalo una espada, con la orden implícita de que se diera muerte. El amante obedeció, pero antes de morir maldijo al amado; y, en efecto, al pasar junto a una fuente y ver su propia imagen reflejada sobre las aguas, Narciso se enamoró de sí mismo tan perdidamente que acabó por suicidarse ante la imposibilidad de satisfacer su pasión. La versión de Pausanias es una clara racionalización del mito tradicional. Supone que Narciso habría tenido una hermana gemela con la que iba siempre de caza y de la que estaba enamorado. Cuando ella murió, fue tanta su pena que se pasaba los días contemplándose en las aguas de un arroyo, pues la imagen borrosa de su propio rostro le recordaba el de su hermana muerta; ésta habría sido, en definitiva la causa de que la gente creyera que estaba enamorado de sí mismo. Por su parte, Ovidio complica más la historia. Narciso, hijo del dios-río Cefiso y de la ninfa Leiríope, fue un muchacho de extraordinaria belleza, de quien el famoso adivino Tiresias habría vaticinado un triste fin, al revelar a su madre que viviría una larga vida si no llegaba nunca a conocerse a sí mismo. Narciso despertó el amor de muchos hombres y mujeres, pero no correspondió a nadie. Una de sus enamoradas fue la ninfa Eco, quien, debido al castigo que le había impuesto

Hera, no podía comunicar a Narciso sus sentimientos, ya que era incapaz de hablar la primera, y sólo le estaba permitido repetir los últimos sonidos de lo que oía. Cuando al fin consiguió dar a entender sus sentimientos al amado, fue rechazada. La conducta de Narciso acabó por atraer el castigo divino: el joven se enamoró de sí mismo al contemplar su imagen reflejada en las aguas y, desesperado al no poder alcanzar el objeto de su amor ni satisfacer su pasión, permaneció junto al arroyo hasta consumirse. Se decía que el cuerpo de Narciso había sido transformado en el río que llevaba su nombre y también que había dado lugar al nacimiento de la flor así llamada.

5.2.3. El mito de Narciso y el psicoanálisis

Encontramos en Narciso, igual que en Edipo, no sólo la satisfacción del deseo prohibido, sino también el castigo por haberlo concretado: un crimen y su castigo. Esto permite pensar que el mito intenta difundir, fortalecer o imponer una ley. Si esta ley se puede imponer con ayuda de fuerzas irracionales, más poder tendrá: son dioses inmortales y omnipotentes, los que imponen el castigo.

El sueño convierte en satisfacción el deseo frustrado durante el “resto diurno”. En ese sentido, algunos elementos del mito de Narciso, resultan semejantes a los sueños optativos de los niños, con muy poca deformación.

Narciso, hermoso y joven, seduce fácilmente y con su sola presencia, a muchos hombres y mujeres, dándose el lujo de rechazarlos. Esta es la fantasía optativa, concretada: Juventud, belleza, fácil poder de convocatoria. Anhelado poder obtenido sin mayor esfuerzo.

El deseo de ser deseado, se proyecta en los otros. El resto diurno: la envidia de estos atributos, vista en otros. o, no confiar en los propios; o simplemente anhelados, sufriendo su falta. Vivencias cercanas a la soledad y a la marginación.

El castigo es la soledad temida, a la que Narciso es condenado. Aún el castigo encierra una satisfacción narcisista: el castigo es el fruto de la conducta de Narciso, el soñante; o sea, activamente provocado. En cambio, en la realidad, el resto diurno tuvo que ser soportado pasivamente, por no haber obtenido, o haber perdido, el poder de seducción. La revelación de Tiresias, agrega un elemento difícil para su análisis: Si no llega nunca a conocerse ¿Qué es lo que no debe conocer? ¿El poder que otorga la juventud y la belleza? ¿Su propia naturaleza, que tiende a abusar de ese poder, lo que le impide disfrutar de los vínculos en la comunidad? El consenso tiende a confirmar el error de creer que lo que no se conoce, o se niega, deja de ser un problema.

Como corolario, si el sueño es el guardián del dormir, el mito sería un guardián de la convivencia social: no se debe abusar del poder.

El sujeto y los otros semejantes forman los dos pilares en que se sustenta el narcisismo, estructurando al sujeto como ser social.

La criatura humana tiene la necesidad de ser reconocida como tal por otro semejante. Necesidad que surge de la historia filogenética inscrita en el cuerpo biológico. La gratificación narcisista, el reconocimiento positivo por el otro, calma la ansiedad a la que la condena su propia existencia: el miedo de ser un objeto inútil, desestimable (M. Buber 1972). La necesidad de ayuda, protección y reproducción, condujo a la necesidad de convivir en sociedad, tener un grupo de referencia y de pertenencia. Y de ser reconocido por los miembros del grupo convertidos en objetos significativos. Algunos autores llaman a esto Necesidad Narcisista Primordial (NNP).

Esto significa que la estructura narcisista, tal como aquí la planteamos, impone determinada relación objetal, un vínculo que tiene al sujeto como centro y que incluye a los otros, pero sólo para satisfacer sus deseos y necesidades. Esta estructura, que tiene la característica de ser innata y universal, no desaparece nunca, pero sufre ciertas vicisitudes que pueden ser consideradas algunas como normales, otras como patológicas. Incluso la relación objetal altruista, concepto opuesto a la relación narcisista, donde el interés del sujeto es aparentemente satisfacer las necesidades del otro renunciando a las propias, encubre siempre algún interés narcisista del sujeto. Esto fundamenta la hipótesis de que toda relación objetal es narcisista. El narcisismo, como “complemento libidinoso del egoísmo inherente a la pulsión de autoconservación” (Freud, 1914) impone la dependencia del sujeto a otro/s significativo/s para que confirmen la identidad de aquél como ser. Dependencia que motiva los procesos de socialización: la identificación, la formación reactiva, la sublimación.

“Yo soy alguien gracias a ti. Sin ti, nada soy. Unicamente tú puedes confirmarme como ser humano.” (P. Rivière, 1979). Esta es la raíz del vínculo social y de todas sus manifestaciones ulteriores. A su vez, motiva que consciente o inconscientemente, en la realidad o en la fantasía, la criatura humana posea siempre en su psiquismo el modelo de un vínculo objetal. “En la vida anímica individual aparece integrado siempre efectivamente ‘el otro’ como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo la psicología individual es al mismo tiempo y desde el principio, psicología social.” ( Freud, 1921) Pero rápidamente aprendemos que esta necesidad no se satisface siempre ni totalmente, el reconocimiento puede ser negativo: se puede ser despreciado; y que para colmo de males los demás pretenden lo mismo que uno. Frustración que provoca ansiedad y odio. El sujeto se siente despreciado. Proceso que puede seguir dos caminos: el de la sublimación. Consiste básicamente en “portarse bien”, respetar y observar las expectativas del otro, esperar y aprender a buscar la gratificación narcisista a través del respeto y la preocupación por el otro, el del odio perverso, la impaciencia, la violencia y la prepotencia.

Satisfacer la Necesidad Narcisista Primordial (NNP) implica, en última instancia, que el otro que me ama a mí está pendiente de mis necesidades y deseos para satisfacerlos. Es feliz si lo logra, y sufre si no. Su amor hacia mí es un altruismo incondicional que llega a la desesperación al intentar adivinar mis caprichos. Ese otro es tan omnipotente que no sólo logra adivinar todo esto sino que además llega a satisfacerlo, sea lo que fuere. Lo podríamos comparar con el genio de la lámpara de Aladino: un poderoso esclavo cuya felicidad consiste en servir a su amo.

En el adulto, un importante elemento diferencia al objeto significativo, del que se espera un amor incondicional, del genio de la lámpara. El objeto significativo deseado adquiere, por el poder mágico de la fantasía y por la omnipotencia que lo puede todo, los atributos estéticos que seducen en forma sostenida a la naturaleza humana.

Satisfacción inmediata y total, la plena vigencia del principio de placer. Un amor en forma de un reconocimiento positivo incondicional, es la pretensión de la estructura narcisista sin control.

¿De dónde proviene esta pretensión desmesurada?

Un bebé “vive” al otro que lo mima, protege y alimenta de esa forma, por lo menos, en algunos momentos significativos para el bebé, reviviendo la vida intrauterina. Para el desarrollo normal de un bebé, el vínculo con algún otro debe incluir estos momentos, confirmando así una pretensión heredada que comienza a estructurar al sujeto como tal. La ausencia de esta experiencia deja un vacío peligroso en la personalidad del nuevo ser: la sensación de ser “un algo”, es decir, un objeto que no merece atención.

Este tipo de gratificaciones en los vínculos objetales, imprescindible para la salud mental del sujeto en formación, dan la fuerza y su sello al narcisismo. Luego, excepcionales y ocasionales momentos del encuentro humano reavivan este mito de completud imposible, haciendo posible la negación de la carencia.

El nacimiento interrumpe un vínculo donde la respuesta automática del organismo materno atiende las necesidades del nuevo ser. A partir de ese instante el otro necesitado deberá ser convocado por un ser cuya indefensión es extrema, lo que implica una dependencia máxima. El mito de la expulsión del paraíso ilustra el aspecto negativo, resignificando de este modo la experiencia de frustración que no tarda en presentarse: el hambre, la espera o cualquier otra incomodidad. Mientras el poder de convocatoria es instrumentado por una conducta mas o menos cercana al odio, la ausencia o el maltrato del otro (no interpretar adecuadamente las necesidades del bebé) reaviva en el bebé el temor de ser un objeto inútil. En ese momento, para el bebé, el nacimiento es resignificado como rechazo.

La socialización consiste en educar, imponer el control de las pretensiones narcisistas para resignarse a compartir, a ser solidario. En Psicoanálisis conocemos las vicisitudes de esta educación como la elaboración del Complejo de Edipo. La pretensión de la raíz narcisista debe ser modificada, modulada, para permitir una convivencia social. El bebé es para la madre el objeto significativo dispuesto a reconocerla incondicionalmente durante el resto de su existencia y así retribuir todo el sacrificio materno. Lamentablemente, excepcionales situaciones, que las hay, permiten un equilibrio tan armónico y conveniente para ambos miembros de un vínculo: una pareja de enamorados, socios que emprenden un proyecto común, una amistad que se inicia. Ambos se preocupan de gratificar el narcisismo del otro, por un tiempo.

La frustración de la NNP puede originar un círculo vicioso de ansiedad y rabia. Convertirse en deseo de dominar o someter al otro, incluso de aniquilarlo. La autoestima es la medida en que la estructura narcisista se siente gratificada, y es un importante parámetro en el camino de la salud mental. Esta medida, modulada por las series complementarias, se convierte en el patrón de la confianza y la seguridad del sujeto en sí mismo y en los demás.

Para un buen equilibrio psíquico, para la salud mental, la autoestima debe tener determinada magnitud. Esto significa que es imprescindible obtener determinada cantidad de gratificaciones narcisistas, reconocimientos positivos del objeto significativo y del grupo de pares, anticipados por su representante internalizado, el Super-yo.

Salud mental implica también cierta dosis de cautela dentro de un criterio de realidad compartido por el grupo comunitario, que es lo que intenta imponer el principio de realidad. El aumento de la autoestima es la meta de las sublimaciones.

El Yo se somete al Ideal del Yo reprimiendo lo que éste considere inconveniente, perverso o malo. Así se forma un Ideal reprimido, prohibido. Podríamos llamarlo Ideal del Ello. Puede tomar el mando de la conducta, esto puede ser momentáneo o estructurar un Ideal del Yo perverso. El narcisismo perverso está normalmente reprimido en el Inconsciente.

La autoestima se eleva con el cumplimiento de cualquiera de los dos ideales.

La diferencia está en sus consecuencias, internas y externas. Y las licencias culturales contenidas en el Ideal del Yo pueden borrar límites, ya de por sí bastante imprecisos entre el bien y el mal.

Por presiones internas y externas, el Super-yo se ve obligado a incluir en las normas del Ideal del Yo ciertas “licencias” culturales. La experiencia indicará el lugar, el momento y el destinatario para estas “actuaciones” impunes, fácilmente negadas, desmentidas y proyectadas.

Al disminuir la autoestima disminuye también la confianza, se genera ansiedad y odio. Si el odio supera la barrera del miedo, suele presentarse la violencia destructiva. En cambio, si el miedo inhibe moderadamente la hostilidad, puede impulsar cambios positivos.

Es así como acentuando la importancia de la respuesta del otro semejante se resalta la dependencia del sujeto para mantener un saludable nivel de autoestima.

5.3. Edipo y Electra

5.3.1. Edipo

5.3.1.1. Introducción

Aclarada la importancia que tiene en el desarrollo del ser humano y en su evolución saludable mentalmente la gratificación narcisista, conviene recordar ahora que la herida narcisista, es decir, la frustración del deseo de satisfacción del sujeto y la ansiedad que ello produce, es lo que va estructurando una instancia imprescindible para el desarrollo de su yo y para establecer una relación social soportable; nos referimos al nacimiento del Superyo (normativa social introyectada). En términos psicoanalíticos ello se consigue a partir del “complejo de castración” y todo ello se desarrolla en la elaboración del “complejo de Edipo. De ahí que tratado el mito de Narciso ahora proceda el de Edipo y, en menor escala, el de Electra.

5.3.1.2. El mito de Edipo rey

Edipo es hijo de Layo y de Yocasta y, por tanto, nieto de Lábdaco. Su ascendencia se remonta hasta el propio Cadmo, fundador de Tebas. Ya en el canto XI de la Odisea aparece Epicaste (así llama Homero a Yocasta) entre las heroínas entrevistadas por Odiseo en su bajada a las mansiones subterráneas.

En la versión más difundida, Edipo aparece amenazado por un vaticinio desfavorable, incluso antes de nacer. En efecto, el oráculo de Apolo en Delfos había anunciado a Layo que el hijo nacido de su esposa estaba destinado a matar a su padre. En consecuencia, tan pronto como nació el niño, Layo, tras traspasarle con un clavo los talones y unírselos con una correa (se creía que el nombre de Edipo significaba en griego pies hinchados) lo entregó a uno de sus pastores con la orden de exponerlo en el monte Citerón. Los pastos de este monte eran frecuentados tanto por los pastores de Tebas como de Corinto. Uno de éstos, Melibeo de nombre, encontró al niño y lo entregó a los reyes de su país, Pólibo y Mérope, quienes lo criaron como si fuese su propio hijo. Al llegar a la edad viril, Edipo visitó el oráculo de Apolo en Delfos para informarse de su destino. El oráculo le respondió que estaba destinado a matar a su padre y casarse con su madre. Horrorizado ante tal respuesta, decidió Edipo evitar esta suerte alejándose de los que creía sus verdaderos padres. En su huida se encontró con Layo en una encrucijada de caminos y, al no querer ceder el paso se produjo un altercado en el que perdieron la vida el rey y todos sus servidores, excepto uno. Empezaba así a cumplirse el oráculo.

Más tarde llegó Edipo a Tebas, donde la esfinge (monstruo con cabeza de mujer, cuerpo de león y alas) tenía aterrorizada a la población proponiendo enigmas y devorando a los que eran incapaces de resolverlos. El enigma que solía proponer era el siguiente: ¿Cuál es el ser que tiene cuatro pies por la mañana, dos al mediodía y tres por la noche, pero que, contrariamente a la generalidad de los seres existentes, es tanto menos rápido cuantos más pies utiliza al caminar? Edipo respondió que se refería al hombre, que utilizaba cuatro pies mientras andaba a gatas y tres en la vejez al usar bastón. La esfinge, entonces se suicidó arrojándose desde la alta roca en que solía asentarse. Hay una versión de la leyenda en la que era el propio Edipo quien daba muerte al monstruo.

Como reconocimiento al favor que había dispensado a la ciudad, los tebanos lo elevaron al trono y le entregaron en matrimonio a la reina viuda, Yocasta. Se cumplía así totalmente el oráculo que Edipo trataba de evitar.

Al abatirse durante su reinado una peste sobre Tebas, Edipo envía a consultar al oráculo de Apolo en Delfos a su cuñado Creonte, quien regresa con la respuesta de que aquélla no cesará hasta que haya sido desterrado de la ciudad el asesino de Layo. Edipo, al oírla, maldice al culpable sin sospechar que es él mismo y hace llamar al adivino Tiresias quien, conocedor de la tragedia, trata de ocultar la respuesta que, finalmente, habrá de dar presionado por el monarca. Edipo no puede creer lo que oye y piensa en una conjura preparada por Creonte. Yocasta trata de ayudarle descubriendo aquél antiguo oráculo que aseguraba que Layo moriría a manos de su hijo. Pero Layo había sido muerto por unos bandidos en una encrucijada de caminos, según había asegurado uno de los servidores del rey que había conseguido salvar la vida. Edipo se turba. Decidido a averiguar la verdad hace venir del campo al servidor que acompañaba a Layo en aquella ocasión. Los acontecimientos se precipitan. De Corinto llega un emisario para notificarle que ha muerto Pólibo y que por tanto debe ir a ocupar el trono. Edipo dice que no quiere acercarse a su madre por temor a que se cumpla parte del oráculo. El emisario, pretendiendo tranquilizarlo, le asegura que no hay nada que temer porque Mérope no es su verdadera madre, ya que él mismo lo había recogido en un monte. La angustia se abate sobre Edipo. Ya sólo falta que llegue el servidor que ha sido avisado para acabar de confirmar la terrible sospecha.

Yocasta, al comprender que ha cometido incesto con Edipo, entra silenciosa en el palacio para suicidarse. Edipo, abatido, perfora sus ojos con unos alfileres y parte para el destierro de la mano de la más pequeña de sus hijas, Antígona. Ella le guiará hasta Colono, en el Atica, donde es acogido hospitalariamente por Teseo. Aquí muere Edipo, no sin antes haber maldecido a sus hijos Eteocles y Polinices.

5.3.1.3. El mito de Edipo y el psicoanálisis

Para entender con más precisión la relación del mito que tratamos con el complejo del mismo nombre, conviene recordar que la indefensión y el desamparo con que la criatura humana comienza su vida es suficiente motivación para que ésta necesite experimentar un vínculo que confirme un modelo de gratificación narcisista omnipotente con algún otro semejante. Este otro debe ser capaz de brindarle ayuda y protección incondicional en algunos momentos, calmando así la ansiedad a que la criatura está condenada por su indefensión. Esta experiencia gratificante va creando en el sujeto una confianza básica. Fortaleciendo la raíz narcisista, favorece un desarrollo que podemos entender como sano, ya que su falta (si la criatura sobrevive) alienta una lamentable desconfianza frente a la vida, es decir, una debilidad yoica difícil de superar.

Una vez que el narcisismo se afirma por medio de estas experiencias vinculares, se impone el aprendizaje de su control. Esto implica frenar la pretensión de obtener el amor incondicional de los otros. El narcisismo ávido de poder sobre los otros, debe convertirse en uno que respete además el narcisismo ajeno, aprendiendo a sublimar, a obtener el cariño y el respeto del otro mediante el cariño y el respeto otorgado a éste. De tal manera es posible una convivencia imprescindible. La idea es imponer un aprendizaje, para evitar así el círculo vicioso de ansiedad y odio que derivan de la frustración inevitable del principio de placer. Aprender a tolerar y a enfrentar a la frustración.

Para lograr este paso no hay más remedio que sujetarse a una sistematización del principio de realidad cristalizado en las normas culturales. Lograr un control de los impulsos narcisistas antisociales.

Las normas de convivencia son necesarias y pretenden y buscan una convivencia armónica, pero aún así no pueden evitar que generalmente se encuentren distintas excusas para jugar de determinada manera la dialéctica del amo y del esclavo.

El proceso de socialización de la criatura humana es la elaboración del complejo de Edipo: reprimir impulsos hostiles antisociales prohibidos (incesto, homicidio y canibalismo, con sus series de significantes) y someterse a las normas. Todo esto significa ni más ni menos que modular la estructura narcisista, y adaptar la exigencia del principio de placer a alguna sistematización del principio de realidad, aprendiendo a hacerse querer y valorar a través de la sublimación. Aprender a buscar la satisfacción de la NNP en el camino del respeto mutuo. Proceso que requiere esfuerzo y paciencia. También implica lograr una socialización en la cual se tiende a colaborar y compartir con el otro en una interdependencia.

En este proceso aparece el Ideal del Yo como cristalización interna de las normas que supuestamente van a garantizar la gratificación de la NNP de todos los miembros de la comunidad dentro de los límites posibles. De esta manera va formando la identidad.

Centrémonos ahora con más detalle de la equivalencia del Edipo Rey (mitología con el complejo de Edipo (psicoanálisis).

El mito relata el parricidio y el incesto de Edipo, hechos vaticinados por el oráculo y cometidos a pesar de los esfuerzos para evitarlos.

Según el psicoanálisis, toda criatura desea cometer incesto con el padre del sexo opuesto y eliminar al padre rival, del mismo sexo. En estas condiciones, es imposible la supervivencia de un grupo, por lo cual ha sido indispensable la imposición de una ley, de normas que regulen las relaciones para la convivencia dentro del grupo. El homicidio y el incesto podrán conformar el núcleo de lo prohibido, pero en toda cultura lo perverso, lo ‘malo’, no se reduce a esa conducta, sino que abarca muchos aspectos de las relaciones sociales. En este sentido Teicher (1999) afirma “..ha de estar en juego un proceso de desarrollo, y sin duda supondrá que éste consiste en lo siguiente: las malas inclinaciones del hombre le son desarraigadas y, bajo la influencia de la educación y del medio cultural, son sustituidas por inclinaciones a hacer el bien.” En realidad no hay 4). El mismo autor continúa afirmando que la esencia más profunda del hombre consiste en mociones pulsionales de naturaleza elemental, ellas son del mismo tipo en todos los hombres y tienen por meta la satisfacción de ciertas necesidades originarias. En sí, estas mociones pulsionales no son ni buenas ni malas. Ha de concederse que todas las mociones que la sociedad proscribe por malas escojamos como representativas las mociones egoístas y las crueles- se cuentan entre estas primitivas.Estas emociones primitivas tienen que andar un largo camino de desarrollo antes que se les permita ponerse en práctica en el adulto. Son inhibidas, guiadas hacia otras metas y otros ámbitos, se fusionan unas con otras, cambian sus objetos, se vuelven en parte sobre la persona propia.

Sólo después de superados tales ‘destinos de pulsión’ se perfila lo que se llama el carácter de un hombre, que, según es notorio, únicamente de manera harto defectuosa puede clasificarse como ‘bueno’ o ‘malo’. El hombre rara vez es íntegramente bueno o malo; casi siempre es ‘bueno’ en esta relación, ‘malo’ en aquella otra, o ‘bueno’ bajo ciertas condiciones exteriores, y bajo otras, decididamente ‘malo’.”

Debido a la larga indefensión del ser humano, el sujeto, cumpliendo con la pulsión de autoconservación, empieza a relacionarse con los objetos de su ambiente, de los que depende para su protección, abrigo, alimentación e higiene.

En relación a esa indefensión, esos objetos, ilusoriamente idealizados por el proceso primario, son vistos como seres omnipotentes. La idealización, quitando lo que sobra y agregando lo que falta, convierte cualquier objeto en perfecto. La necesidad y el temor crean lo perfectamente bueno y lo perfectamente malo, a Dios y al Diablo, el objeto protector y el objeto persecutorio. Al cumplir con la pulsión de conservación de la especie (sexual) privilegia determinado objeto de ese ambiente creando la rivalidad y hostilidad hacia y desde los otros (amor y odio). Así se van distinguiendo los objetos significativos, del resto.

El sujeto aprende a relacionarse con esos objetos, sea para la conquista, sumisión, seducción o competencia a través de los modelos idealizados, identificándose con ellos. De esta forma adquiere una identidad por la que quiere ser respetado y valorado. La elección de los objetos significativos y las identificaciones realizadas, resultado transaccional del conflicto entre principio de placer y principio de realidad, serán las contracargas contra el deseo de poseer a todos y el de ser como un dios, es decir, omnipotente en el manejo de los otros. La elección de las personas significativas de ese ambiente que serán catectizadas, dependerá de las series complementarias, igual que para la formación del síntoma y del sueño. Estas series incluyen:

a) un factor constitucional: que incluye un mapa genético que, dentro de ciertos límites que impone la condición humana, inhibe o resalta determinada característica de la misma.

b) de los sucesos infantiles: de cómo será la interacción con esos objetos: padres, hermanos, maestros, etc.

A esta altura, debemos considerar el peso que tiene en el desarrollo del sujeto lo que llamamos ‘complejo de castración’.

Un complejo es un conjunto de ideas relacionadas entre sí. La castración es el símbolo del miedo básico, fundamental y primario. El desamparo, la marginación, el desprecio de los objetos significativos hacia uno, la violencia destructiva de un semejante, forman la cadena de significantes que traducen al lenguaje digital lo que la escuela kleiniana denomina miedo al ataque (ansiedad paranoide) y miedo a la pérdida (ansiedad depresiva). El temor a la castración es uno más de esta serie, que incluye la amenaza de la pérdida del cariño de los objetos significativos, ya que la vida del bebé humano depende del cuidado y protección que pueda recibir de ellos.

Bajo la presión del complejo de castración se van modulando las relaciones del infante, orientando la conducta del sujeto e intentando adaptarlo a su ambiente cultural, de socializarlo, integrarlo al grupo en el que intentará satisfacer la necesidad de una elección de objeto.

También intentará ser elegido objeto de amor. Ser el objeto del deseo del otro deseado, necesidad cuyo logro estará influido cualitativamente por las identificaciones que pueda realizar. De esta manera se ha ido estructurando y resolviendo el Complejo de Edipo, que implica: la necesidad de determinada elección de objeto, querer tenerlo/la discriminando los objetos significativos la necesidad de ser elegido objeto de amor que lo/la quieran tener recibir el reconocimiento positivo del objeto significativo la necesidad de adquirir una identidad querer ser como él/ella adquirir conductas que provoquen el reconocimiento positivo. Necesidades que evolucionan bajo la presión del complejo de castración.

Al realizar la elección de objeto, el sujeto convierte automáticamente en rivales (o molestas tentaciones) a los otros objetos y buscará un modelo para relacionarse con ellos. En ese desarrollo irá oscilando entre dos significantes: en un extremo se encuentra con su impotencia, el desamparo, al que teme (el complejo de castración); en el otro extremo, sueña con ser omnipotente: tenerlo al otro cómo, cuando y dónde se le antoja, resignificando el vínculo de la vida intrauterina, deseo al que deberá renunciar, dentro de su grupo de pertenencia.

Este proceso implica convertir un narcisismo antisocial, perverso, en otro, socialmente adaptado, sublimado.

¿Cómo se disuelve el complejo de Edipo?

Todo ser humano tiene impuesta la tarea de dominar el Complejo de Edipo. Y es el descubrimiento de la posibilidad de la castración el que impone la transformación del Complejo de Edipo, el que lleva a la creación del Super-yo y el que inicia así todos los procesos que convergen hacia la inclusión del individuo en la comunidad cultural.

La resolución del Complejo de Edipo da como resultado la socialización del sujeto, su adaptación al grupo sociocultural. Es decir, la introyección de los modelos vinculares permitidos y de los prohibidos. Como toda educación, la adaptación se impone con premios y castigos. El premio será la elevación de la autoestima; el castigo, la culpa y el complejo de inferioridad, o sea la baja de la autoestima. A la par que adquiere las pautas culturales de convivencia entre padres-hijos-hermanos, el sujeto puede desarrollar su capacidad de respetar y de reparar, sublimando sus impulsos pregenitales y convirtiendo los deseos perversos en otros socialmente aceptados y valorados.

De esta manera el sujeto va modificando su relación con el entorno.

De la disolución del Complejo de Edipo queda un heredero: el Superyo que va a juzgar, comparar el Yo de acuerdo con una escala de valores éticos cristalizados en el Ideal del Yo. El Ideal del Yo se forma y es internalizado por la presión del Complejo de castración, o sea, por miedo.

Sin miedo a determinadas consecuencias, no sería posible educar a nadie.

El complejo de castración, instrumentado como una amenaza de castigo por el Superyo, limita la pregenitalidad perversa, intenta controlar el narcisismo y alienta a sublimar estos impulsos asumiendo la responsabilidad del sujeto, a preocuparse por el otro en una dependencia madura. Aprendiendo a compartir y colaborar. Para concretar, modular y desarrollar su necesidad de ser aceptado, respetado, valorado y querido, es decir, integrar un grupo de pertenencia.

La frustración, la desconfianza y el miedo, fortalecen al narcisismo descontrolado, exigiendo el reconocimiento incondicional, como una defensa extrema contra la soledad, el desprecio, la marginación.

5.3.2. Electra

5.3.2.1. Introducción

A Janet, discìpulo de Freud, le pareció que el mito de Edipo explicaba suficientemente la evolución del varón, pero que quedaba incompleto para explicar la evolución de la mujer.

De ahí que se fijó en una de las versiones del mito de Electra para completar la inclusión del tercero en el sexo femenino. Sin embargo su aportación a la teoría psicoanalítica es prácticamente nula, ya que ningún autor coetáneo ni posterior la ha tenido en cuenta. Si embargo en la difusión popular si ha tenido eco, a semejanza del término subconsciente que se utiliza popularmente, cuando en realidad el concepto que ha prevalecido es el de inconsciente. Por ello nos limitaremos a resumir el mito y una breve aplicación, ya que para este mito y su aplicación psicoanalítica vale todo lo explicado anteriormente.

5.3.2.2. El mito de Electra

De las distintas versiones, se suele elegir en a interpretación psicoanalítica la siguiente.

La más conocida de las heroinas que reciben este nombre es la hija de Agamenón y Clitemestras.

Tras el asesinato que su madre perpetró en la persona de Agamenón, Electra (al menos en alguna versión de la leyenda), se encargó de sacar del palacio, oculto debajo de su ropa, a su hermano menor Orestes, al que entregó a un fiel pedagogo. A partir de este instante, Electra es tratada en ocasiones peor que una criada.

Pasan los años y finalmente Electra encuentra y reconoce a su hermano en la tumba de su padre, a la que había acudido para hacer libaciones en honor del muerto.

Los dos hermanos y Pílades, el primo y fiel amigo de Orestes, traman cómo eliminar a Clitemestras y a Egistos: Electra regresará al palacio sin manifestar su alegría; Orestes y Pílades simularán ser los portadores de la cenizas del primero que habría muerto en el curso de unos juegos deportivos, durante la carrera de carros. Así lo hacen, y, aprovechando el revuelo producido por la noticia, asesinan a Clitemestra y a Egistos, vengando así a Agamenón.

5.3.2.3. El mito de Electra y el psicoanálisis

Para no reincidir en lo ya dicho, a propósito de Edipo, se evidencia que la elección del mito de Electra viene por el asesinato que trama Electra contra su madre, Climenestra, como homenaje a las cenizas de su padre. A nuestro modo de ver, aunque se salva la idea básica del psicoanálisis, consistente en la rivalidad madre-hija por el padre, sigue siendo insuficiente para explicar adecuadamente la evolución edípica de la mujer ya que en el mito de Electra, Climenestra mata a su esposo Agamenón, mientras que en la evolución edípica madre e hija luchan por la posesión del marido y si se tratara de alguna eliminación fantasmática sería la de la madre por la hija, es decir, no la mata por venganza sino por competidora.

Quizás por esas deficiencias no progresó este mito e la ortodoxia freudiana.

5.4. Los hijos de Ares y Afrodita: Deimos, Phobos y Harmonía

5.4.1. Introducción

Aunque el mito de Phobos no es tan popular como los anteriores, sin embargo, sí lo es la fobia, una de las patologías neuróticas más frecuentes en nuestra época. Es tan verdad lo que afirmamos que difícilmente encontraremos a alguna persona que carezca de fobias, desde las más aceptadas socialmente, como pueden ser miedo a las cucarachas, a los ratones o la tan popularmente frecuente, miedo a las serpientes hasta otras más elaboradas como son las fobias al avión, al ascensor o a las enfermedades.

5.4.2. El mito de los hijos de Ares y Afrodita

Phobos fue uno de los hijos de Ares, dios de la guerra. Ares se une a Afrodita, diosa del amor. De esa unión surgen, por una parte, Deimos (el pánico) y, por otra, el propio Phobos, cuyo significado original es el de destrozo o huída. Harmonía, es la tercera de los hijos de Ares y Afrodita.

5.4.3. El mito de las hijos de Ares y Afrodita y el psicoanálisis

Es evidente que en este mito la agresión (Ares) y el amor (Afrodita), unidos o fusionados, crean el pánico (Déimos) y la fobia ( Phobos); evidentemente dos soluciones para esta difícil unión. Así aparece la tercera de los hijos, Harmonía, que representa el orden que intenta restablecer y la paz en la atmósfera que suscitan hijos tan extremos.

Hablando desde la psicopatología psicoanalítica, diríamos, que Deimos encarna lo más primitivo y Phobos la esencia de la neurosis fóbica, de ahí lo adecuado del nombre, mientras que Harmonía representaría el intento de control que pretende establecer la neurosis obsesiva. No en vano el comportamiento fóbico es un comportamiento en el que el sujeto intenta establecer el distanciamiento adecuado respecto al objeto fóbico que le crearía pánico.

5.5. Crono (dios romano Saturno)

5.5.1. Introducción

Elegimos este mito, no tanto por su relación directa con el psiconálisis, cuanto porque se le ha relacionado, desde la época clásica con el cronos, el tiempo. Concepto éste básico en la situación psicoanalítica y en la psicoterapia de orientación humanista, sobre todo de Carl Rogers cronos, kairós y timing.

5.5.2.El mito de Crono

Urano, el cielo, tuvo con Gea, la tierra, varios hijos: los Cíclopes, los Hecatonquiros, las Titánides y los Titanes; los nombres de estos últimos eran Océano, Crío, Jápeto, Hiperión y Crono. Cuando Urano sepultó en el Tártaro a sus hijos los Cíclopes y los Hecatonquiros, Gea incitó a los titanes a que lucharan contra su padre. Los dirigió el más joven de ellos, Crono, que armado con una hoz sorprendió a Urano, mientras dormía y lo castró, arrojando después la hoz al cabo Drépano.

Los titanes entonces dejaron el mando de la tierra Crono que volvió a encerrar en el Tártaro a los Cíclopes y a los Hecatonquiros.

Casó con su hermana Rea, una de las Titánides. Como sus padres le habían predicho que sería destronado por uno de sus hijos, Crono devoraba a los hijos que iba teniendo con Rea: Hestia, Demeter, Hera, Hades y Poseidón. Cuando Rea dio a luz a Zeus, su tercer varón, lo escondió en Creta, confiándolo a Adrastea, y entregó a Cronos una piedra, envuelta en pañales para que la devorara como a sus anteriores hijos. Zeus se crió con los Curetes, que golpeaban sus escudos para que Crono no oyera los llantos del niño. Zeus logró hacerse más tarde copero de Crono y, con ayuda de Metis hizo que su padre tomara su dulce bebida. Mezclada con mostaza y sal, lo que hizo que vomitara, primeramente la piedra, después sus hermanos y hermanas, aún vivos.

Declararon entonces Zeus y sus hermanos la guerra a los titanes, que estaban dirigidos por el gigante Atlante. La guerra duró diez años, hasta que Gea profetizó que Zeus vencería si se aliaba con los Cíclopes y los Hecatonquiros, encadenados por Crono en el Tártaro. Zeus liberó a todos ellos, por lo que, agradecidos los Cíclopes, les regalaron las armas con las que vencieron. Hades desarmó a Crono con la ayuda del casco que lo hacía invisible, Poseidón lo inmovilizó con su tridente y Zeus lo derribó con su rayo. Crono y los Titanes derrotados, fueron confinados en el Tártaro o bien desterrados a una isla oocidental, según las distintas versiones.

5.5.3. El mito de Crono y el psicoanálisis

Aparecen algunas acciones instintivas que aluden a distintos movimientos internos del psiquismo humano que la teoría psicoanalítica tiene en cuenta a la hora de explicar los comportamientos humanos. Por ejemplo, la muerte del padre para que el hijo puedar ser alguien y el temor de aquel a ser destruido por sus hijos. En lenguaje psicoanalítico, la mdre da paso al padre y éste a la humanidad; pero en el tránsito alguien intentará retener al hijo, bien la madre, bien el padre o como en este caso la perversión consiste en que la madre se alía con el hijo para que pueda independizarse del padre, o mejor arrebatarle el poder al padre: madre e hijo aliados (incesto) para sustituir al padre.

Crono le quita el poder a su padre cortándole el pene. Mirado en términos de nuestra cultura actual, diríamos que si se quiere desposeer a alguien de su poder, la forma adecuada es la eliminación física de ese sujeto (la muerte). Sin embargo en el mito, Crono, el poder radica en el pene, se desprovee al padre Urano del poder, castrándolo. Desde el punto de vista psicoanalítico, el falo (el pene símbolo del poder machista, es lo que le diferencia) simboliza el poder, es decir quien tiene el falo tiene el poder; destruido el falo de Urano gobierna el falo de Crono.

Quizás este mito explique la tendencia de los maestros a evitar que sus discípulos le superen, creándose una lucha maestro discípulos, donde los mejores discípulos son eliminados por el maestro o viceversa.

La tendencia de los hijos a matar al padre queda suficientemente explicado por Freud en su libro Totem y Tabú, donde la horda humana más primitiva realiza su deseo de poder sacrificando al padre, poseedor absoluto del pode de la tribu.

Deseo (la muerte del padre) dificílmente asumible en una relación normal padre-hijo. Diríamos que el incesto y la muerte del padre aparecen como las dos prohibiciones más primitivas y difundidas de la especie humana y, por tanto, más reprimidas por la cultura.

En referencia al tiempo en el psicoanálisis se distingue entre el cronos (tiempo solar o del reloj) y el timing, el momento adecuado para que el psicoanalizado pueda entender lo que está sucediendo. En esto coincide de alguna manera con el concepto de la Psicología humanista llamado kairós (momento oportuno o coyuntura favorable).

5.6. Urano

5.6.1. Introducción

Puesto que hemos hablado de Crono, quien con la hoz que le proporcionó su madre le corto a su padre los genitales, quizás interese decir una palabra de Urano ( su padre)

5.6.2. El mito de Urano

La versión mas conocida de su leyenda lo hace hijo de Gea (la tierra) con quien se une para dar vida a los seis Titanes, las seis Titánides, los tres Centímanos (Hecatonquiros), los tres Cíclopes y, a veces, Dione, Etna, las Musas, Pan, etc.

Temeroso de tal descendencia, Urano los mantenía ocultos en el vientre de su madre sin permitirles ver la luz del día, pero Gea, descontenta, los incitó contra su padre. Todos tuvieron miedo de él, excepto Crono, a quien Gea le dio una hoz con la que le cortó los genitales a Urano, su padre, arrojándolos al mar. De las gotas de sangre caidas en la tierra, nacieron las Erinias, los Gigantes y las Melíades; del miembro caido al mar nació Afrodita.

En Roma tiene Urano su equivalente en Caelus.

5.6.3. El mito de Urano y el psicoanálisis

Desde el psicoanálisis se entiende que la función del padre, como dijimos anteriormente, en la evolución del niño es rescatarnos de la madre, abrirlo al mundo. En la relación madre hijo que se viene estableciendo desde el nacimiento el niño aprende la relación diádica Yo-Tú, ahora interviene el padre como elemento de apertura, entrando en juego la relación Yo-Tú-Él, y por tanto nosostros, vosotros y ellos, el universo de la relación social total. Curiosamente Urano mantenía los hijos ocultos en el vientre de su madre, impidiéndoles el desarrollo, siendo la madre la que incita a sus hijos, no abriendose al tercero, sino destruyéndolo, a partir del incesto, castrando a su padre. De tal forma que del miembro caído al mar surge una vida, Afrodita, y de la gota de sangre (¿semen?) caída en la tierra surgen otras vidas. Con todo esto se pone en evidencia la fórmula más primitiva de resolver la rivalidad padre-madre, respecto a la posición del hijo. Simbólicamente ¿quién sería la madre de Afrodita, la diosa del amor? En muchas tradiciones populares el mar y la tierra se identifican con la madre.

El incesto duramente prohibido por la cultura parece estar en lo más primitivo de los deseos humanos.

6. Bibliografía

6.1. Bibliografía sobre Psicoanálisis

Bofill, P. y Tizón, J. (1994): Qué es el psicoanálisis, orígenes, temas e instituciones actuales. Barcelona: Edit. Herder
Buber, M. (1972): Teoría de la comunicación. Barcelona: Edit. Sal Terrae.
Caparrós, N. (1994): Tiempo, temporalidad y psicoanálisis. Madrid: Quipú ediciones.
Falcón Martínez, C. (1980): Diccionario de la mitología clásica. Tomo II. Madrid:Editorial Alianza
Freud, S.
(1914): Introducción al narcisismo,
(1921): Psicología de las masas y análisis del yo,
(1926): La disolución del complejo de Edipo.
Madrid: Edit. Biblioteca Nueva, 1965
Hagelin, J. (1975): Narcisismo, mito y teoría en la obra de Freud. Buenos Aires: Ediciones. Kargieman.
Hall. C.S. y Lindzey, G. (1970): La teoría psicoanalítica de la personalidad. Buenos Aires: Edit. Paidós
Rivière, P. (1979): El Vínculo. Buenos Aires: Edit. Nueva Visión.
Teicher, M. (1999): Curso de psicoanálisis. Buenos Aires: Lista de psicoanálisis.

6.2. Bibliografía sobre Mitología

Bermejo Barrera y otros (1996): Los orígenes de la mitología griega. Madrid: Akal
Bermejo Barrera, José C. (1982): Mitología y mitos de la Hispania prerromana. Madrid: Akal-bolsillo
Bescós, M. Victoria y Romero, Carmen (1996): Mitología grecorromana. Barcelona: Almadraba
Campbell, Joseph (1969): Las máscaras de dios. Madrid: Alianza Editorial. 1ª edición en 1959.
Cirlot, Juan-Eduardo (1991): Diccionario de símbolos. Barcelona: labor
Díez de Velasco, Francisco (1998): Lenguajes de la Religión. Mitos, símbolos e imágenes de la Grecia Antigua. Madrid: Trotta.
Falcón Martínez, Constantino y otros (1980): Diccionario de la mitología clásica. Madrid: Alianza Editorial. Tomo 1 (A-H)
– (1995) Diccionario de la mitología clásica. Madrid: Alianza Editorial. Tomo 2 (I-Z) 10ª reimpresión
García Gual, Carlos (1992): Introducción a la mitología griega. Madrid: Alianza Editorial.
Graves, Robert (1998): Los mitos griegos. Barcelona: Ariel. 7ª edición.
Real Academia Española (1992): Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa Calpe. 21ª edición.
Rodríguez Herrera, Gregorio y otros (1994): Ejercicios prácticos para una introducción a la mitología clásica. Las Palmas de Gran Canaria: Servicio de publicaciones de la ULPGC.
Ruiz de Elvira, Antonio (1995): Mitología clásica. Madrid: Gredos. 1ª edición en 1975.

Literatura para niños
García Domínguez, Ramón (1995): ¡Por todos los dioses! Zaragoza: Edelvives. 4ª edición en 1997. Colección ala delta, nº 198.
Es un libro de la llamada literatura infantil, destinado para niños a partir de los 10 años.
El libro consiste en el desarrollo de una conversación entre Homero y un joven. De forma agradable y a su alcance, Homero le explica y dialoga con el joven sobre diferentes temas mitológicos.

Interpretación del mito desde el punto de vista del psicoanálisis
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