En esta oportunidad me gustaría referirme, como siempre muy sintéticamente, al lugar que ocupa en la Teoría Esquizoanalítica la cuestión de la Subjetividad.
Es sabido que en la Historia de la Filosofía Occidental se pueden reconocer dos períodos fundamentales. Durante el largo curso del primero del primero, el pensamiento filosófico se interrogó persistentemente en torno al Ser. A pesar de que esa reflexión estuviese siempre matizada, cuando no francamente contrapuesta, al problema del Devenir, se puede provisoriamente afirmar que la cuestión del Ser resultó siempre victoriosa, porque aunque reconociese alguna importancia al Devenir, lo hizo siempre incluyendo al Devenir como una de las características o atributos del Ser.
Ya desde Parménides, un ilustre pre-socrático, la fórmula predilecta para referirse al Ser era tautológica o pleonástica, como decir que del Ser sólo se puede predicar que Es. Esa identidad del Ser consigo mismo adquiría en Parménides también la condición de la inmovilidad y de la eternidad. A esa concepción se le puede contraponer la idea de Heráclito, de que el Ser deviene, o sea, que se transforma constantemente; de ahí la famosa frase que afirma: “No se puede bañar dos veces en el mismo río”
La interminable sucesión de importantes escuelas filosóficas se fue inclinando a buscar algo así como un sustrato del Ser, y aunque haya habido varios intentos al respecto, se fue imponiendo la convicción de que la “médula” del Ser era la Sustancia (Osia)
Con respecto a la Sustancia, se fueron introduciendo importantes variaciones, cuyo estudio es del mayor interés, pero para los efectos de lo que aquí quiero exponer, daremos un gran salto y diremos que es con el filósofo René Descartes que se genera una transformación en el centro de la problemática filosófica, puesto que el pensador sustituye la preocupación sobre el Ser por una prioritaria acerca del Conocer, y particularmente acerca de la “Sede”, o del protagonista del conocer, que es el Sujeto del Pensamiento. Como es sabido, Descartes acuña la célebre fórmula: “Pienso, luego existo”, haciendo del Sujeto del Pensamiento el único que puede tener una certeza, por lo menos inicial, de que es Él quien está pensando y, por lo tanto, Existiendo.
Ese cambio es fundamental para toda la Filosofía post cartesiana, aunque no de una manera exclusiva. Una de sus posteriores vicisitudes consiste en que la Psicología implícita en las consideraciones filosóficas, así como en la Psicología experimental de las Facultades, que es la primera Psicología “científica” que aspira a fundar esa disciplina como tal, desvinculándola de la Filosofía, sigue definiendo a ese Sujeto autocentrado, coherente, único y homogéneo, como el principal objeto de estudio psicológico y el protagonista de todas las funciones y actos psicológicos.
Reiteradamente se ha insistido en que, con el Psicoanálisis, genial invención freudiana, esa Imagen del Sujeto fue definitivamente cuestionada. Se le atribuye al Psicoanálisis, en el campo de lo psíquico, una revolución similar a la que había operado Copérnico con su teoría Heliocéntrica del Universo, a Darwin con su teoría de la Evolución de las Especies, y a Marx con su teoría de los Modos de Producción históricos.
Todos esos “descubrimientos” operaron verdaderas revoluciones, y uno de sus efectos característicos en el saber universal se constituye en un descubrimiento, o sea, en el derrocamiento de una entidad que ocupaba un lugar axial en los campos respectivos, que resulta cuestionada por esos nuevos conocimientos. La Tierra no es más que el centro del Universo, así como el Hombre no es más que un descendiente de los mamíferos superiores, y los Hombres tampoco son hacedores incondicionales de la Historia, sino que los modos en que las sociedades se estructuran determinan la influencia relativa que los hombres pueden tener sobre su funcionamiento.
De igual manera, el Yo, entidad psicológica que, en general, se torna sinónimo del Sujeto conciente, dueño del saber acerca de sí mismo, de sus deseos y de su voluntad, se evidencia como sólo una parte de la “personalidad”, y no ciertamente la más importante. El Sujeto es conocido como irreversiblemente dividido en un yo conciente y voluntario, por un lado, y en otras circunstancias, entre las cuales se destaca el ID, impersonal, inconsciente e involuntario.
Muchos psicoanalistas modernos insisten en que es descubrimiento freudiano, que sin duda adquirió una considerable hegemonía en su campo específico, aún no fue suficientemente adoptado y aprovechado, tanto en el seno de otras disciplinas científicas, como inclusive en el de la Filosofía, Política, etc.
Ese descubrimiento problematizó, entre otras convicciones, la certeza de la conciencia irrestricta entre términos tales como individuo, persona y sujeto.
Ese complejo de denominaciones reiteradamente ha sido entendido como un conjunto de sinónimos, o sea, cada uno de esos vocablos designan más o menos la misma cosa, o por lo menos, son perfectamente articulables entre sí, de manera tal que su agrupación denomina casi todo lo que es la unidad elemental o fundamental del ser humano.
Aunque existan muchas diferencias al respecto, para una visión un tanto más rigurosa, se acostumbra a hacer ciertas distinciones que ya ayudan a discriminar un poco esa problemática.
Se reserva el término Individuo para la unidad mínima elemental de un ejemplar de la especie biológica humana (o de otras), siendo que la misma, como su nombre lo indica, “no puede ser dividida sin desnaturalizarse”. Se tiene el hábito de usar la palabra Persona para una unidad social y jurídica, igualmente mínima, capaz, por ejemplo, de contraer deberes y derechos y de ocupar lugares y jerarquías sociales establecidas. A su vez, se acostumbra a denominar Sujeto, tanto a esa unidad mínima homogénea autónoma psíquica a la cual nos referíamos anteriormente (y así también en Lingüística y en Semiótica), como a una función esencial dentro de los textos o discursos (Sujeto del enunciado, Sujeto de enunciación)
Desde luego, podemos encontrar otros usos y sentidos del término Sujeto (en Teoría Literaria, en Estética, en Política, etc.) Pero en todos esos ámbitos encontramos también una dualidad o una ambigüedad esencial por la cual Sujeto puede designar tanto al agente, al protagonista, al actor, al causal de los procesos, como igualmente algo o alguien “Sujeto” (Sujetado), o sea, ignorante, conducido, sometido al efecto de fuerzas y mecanismos que no conoce ni domina.
Obviamente, la antes mencionada relación entre Individuo, Persona y Sujeto queda radicalmente relativizada por la postulación de un sujeto esencialmente dividido, como terminamos de caracterizarlo. Si ya estaba claro que esos términos no son sinónimos y no designan la misma realidad, a eso debemos agregar que esa condición dividida del Sujeto psíquico ejerce influencias incalculables sobre la constitución y el funcionamiento de los Individuos biológicos (sus “cuerpos”), así como sobre las personas sociales y jurídicas y los desempeños de sus “roles”, “status”, “concepciones”, “actitudes”, etc…
Un aspecto esencial de este asunto consiste en que, desde ya, todas esas unidades, a las cuales nos referimos, no son concebibles sólo como entidades separadas. Sea cual fuere la condición que se atribuya a su asociación, es evidente que la vida humana tanto biológica, como social, como psíquicamente, se desarrolla en forma colectiva.
Esa colectividad o comunidad esencial, en general, es concebida como conexión, relación, interacción, o como se la quiera llamar, entre las citadas unidades, en conjuntos de pequeña, media o gran dimensión.
De ahí la importancia que han adquirido las diversas agrupaciones denominadas intermediarias, tales como el matrimonio, la familia, los grupos “secundarios” (lúdicos, escolares, deportivos, etc.) así como las organizaciones, los pueblos, hasta llegar a la Sociedad o a la humanidad en su conjunto.
A pesar de que diversos investigadores han intentado proponer la existencia de entidades que no consisten exactamente en la asociación de estas unidades elementales (ya muchos hablaron, por ejemplo, de Conciencia o Inconsciente Colectivo, de Ideología o de Culturas, Tradiciones, etc.), en general, las tendencias científicas dominantes en la actualidad parecen adoptar también esa idea de una asociación de Sujetos (por ejemplo), colectivización ésta que, aunque pueda engendrar estructuras y procesos sui generis, en última instancia tiene como sustratos las citadas unidades elementales. Esa posición se enfatiza en algunos postulados psicoanalíticos actuales, que sustentan que tal conexión es, en rigor, ilusoria e imposible, aunque pueda establecerse con fines destinados a crear efectos de unificación colectiva, dado que los Sujetos divididos de que se trata son radicalmente narcisistas, la pseudo-conexión sólo se produce a través de nexos simbólicos, cuyo conjunto constituye la cultura, pero con la condición de ser mediatizados y abstraídos por el lenguaje. De esta manera, los Sujetos estarían marcados por una “soledad esencial”, que no es realmente superable por interrelación alguna.
Explicar la propuesta Esquizoanalítica a este respecto, no es tarea fácil, particularmente hacerlo para aquellos que aún no están enterados de los meandros de la Teoría de Deleuze y Guattari.
Un intento que puedo hacer sobre el asunto puede basarse en algunas premisas básicas, sólo enunciables, aunque difíciles de fundamentarse en pocas líneas.
En primer lugar, como ya adelantamos en otras comunicaciones, para esos autores la separación entre Naturaleza, Cultura, Psiquismo, Sociedad, Máquinas, etc. se da sólo en uno de los niveles o Superficies en que la realidad está organizada.
Esta superficie o nivel es inmanente, inherente, coextensiva, concomitante, coexistente -o cualquier otro término que pueda tratar de dar la idea de que una es interna a la otra-, con la Superficie de Producción Deseante, en que esas realidades definidas y organizadas no son como tales, sino como ellos llaman (entre otras maneras) realidades pre: pre-biológicas, pre-psíquicas, pre-sociales, etc. Como dijimos en otras clases en otras clases, el nivel organizado (llamado Superficie de Registro, Control, Identidad, etc.) se caracteriza por componerse de entidades macro, cuyos límites son, por lo general, perfectamente definidos y variablemente articulados entre sí.
Las diferencias entre esas entidades, si bien existen, no son tan importantes como las semejanzas o las igualdades, analogías, similitudes, etc. Por eso es que se puede decir que las colectividades son, en rigor, multiplicaciones. Si lo Uno es Individuo, Persona o Sujeto, la colectividad es Lo Múltiple, muchos … o bien del Mismo, o bien de pequeñas diferencias.
En la Superficie de Producción Deseante, si es que se puede hablar de unidades micro, éstas son multiplicidades o singularidades absolutas, lo cual quiere decir que cada una de ellas es absoluta e infinitamente diferente de las otras. Por otro lado, es bastante difícil de entender que esas singularidades no tienen extensión ni calidad, sino sólo intensidad, por eso es que también pueden denominarse singularidades intensivas.
La diversidad de esas singularidades intensivas, que en otras exposiciones tomamos como sinónimo de Virtualidad Bergsoniana, aunque no existen como entidades macro o moleculares de la Superficie de Registro Control, pero no por eso dejan de formar la parte potencialmente innovadora de la Realidad.
Cuando esta Virtualidad Molecular se actualiza, opera sin respeto alguno por las identidades, límites, territorios, estratos, instituciones, organizaciones o unidades elementales de la Superficie de Registro.
Esto sucede cuando emergen nuevos efectos y procesos, en general, irreconocibles, impensables, inclasificables e incontrolables (según las leyes, normas e intereses de la Superficie de Registro) Esas revoluciones, que pueden ser grandes o pequeñas, pero que se caracterizan por ser insólitas, se efectúan como encuentros entre los cuerpos materiales y energéticos (esto dicho en un sentido muy amplio) y entre los sentidos y valores como acontecimientos incorporales.
Estos encuentros-acontecimientos generan transformaciones que se efectúan simultáneamente en cualquier o en todos los dominios instituidos, organizados o establecidos molares, y pueden así generar (esto dicho incorrectamente por razones pedagógicas) individuos que no pertenecen a especie alguna, nuevas personas que no coinciden con individuos ni se encuadran en categoría social o jurídica de ninguna índole y, para lo que aquí nos interesa particularmente, subjetivaciones que no se apoyan en individuos biológicos delimitados ni en personas sociales convencionales… ni coinciden con el lugar, perímetro o condición de las unidades elementales-sujeto, sean éstas divididas como el Psicoanálisis dice, u homogéneas, como diría la Psicología tradicional.
Esa producción de subjetivaciones se “materializa” asociando “partes” de cada una de las unidades elementales citadas, en articulaciones completamente irreconocibles, y con características de funcionamiento insólitas, en torno a las cuales -sólo para dar un ejemplo ilustrativo (aunque de ningún modo exhaustivo)- se puede decir que a menudo se presentan con rendimientos del tipo de lo que denominamos “paranormal”, “parapsicológico”, o, con una terminología poco recomendable, francamente prodigiosos.
Se trata de verdaderas invenciones, inspiraciones, creaciones o cómo se las quiera llamar –para entenderlas mejor-, y el hecho de que aparezcan tomando como escenario un Sujeto Clásico, un Grupo, una Organización, Movimiento o Masa Social, tiene mucho más que ver con la originalidad de la subjetividad creada que con los límites y las expectativas que habitualmente se atribuyen a esos conjuntos.
Para concluir, provisoriamente, no se debe olvidar que esos “montajes”, “dispositivos” o “agenciamientos” generadores de subjetivaciones (que pueden ser predominantemente artísticos, políticos, industriales, etc.) siempre son todo eso al mismo tiempo, aunque con frecuencia sea difícil precisar cómo cada uno de esos dominios macro intervienen en cada uno de ellos.
Finalmente, retomando la polémica pre-socrática, aquí no se trata de que el Ser sea inmóvil o eterno, ni tampoco que el Ser devenga, sino que el Ser es devenir… o el Devenir es el Ser.
Dicho de otro modo: El Ser del devenir es la incesante producción de lo nuevo absoluto.
Este apunte pertenece al libro Introdução à Esquizoanálise. Editado por la Biblioteca del Instituto Félix Guattari, de Belo Horizonte, Brasil, 1998.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras.
Buenos Aires, 11 de abril de 2003.