El cartógrafo se acuerda de sus primeras impresiones cuando entró en contacto con las noviecitas resistentes en nosotros, antes de discriminar las militantes de las hippies. Y confirma su sospecha inicial de que ellas tienen algo en común en esa resistencia suya. Ahora, él logra decir qué es: ambas instigan la producción de su deseo con la emoción mesiánica.
Él también consigue aprehender con mayor precisión, aspectos de esa emoción, tanto en lo que sus amigas tienen en común, como en aquello en que difieren.
El primer aspecto que le viene en mente a nuestro investigador es que esa emoción es, para ambas, un afecto de resistencia a la América en nosotros, en los dos sentidos de la palabra “resistencia”: las hippies, lo que no soportan es el dolor de la captura, propia de la América en nosotros; ya las militantes no soportan la excesiva desterritorialización de esa misma “América” que perciben como la cruel conversión de todos en trabajadores libres, para la explotación.
Un segundo aspecto que recuerda es la función de esa emoción mesiánica: simular su dolor en los dos casos entendido como dolor de falta en imágenes de un más allá, creyendo que el dolor desaparecerá cuando lleguen “allá”.
Aún un tercer aspecto directamente ligado al segundo, es que, en ambos casos, el objeto de esa emoción mesiánica es la conquista de ese mas allá de sus vidas, aquella esperanza y aquel orgullo que notó desde el inicio. En ese punto, apenas varía el contenido del “más allá”: una supuesta “vida natural” del pasado, rescatable en el “aquí y ahora” como dicen sus amigas hippies y, en el otro caso, la identidad revolucionaria, depurada de las mil faces de la máscara ideológica, ese temor persecutorio de la militante.
Es decir, ninguna de las dos encara, de hecho, la condición de finito ilimitado: ninguna de las dos encara la posibilidad de esa conciencia que se abrió tan intensa y bruscamente a su deseo con la llegada de la América en nosotros. En ese punto, lo que las diferencia son los estilos de su reacción al miedo que esa condición del deseo les provoca, el estilo de su mesiánica “paranoia anti real”.
El cartógrafo aquí se detiene. Él se da cuenta de que esa diferencia, que su primera impresión ignoraba por completo, es bastante relevante. En cuanto a las militantes en nosotros echan mano a sus cuerpos vibrátiles y ofrecen su vida en sacrificio para ayudar a la humanidad a llegar “allá”, al mejor estilo “soldados del día de mañana”, las hippies por el contrario, cultivan y hacen culto de sus cuerpos. Lo experimentan en todas sus cartografías, para intentar apresar la llegada de dicho día, haciéndolo más al estilo “sacerdotes o devotos de la celebración de la vida”. El cartógrafo evalúa que lo que las diferencia, en ese punto, es algo fundamental: dejar o no dejar que la emoción mesiánica se asocie en nosotros con el “ideal del sacrificio”. Él se da cuenta que la atracción de las hippies en nosotros por las tribus primitivas y por Oriente les hizo muy bien: se liberaron, por lo menos en eso, del peso mortífero del Imperio “Americano” de la captura y, por regla, de su ancestro, el Imperio Católico Romano ambos, aunque con estilos y estrategias totalmente diferentes, tienen en común la tiranía sobre los cuerpos vibrátiles.
Y el cartógrafo se queda pensando en todo eso que acaba de suceder. Él tiene la dimensión de cómo la militante y la hippie son dos maneras de luchar con la sensación de fragmentación de la subjetividad a la que se vieron, de repente, confrontadas todas las noviecitas: dos maneras igualmente admirables y conmovedoras en su coraje e invención, e igualmente lacerantes en sus riesgos y peligros … pero tan diferentes en sus estrategias de resistencia tanto en el sentido de vivir, como en el de morir. Comparando las dos sólo en sus riesgos y peligros ya que su único criterio es la vida y su protección el cartógrafo se pregunta qué es lo más fatal: atenerse solamente a la historia, visible y formal, aunque no sea la oficial, como hace la militante en nosotros; o atenerse sólo a la geografía de los cuerpos vibrátiles, invisibles y aleatorios, como hace la hippie en nosotros. Él se pregunta cuál de las dos estrategias de resistencia puede tener efectos más nefastos: habitar solamente la tercera línea (que, por eso, se convierte en una “línea dura”) o instalarse en la línea de fuga y en su rastro, perderse en el infinito, y él se da cuenta de que en las dos líneas se muere: en la primera se muere congelado en el propio frío y en la segunda, quemado en el propio calor. Y no sólo eso pondera : la primera, la “línea dura” es la que más prolifera en este planeta (no sólo entre los resistentes, y no sólo en las izquierdas, claro está) y tal vez por eso sea más preocupante que la otra.
El cartógrafo concluye: es importante en este momento, insistir en la iniciación a la geografía de los afectos de las dos primeras líneas. Y respecto al estudio de la historia, precisamos liberarnos lo más urgente posible del vicio de la captura que incorporamos en el aprendizaje de constitución de nuestras terceras líneas, que las vuelve más duras, sea cual fuere su contenido. Es una cuestión de prioridades estratégicas.
Y el cartógrafo se pregunta cómo será que conviven, en una misma generación, esas maneras tan disparatadas de ser.
Fragmento de un capítulo del libro de Suely Rolnik, Cartografía Sentimental: transformações contemporâneas do desejo. Ed. Estação Liberdade. São Paulo, Brasil, 1989.
Traducción: Andrea Álvarez Contreras. T.A.A.
(Traducción autorizada por la autora) Buenos Aires, 1993.