La transferencia y el eterno retorno- Es necesario decir que, desde que Freud describió ciertos movimientos estructurantes del proceso analítico bajo la categoría de la transferencia, la cuestión no dejó de intrigar y desafiar a diferentes psicoterapeutas, transformándose en punto de pasaje obligatorio de toda reflexión seria, independientemente del abordaje teórico involucrado. Definida por él como un desplazamiento hacia el psicoanalista de la carga afectiva originaria de antiguos deseos reprimidos, volviéndose luego, punto de apoyo privilegiado para la vuelta de lo reprimido y, consecuentemente, ocasión propicia para la interpretación. La propia efectividad de ésta, pasó entonces a ser descripta sacando provecho de la formación de esa neurosis de transferencia, en la cual los síntomas neuróticos y las respectivas represiones que los sustentaban, al ser transferidos a la relación analítica, eran actualizados y podían funcionar como contención vivencial para la interpretación. Desde entonces, la transferencia ha sido comúnmente descripta a partir de las categorías de la repetición y del retorno: repetición de prototipos infantiles, retorno de lo reprimido. Por ahí, comienzan las diferencias. En la concepción que aquí se formula, el pasado, en cuanto acosa como fantasma al presente, permanece, no se repite; además de eso, no hay represión. [1] A partir de esas constataciones, es necesario pensar la repetición y el retorno, en psicoterapia genealógica, por otras vías. Pero antes de entrar en esa cuestión, convendría explorar mejor la anterior. Nietzsche decía que, si hubiese una identidad estable de las cosas o una posición de equilibrio, eso sería razón suficiente para que el mundo no saliese de ese estado de cosas y no para entrar en un ciclo que involucrase retornos. [2] Eso quiere decir que lo mismo que permanece sólo puede mantenerse cuando prolifera mucho, no retornar. Cuando pensamos en el circuito neurótico, en las fuerzas prisioneras que sólo logran un tipo de potencia: la de volver impotentes a todas las otras fuerzas que encuentran por el camino, tenemos la sensación de estar en contacto con la permanencia y proliferación de lo mismo. Pero, en verdad, lo mismo que permanece y que es propagado es la calidad moral del código interpretante que, al diseminarse por las otras fuerzas, las separa de las respectivas potencias, volviéndolas reactivas. Ese código puede incluso hasta sufrir transmutaciones a través de ese desplazamiento, pero, por ser moral su origen constitutivo, existe una dirección del movimiento que se mantiene y se propaga: la de aprisionar y castrar a las fuerzas vivas, disciplinando su devenir originalmente caótico. Así, cuando ciertos recuerdos invaden el presente, porque el pasado no puede ser digerido o elaborado, es siempre posible detectar ahí la presencia de fuerzas morales que, al imponer su marca a las otras fuerzas y al volverlas impotentes para cualquier reacción, instauran un conflicto de difícil resolución. En el origen y propagación del conflicto está la calidad moral del código, que se mantiene. Pero cuando hablamos de calidad de código, estamos hablando de direcciones interpretativas creadas por los signos. La confusión que el término repetición permite, viene toda de ahí: repetir (del latín repetere) significa “volver a decir o escribir”, [3] o sea, remite directamente al lenguaje. El lenguaje, a su vez, quedó –debido a una larga tradición metafísica y moral- marcado por el carácter homogeneizante y disciplinario, que reduce la polivalencia del devenir a la generalidad abstracta y bien comportada del concepto. [4] Sin embargo, ya demostré en otro texto, que no todo el lenguaje es homogeneizante y reductor, que existe un lenguaje creativo y productor de sentido; más que eso, que el lenguaje creativo es el lenguaje por excelencia. [5] Lo mismo se puede afirmar de la repetición: todo lo que se repite se vuelve a decir y se produce con un sentido nuevo. Sin duda, existe un tipo de repetición homogeneizante asociada al lenguaje empobrecido, vulgar, el lenguaje esclavizado por ciertos valores, pero esto designa más una degradación de la repetición que la de su significado más noble, más rico. Por eso tenemos que decir que un estereotipo infantil del pasado permanece y no se repite o, si se repite, no permanece. Pero entonces, ¿cómo describir aquí la producción de la transferencia? Pienso que ella, en un primer momento, se produce como permanencia y luego, como repetición. Es aquello que permanece en cuanto interpretación pasada, invadiendo el presente, que podemos llamar transferencia; caso contrario, la propia noción pierde el sentido. La palabra “transferencia” quiere decir precisamente eso: el desplazamiento de un código, de una interpretación, de una situación pasada a una situación presente. Además, en la medida en que esta interpretación no es obra de la conciencia del paciente, sino del código que domina y controla el campo de fuerzas aprisionado, la situación presente ya le es dada con ese sentido que lo involucra por entero, faltándole distanciamiento alguno o contraste diferenciador, capaz de permitir la percepción del origen de la interpretación. Sin embargo, en la medida en que se realiza, la transferencia abre camino para la repetición; o sea, para que, de vivencia muda y pasiva, ella se vuelva a decir, pase de nuevo a la palabra y pueda entonces, entrar en un proceso transmutador. Ese proceso transmutador está garantizado por algo que está siempre retornando y que no es lo reprimido, sino la singularidad, la diferencia, el azar o el caos, como posibilidad siempre renovada de una nueva jugada de dados, de una nueva combinación, nuevo sentido, nueva interpretación. Estoy hablando de lo que Nietzsche denominó eterno retorno: “No hubo inicialmente un caos, después poco a poco un movimiento regular y circular de todas las formas; (…) si algún día hubo un caos de las fuerzas era porque el caos era eterno y reapareció en todos los ciclos. El movimiento circular no devino, él es la ley original, del mismo modo que la masa de fuerza, [6] es la ley original, sin excepción, sin infracción posible. Todo el devenir pasa en el interior del ciclo y de la masa de fuerza”. O sea, todo devenir pasa en el interior del ciclo donde el caos está siempre retornando y es la única ley original. Eso quiere decir que, por más que el universo humano imponga sentidos cerrados o trate de homogeneizar el devenir, sea porque el miedo hacia lo desconocido lleva a la necesidad de control, sea porque el propio devenir, a veces, queda enredado por códigos en sus flujos, el caos es la vida múltiple y desbordante que siempre está retornando, porque ella es la única ley, sin excepción, sin infracción posible. [7] Sin duda, siempre es posible eludirla y dejarla pasar de largo; el neurótico puede permanecer años aprisionado en sus cadenas, atormentándose en un sufrimiento sin fin, habiendo transformado el pasado en eternidad. Entretanto, es también posible que la transferencia, al pasar por la repetición, pueda entrar en el ciclo del eterno retorno y al volver a decirse, se diga con los signos capaces de desmontar el código moral aprisionante y liberar las fuerzas cautivas, haciendo retornar el azar, la multiplicidad, el devenir. Pero –nunca está de más repetir- para eso, tiene que hacerse interpretación genealógica, capaz de desmontar el código y la representación aprisionantes. Esa ruptura puede venir desde cualquier lugar y ser accionada por cualquiera: un miembro del grupo terapéutico en un momento inspirado; el propio paciente en foco; la interpretación del terapeuta en una situación transferencial. De hecho, el lugar desde el cual vendrá no está decidido por las conciencias involucradas: al ir gradualmente acogiendo la vida y haciendo alianza con sus fuerzas, dondequiera que emerjan -ricas, cautivantes, seductoras- el espacio terapéutico estará buceando en el ciclo del eterno retorno. Entonces, cuando menos se la espera, su presencia se hará sentir, actualizada en algún pliegue del espacio terapéutico: más-allá-del-hombre, punto de ruptura y de trascendencia, capaz de formular –a través de un cuerpo, de una charla cualquiera- el signo mágico en el momento preciso. Un poco como en los cuentos de hadas.
Ese texto pertenece al libro OUTR’ EM-MIM (compilación de ensayos, crónicas y entrevistas) Plexus Editora. São Paulo, 1998.
Traducción: Andrea Alvarez Contreras
Buenos Aires, 30 de marzo del 2000.