A partir de contradicciones profundamente existenciales, de aquellos intersticios, de la capilaridad de una vida pulsante en la búsqueda de transformaciones fluye el pensamiento y la práctica concreta crítica, revolucionaria. Ante todo habría que preguntarse e indagar por el Pichón humano trasmutado en leyenda; cuestionarnos la multiplicidad de relatos y vivencias que tenemos incorporados acerca de los mitos que construyeron y construían alrededor de su figura. Creo que hay que poner de relieve que Pichón fue un equivoco para el sistema que se filtra por sus fisuras, que emerge por rincones inesperados, fluye por las retículas aun abiertas de una red sofocante. Esto de ser un francés, un suizo, un correntino, un porteño, con los malones asediantes del Chaco, lo colocan e instalan en cada lugar como un extranjero, un extraño que habla y produce un nuevo lenguaje. Esta alegoría que se adecua de cierta manera a sus vivencias son correlativas a su inscripción como sujeto fundante de la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina), como cuestionador del Neuropsiquiátrico y hacedor de nuevas herramientas para cambiarlo.
Una persona tan conocedora de su propia subjetividad, tan riguroso en su conceptualización v elaboración, está siempre en movimiento y no se llama a silencio ante la quietud. Esto abre un abanico que va desde la introducción del grupo operativo dentro del manicomio al gestar debates profundos en la APA una vez que éste había cristalizado en dogmas estériles.
Aquí afirmo que Pichón no ERA sino que ESTABA, es decir que no apelaba al inmutable “yo soy” (implica un cabal y acabadamente) sino promovía un “estar” para llegar a ser. Estar en los márgenes, estar sitiado, estar creando, estar psicoanalista, como boxeador o empleado.
Pichón deja una obra abierta dado que su eje central es el de la dialéctica transformadora de la realidad pues esta no se la toma como verdad absoluta o acabada, sino como susceptible de ser cambiada cotidiana y permanentemente por los hombres. Es decir que la realidad humana no está dada de una vez y para siempre, sino que, permanentemente está mutándose.
Esto marca de modo transparente la influencia del marxismo en Pichón, sus ideas y conceptualizaciones, pero lo más destacable es que él era marxista en su casa, en la calle, en el consultorio, vivió y murió como tal. Se reía de la moral hipócrita del estado capitalista, erigía una posición irónica ante las mascaradas que el sistema produce. También reelabora toda la corriente existencialista, con la noción de angustia – crisis existencial y construcción de proyectos de cambio, serialidad – grupalilad.
Ante la filosofía esbozada por la cultura judeo cristiana, la caída de las construcciones de Althusser, Pichón opta por recuperar el modelo del materialismo histórico sartreano y busca cómo articularlo a sus desarrollos.
Su libro “La psiquiatría, una nueva problemática”, a mi criterio estuvo mal nominado ya que fue ante todo “una nueva problemática para la psiquiatría”. En este trabajo despedaza los modelos médico-hegemónicos, la concepción de la etiopatogenia, las categorías diagnósticas clásicas: esquizofrénico, paranoico, depresivo, maníaco. A partir de su postulación de la “Enfermedad única”, el “duelo fundante”, el “caleidoscopio” vincular del que emergemos como sujetos en que lo congénito poco tiene que ver, la terapia como proceso planificado, etc. demostró (que, lejos de rotular y estigmatizar a los pacientes una clínica dinámica y superadora era posible.
En este sentido también hondamente subversivo, interrogó los saberes hasta hacerlos estallar en su estereotipo y vacuidad. También creo que fue un dirigente alternativo, era un modelo a seguir, un tratar de ser como él pero sin llegar nunca ya que desafiaba a que cada uno buscara pedacitos en el interior de su amistad y desde allí construir algo distinto.
Hay que señalar que el potencial creador de Pichón era inmenso. Desde él establece los vínculos entre el arte y la locura, entre la conceptualización abstracta y el operar cotidianamente en el campo. Pichón en el Hospicio no habla de grupos, hace grupos como salida alternativa ante la falta de personal y como estrategia terapéutica inédita, Me gustaría aclarar dos cosas: muchos dicen que él no incursionó en el trabajo de lo corporal y también dicen que “no metió el cuerpo”. Ante todo, abrió el camino para que otros metieran el cuerpo más joven y sano, con mayor plasticidad y movilidad. Por otro lado, cuando comenzó su labor durante muchos años puso el cuerpo intensamente: en la siniestra escena del psiquiátrico, divulgando y debatiendo el psicoanálisis, transitando desde éste hacia la psicología social. Pichón nos abrió el camino para superar lo ominoso y procurar lo maravilloso a partir de la experiencia vivencial crítica. Quizá de allí nos vino el impulso para incursionar en el psicodrama con Tato Pavlovsky para romper con la solemnidad de la APA. Otro punto ante el cual debemos reflexionar es que Pichón, de cierta manera, es un desaparecido. Lo han confinado en muchos aspectos a la cripta del olvido: la universidad, los posgrados, en muchos debates, en la mayoría de los congresos, encuentros y jornadas. Otras veces se lo rememora con una levedad tan grande que pareciera que se tratara de un aséptico intelectual o la contracara: un borracho
perdido. En vida Enrique desaparecía en el momento mismo de su presentación, lo hacía adrede, para que otros ocupen espacios, respiren, perciban, inventen sin enajenarse a un maestro transmutado en Padre todopoderoso.
Winnicott diría que se dejaba eclipsar, matar simbólicamente.
Si algo aprendí con Pichón es que no hay que ser cerradamente pichoniano, hay que cuestionarse siempre, dejarse cuestionar, cuestionar lo obvio y fundamentalmente, abrir sentidos, dejarse perforar por ellos para no perder la esperanza jamás.
(en Revista “Desbordar”, Nº 5, septiembre de 1992)
Del libro de Hernán Kesselman, “La Psicoterapia Operativa” (dos volúmenes) I. “Crónicas de un psicoargonauta” y II. “El Goce Estético en el de Curar.”, Editorial Lumen-Hvmanitas, Buenos Aires 1999.