Suely Rolnik dice que la importancia de Deleuze reside en convocar al lector a pensar por sí mismo.
Sylvio Gadelha & Lira Neto.
Ella estudió con Gilles Deleuze y conoció a Félix Guattari en el París de los años ’70. De allá para acá, alimentó una estrecha relación con los autores de El Anti-Edipo. Con Guattari escribió Micropolítica: cartografías del deseo (Ed. Vozes, 1986), además de haber organizado una compilación de textos del compañero de Deleuze, intitulada: Revolución Molecular: pulsaciones políticas del deseo (Brasiliense, 1981). Aquí, en una entrevista exclusiva para el suplemento “Sábado”, la psicoanalista Suely Rolnik de la PUC/SP hace un apasionado paseo por la filosofía de la dupla, comenta el carácter “hermético” de esta obra y afirma con todas las letras que nadie es “deleuziano”: “sólo es posible embarcarse en el universo de Deleuze si fuese a partir de un ejercicio del pensamiento al servicio de cuestiones que piden pasaje en la existencia de cada uno” –explica. Para Rolnik, leer a Deleuze es una experiencia singular, de provocación y descubrimiento de nuestra potencia creadora.
OP: Los deleuzianos de bolsillo acostumbran a decir que la belleza y originalidad de la obra de Deleuze residen justamente en la forma en que él pone a funcionar el pensamiento. Sin embargo, las imágenes estallando en la página y la dirección barroca de Deleuze terminan por conferirle el inevitable rótulo de “hermético”. Esto parece agravarse con la dificultad de algunos lectores de acompañar el radicalismo de un texto que apuesta todas sus fichas a la ruptura de las categorizaciones establecidas y con sentidos fijos, actitudes típicas de Deleuze. ¿Qué recomendaciones harías para el lector que quiera iniciarse en la aventura del universo deleuziano?.
Suely Rolnik: Es curioso cómo el texto de Deleuze puede parecer accesible y poderoso para algunos y tan oscuro y hasta delirante, para otros. A lo largo de estos años de trabajo con su pensamiento he observado que, crear o no sentido –cuando se trata de un texto de Deleuze- no depende de erudición filosófica, ni de posición epistemológica, metodológica o ideológica alguna, como piensan quienes quieren reducir a Deleuze al papel de un nuevo pensador del Mayo Francés. Crear o no sentido, en este caso y en otros, como el de Nietzsche, depende mucho más de la postura desde la cual el lector ejerce su propio pensamiento.
Me explico: en su libro sobre Proust* y también en Diferencia y Repetición, Deleuze escribe: que “sólo se piensa porque se es forzado”. ¿Qué quiere él decir con esto?. ¿Qué es lo que nos fuerza a pensar?. Por cierto, no es la competición académica para ver quién llega primero al trono de la verdad que hoy tiene su sede en el palacio mediático cultural, esto no tiene nada que ver con pensar. Lo que nos fuerza a pensar es el malestar que nos invade cuando las fuerzas/flujos del ambiente en que vivimos y que son la propia consistencia de nuestra subjetividad, forman nuevas combinaciones, promoviendo diferencias de estado sensible en relación a los estados que conocíamos y en los cuales nos situábamos. En estos momentos es como si estuviésemos fuera de foco. Y reconquistar un foco nos exige el esfuerzo de construir una nueva figura. Es aquí donde entra el trabajo del pensamiento: con él hacemos la travesía por estos estados sensibles que, no obstante reales, son invisibles e indecibles, para lo visible y decible. El pensamiento, en este sentido, está al servicio de la vida en su potencia creadora.
Lo que convierte a los textos de Deleuze más o menos legibles, es la posición desde la cual el lector piensa. Si el lector fuese alguien que se sirve del pensamiento como un arma defensiva contra la inestabilidad y la finitud de toda y cualquier verdad, por cierto, se sentirá intimidado por los textos de Deleuze y su reacción podría ser de las más violentas: probablemente, hará todo lo posible para descalificarlo, para poder olvidarlo, evitando la mala conciencia. Los textos de Deleuze (como lo eran sus clases) sólo crean sentido si los tomamos como piezas de un proceso de elaboración de problemas que nos son propios. Cuando el lector hace del pensamiento este tipo de ejercicio, él encuentra en los textos de Deleuze un universo de una extrema generosidad. Tal vez, la mayor fuerza del pensamiento de Deleuze esté justamente en crear condiciones para convocar en el lector la potencia del pensamiento. Cuando esto no sucede, la producción del lector será necesariamente singular, y por lo tanto, jamás “deleuziana”.
OP: En el territorio de las artes, Deleuze hace hincapié en demostrar una predilección por los artistas “intempestivos”: Van Gogh, Artaud, Burroughs… ¿Esa posición –por más encantadora que pueda parecer a los oídos del lector medio- no corre el riesgo de ser entendida de forma estereotipada, de tratar a Deleuze en el gran circo mediático como una especie de “filósofo maldito envuelto con autores igualmente malditos”?.
SR: Si definiésemos lo “intempestivo” exactamente como la emergencia de una diferencia desestabilizadora de las formas vigentes, la cual nos separa de lo que somos y nos plantea una exigencia de creación, una obra de arte es aquella que se hace como una respuesta a una exigencia de este tipo: a mi entender, es sólo cuando eso sucede que se puede hablar de arte. Siendo así, es de esperar que los autores que Deleuze elige como componentes de las cartografías que él traza para cada una de sus cuestiones tengan con certeza algo de intempestivo, incluso cuando muchos de ellos parezcan no tener nada en común. Ahora bien, nuevamente aquí, considerar “malditos” tanto a Deleuze cuanto a los autores de los que él se apropia, tiene que ver con una cierta relación con lo intempestivo. Esta relación se define por una posición ética; lo intempestivo sólo es maldito para quien no soporta encarar la finitud e insiste en alucinar lo absoluto. De todos modos, una obra nunca tiene el poder de evitar los contrasentidos. Una vez lanzada, ella será apropiada de las maneras más imprevisibles, tantas como fuesen las posiciones desde las cuales se piensa.
OP: Hablando de mediático, las obituarias de los periódicos y revistas brasileñas insisten poniendo el acento en relación a la muerte de Deleuze. Para ellos, el suicidio de Deleuze es un final trágico más en la lista de tragedias que involucra el destino de toda una generación de pensadores. ¿Encontrás alguna contradicción entre el pensamiento deleuziano y su propia opción por abreviar la vida?.
SR: No sólo no veo contradicción alguna sino que por el contrario, veo una coherencia impresionante. La muerte de Deleuze no tiene nada que ver con un destino tenebroso de la generación que fustigó al diablo con vara corta al cuestionar el imperio de la razón, como quiso dar a entender uno de los periódicos de San Pablo, relacionando su suicidio con el sida de Foucault, el accidente de tránsito de Barthes y el crimen cometido por Althusser. Esta visión, además de ignorante es moralista: dicho artículo entiende suicidio, sida, accidente y crimen como castigos, no se sabe con certeza si de Dios, o de quien no soporta la fuerza de este pensamiento. Su muerte tampoco me parece haber sido impulsada por una desilusión con la revolución que no llegó hasta hoy, ni por un disgusto con la revolución que no está pudiendo llegar porque ‘el mar no está para peces’. Deleuze siempre contrapuso el “devenir revolucionario” al “futuro de la revolución”, que tiene justamente que ver con el enfrentamiento de las diferencias que se engendran en el presente y la producción de devenires de la existencia individual y colectiva, en función de tales diferencias que nunca se detienen, aún en las épocas más infelices. Este mismo periódico paulista, coincidentemente no prestó un servicio a la comunidad al suministrar datos erróneos respecto a la salud de Deleuze, informando que acababan de hacerle una traqueotomía. La verdad es que él tenía un enfisema que se venía agravando, hace más de veinticinco años (en la década del ’70 cuando lo conocí) él sólo disponía de un octavo de pulmón funcionando. La traqueotomía, él se la realizó hace por lo menos cinco años atrás, cuando pasó a respirar a través de una máquina. Permanecía conectado a ella la mayor parte del tiempo, sin ninguna autonomía, pudiendo hablar y escribir apenas por un brevísimo período de tiempo cada día. Un amigo me contó que él se quedaba repitiendo sus ideas para recordarlas cuando pusiese escribirlas. Comparando sus cartas, noto que su letra se fue volviendo cada vez más trémula, irregular. A fines de septiembre él me escribió quejándose de estar limitado, sin poder leer textos nisiquiera los de sus mejores amigos. En las últimas semanas, su pulmón llegó a tal punto de asfixia que él ya no podía escribir más línea alguna, ni hablar; con la llegada del invierno la cosa se iría agravando y no había ninguna posibilidad de recuperación. En cuanto él pudiese escribir y hablar, aún en el estado precario de sus últimos años, él quería seguir viviendo. Fue en este estado que él escribió su último libro con Guattari (¿Qué es la Filosofía?) y organizó dos compilaciones de artículos y entrevistas (Conversaciones y Crítica y Clínica). Pero cuando todo se volvió definitivamente imposible, él escogió hacer lo que parece haber siempre hecho en su vida y que, en todo caso, siempre defendió en su obra: enfrentar las diferencias que se presentan y, por más insoportables que sean, encaminar la existencia en la dirección hacia la cual ellas apuntan. ¿Habrá diferencia más insoportable y que requiera mayor coraje de enfrentamiento que la muerte?. Deleuze tuvo el coraje de afirmar la vida hasta en ese momento extremo de su final.
OP: Hay quien incluye a Deleuze y a Guattari en la fosa común de los denominados filósofos “posmodernos”. ¿Concordás con este rótulo? ¿Cómo marcar la posición diferencial de los dos, en relación al cinismo incorregible y al nihilismo radical de los pensadores de la “posmodernidad”?.
SR: Éste, es otro de los contrasentidos que circulan respecto a su obra. Como todos los demás contrasentidos a los que te referiste en las preguntas anteriores, probablemente se deba a un desconocimiento de su obra, muchas veces movido por una voluntad de silenciarla. Digo eso, porque en innúmeros pasajes de la obra y de las entrevistas tanto de Deleuze cuanto de Guattari, ellos se ubican radicalmente contra la onda posmoderna. Ponerlos en la misma bolsa de gatos de los posmodernos o de los “nuevos filósofos” es considerar que basta problematizar lo contemporáneo para ser de la misma tribu. Los que hacen esto, probablemente no tienen un trabajo de problematización de lo contemporáneo, y por una cuestión de supervivencia intentan descalificar a aquellos que sí lo tienen para, de inmediato, arrojarlos a una fosa común.
En líneas generales podría decir, corriendo el riesgo de estar siendo híper reductora, que toda y cualquier problematización de lo contemporáneo parte de una despedida de lo absoluto. Pero incluso ahí murió Neves [1] (¿promesa de absoluto para el Brasil?). Siempre en líneas generales, diría que la posición nihilista plantea la nada en el lugar de absoluto, en cuanto que la cínica plantea un vale todo. Ya Deleuze plantean en este lugar la pujanza de un movimiento de producción de las formas de la realidad; tal movimiento es ilimitado por naturaleza, en cuanto que las formas que a través de él se producen son finitas, por lo tanto jamás absolutilizables. De ahí que, para ellos despedirse de lo absoluto no es despedirse de la idea de cambio (la nada del nihilismo) y mucho menos de la lucha entre fuerzas que se posicionan diferentemente frente a las exigencias de cambio. Tampoco es despedirse de toda y cualquier valoración de los actos humanos (el vale todo del cinismo). Es sólo despedirse de un cierto criterio de valoración que parte de formas a priori (criterio moral), para adoptar un criterio ético o vital, como proponía Spinoza: valorar cuánto cada forma favorece o desfavorece la vida. Es verdad que con este criterio perdemos la comodidad de contar con un juez universal o un tribunal de la razón, y nos vemos huérfanos, lanzados a una lucha permanente entre fuerzas, porque como proponía Nietzsche, la valoración es siempre marcada por la perspectiva de la fuerza que valora y es en la lucha entre fuerzas que se decide la verdad. En suma, en esta visión no hay absoluto de especie alguna: sólo hay lucha entre fuerzas y no hay cómo desviarse de esta lucha.
OP: En una entrevista reciente, Roberto Machado dijo que no hay sentido en ser “deleuziano”, ya que Deleuze no quería convencer a nadie y nisiquiera establecer una verdad. Comentanos un poco esta afirmación.
SR: Concuerdo plenamente con Roberto Machado. Como yo decía en el inicio, sólo es posible embarcarse en el universo deleuziano si fuese a partir de un ejercicio del pensamiento al servicio de estas cuestiones que, piden pasaje en la existencia de cada uno. Las cuestiones son siempre singulares, así como singular es el estilo a través del cual ellas son problematizadas. Ser “deleuzianos” es un contrasentido, en relación a lo mejor que nos ofrece Deleuze. No sé qué me desagrada más, si las personas que se resisten a Deleuze con el resentimiento de quien se resiste al error o aquellas que se entregan deslumbradas a Deleuze con la reverencia de quien se entrega a la verdad. Como ya dije, el texto de Deleuze no podría tener el poder de evitar estos y otros contrasentidos, pero sea como fuere, frente a cualquiera de estas actitudes el universo deleuziano se vuelve absolutamente impenetrable …
O POVO/Sábado.
Fortaleza-CE. Sábado 18 de noviembre de 1995.
Entrevista a Suely Rolnik (Psicoanalista paulista, analista institucional y Profesora del Posgrado en Psicología Clínica de la PUC/SP)
Traducción: Andrea Alvarez Contreras
(T.A.A.) Traducción autorizada por el autor
Buenos Aires, 7 de junio de 1996