En el existir se ha cambiado el ser por tener. Hace años, no tantos, era una virtud ser natural. Quien no lo era fingía serlo; las mujeres cogían “el colorete” y se lo daban cuidadosamente, para que pareciese un rubor propio y cuando se pasaban, se decía desdeñosamente: Se pinta… Los hombres como mucho se dejaban un bigotillo que los distinguiese de los demás, pero conservando cada uno las propias facciones, por eso, el éxito del carnaval: por un momento, había permiso para ser otro.
Mirad las fotografías de dos generaciones atrás, cuidadosamente hay que buscar los rostros o la figura para saber quien era quien.
Poco a poco llegó la libertad de ser quien se quería y se entró en una carrera competitiva por ser otro. Desde el atuendo hasta las actitudes, se adoptaban, no surgían. Había nacido el cine, y se era Greta, Rita, Gary, Marilyn, Robert… El modelo que se eligiese. Como todo cansa, poco a poco se pasó a la excentricidad, a intentar distinguirse. La mini falda asombró hasta que hubo que cambiar a las largas, largas, y a partir de ahí empezó el vestir como apeteciese. Todos los hombres y todas las mujeres occidentales, eran diferentes.
¿Y ahora qué?
Hubo que extenderse al tener. Lo que vulgarmente llamamos consumo, no era más que el agotamiento de sacar partido al propio cuerpo, llevándolo al coche, al piso, al chalet. Y grupalmente no a un estilo de vida, a pertenecer a un partido, a una asociación, sino a las campañas a favor de las focas o de la comida bio. Cualquier campaña…
Sólo nos salva la literatura, y especialmente la poesía, por eso agradezco, a los que tienen ánimos para crear revistas como ésta, que mantengan un margen de personalización, ante la deshumanización.