Al comienzo de la década de los ’60 conocí al Dr. Ángel Fiasché personalmente. Yo sabía de su trayectoria como figura sobresaliente en el elenco de profesionales, de psicoanalistas avanzados que acompañaban al maestro Enrique Pichón Riviére en sus gestas y episodios pioneros de la psiquiatría social progresista de aquellos años. Y que culminó con la creación de la Primera Escuela Privada de Psicología Social en la Argentina.
Por aquel entonces, yo era el encargado -junto con la Dra. Lía Ricón- de la Sala de Internados del Servicio de Psicopatología que dirigía el Dr. Mauricio Goldenberg, en el Policlínico de Lanús. Me analizaba con Marie Langer y supervisaba el trabajo con los pacientes internados con el Dr. José Bleger, con quien a mi vez supervisaba los pacientes que atendía en mi consultorio privado.
Recuerdo una paciente, aquejada de severas crisis de carácter hipocondríaco, que motivaron instantes de peligro para sí misma y para sus hijos; tras lo cual decidí proponer a su familia continuar su atención en Internación en un sanatorio psiquiátrico. Yo concurría diariamente a darle sesiones en ese centro asistencial y supervisaba cada paso con el Dr. Bleger. Éste, me sugería que insistiera especialmente en el trabajo de la interpretación transferencial, además de la medicación antipsicótica que le era suministrada.
Pero los días pasaban y la paciente no mejoraba, y comenzó a acrecentar sus ataques agresivos contra mi persona, incluyendo dos intentos de homicidio, que hicieron que aumentara la dosis de ansiolíticos que me tomaba antes de ir a verla y la cantidad de horas de supervisión que solicitaba al Dr. Bleger, para ver si aparecía alguna tregua entre esta paciente y yo. Hasta que un día, convinimos con Bleger en que yo no podía seguir conduciendo esa terapia con tal montante de transferencia negativa. Le pregunté a José -que era como mi hermano mayor en psicoanálisis y un maestro admirado de quien esperaba que me sacara de cualquier oscuridad en la que pudiera caer-, le dije: “Y usted Dr. si estuviera en mi situación ¿qué haría?”. Él reflexionó un instante y respondió: “Yo, en su lugar, le pediría al Dr. Ángel Fiasché que me acompañara para hacer el traspaso del timón de la terapia”.
Entonces, lo llamé al Dr. Fiasché, le expliqué la situación y él me dijo: “¿Cuándo tiene que ir a verla?”. “Mañana” -le respondí yo. “Bueno, avísele a la familia y a la paciente que yo iré con usted mañana a las 16.00 hs., nos encontraremos previamente nosotros dos unos minutos, y luego pasaremos a verla juntos a la habitación”.
Ese día, no tomé los ansiolíticos pero pedí una sesión adicional con Marie Langer, mi psicoanalista, y me dirigí al sanatorio acompañada por Susana, mi esposa que estaba embarazada de nuestro primer hijo. Éramos una joven pareja y yo atendía en el hospital, estudiaba para mi carrera de psicoanalista y trabajaba a brazo partido en mi consulta privada. Así que llegué al sanatorio en mi automóvil y mi esposa se quedó esperando que termináramos la entrevista, para dirigirnos juntos luego hacia nuestra casa. A los pocos minutos, llegó el Dr. Fiasché, que me hizo algunas preguntas y al que interioricé en una síntesis acerca de la paciente en cuestión. Guiados por la enfermera, nos dirigimos hacia la habitación y tras golpear la puerta para anunciar nuestra entrada, el Dr. Fiasché abrió la puerta de par en par con un gesto firme. Entonces, se escuchó un estallido de cristales y al comenzar a cerrar la puerta -estando ya nosotros dentro de la habitación-, apareció la paciente de cuerpo entero, detrás de la puerta, encaramada a una silla y sosteniendo aún trozos de cristales en sus manos, pálida de furor y de asombro por el imprevisto. Ya que, como luego supimos, ella había destornillado el espejo del toilette esperando mi ingreso para agredirme.
Entonces, sucedió la escena inolvidable: el Dr. Fiasché le preguntó “Pero ¿qué hace usted allí con este vidrio que casi se corta toda al abrir yo la puerta?”. “¿No se da cuenta que es peligroso?”. “¡Bájese de ahí!” “Siéntese en la cama que vamos a charlar un rato qué es lo que tenemos que hacer para que usted pueda mejorarse. Y poder pelear contra el mal que la hace sufrir y no con este muchacho, que está trabajando y su mujer lo está esperando afuera para volver a su casa esta noche”. Ahí, la paciente le entregó los trozos de espejo a la enfermera, bajó los ojos con pudor, y tomó asiento para empezar a dialogar con el Dr. Fiasché.
Éste schock de sentido común y sabiduría psiquiátrica fue el debut de un camino de creciente admiración y respeto que he sentido siempre por Ángel y por Dorita, su mujer, que había sido también una de mis docentes de “Psicoanálisis de Niños” durante mi carrera cursada en la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.
La paciente siguió el tratamiento con el Dr. Fiasché y aún, después de tantos años la recordamos. Y yo, suelo rememorar este episodio cada vez que me solicitan un ejemplo de intervención psiquiátrica psicoanalítica operativa.
Tiempo más tarde, Fiasché emigró para trabajar en el Hospital Maimónides de Brooklyn, Nueva York, y durante algunos años dejamos de vernos pero nuestra relación en común con Eduardo Pavlovsky ha ido motivando reuniones personales y profesionales, tanto en Buenos Aires como luego durante nuestro exilio en España. Lugar donde yo fundé, en 1978, una Escuela de Psicología Social sobre las ideas de Pichón Riviére. Y donde Ángel realizó supervisiones con colegas argentinos y españoles residentes en Madrid.
Fue también por su gestión que Tato y yo, pudimos trabajar “Escenas Temidas del Coordinador de Grupos y Multiplicación Dramática” en el Göteborg Psykoterapi Institut (Suecia), donde Dora y Ángel vivieron y crearon un instituto de psicoanálisis, que hoy goza de gran prestigio en Europa.
Por otra parte, fueron los Fiasché quienes organizaron para mí en 1987 un Taller-Maratón de “Escenas Temidas del Coordinador de Grupos y Multiplicación Dramática”, en su Centro de Arte, Ciencia y Tecnología, en Los Cocos (Córdoba) cuando regresé al país repatriado junto a mi familia.
Los Fiasché antes, durante y después de mi exilio estuvieron presentes para compartir diálogos acerca de todo lo personal, lo profesional, lo cultural. Han sido y son interlocutores de los que siempre uno sale enriquecido y reconfortado.
Este libro de Psicopatología de la Pobreza, contiene evocaciones de la práctica concreta de su autor y afirmaciones surgidas de esa práctica y de su vasta experiencia profesional en distintos continentes, algunas de las cuales trataré de subrayar y que, a mi entender, pueden iluminar faltas de información en las historias oficiales de nuestra especialidad y que, por su carácter severo suelen desatar polémicas y opiniones a favor y en contra de sus asertos.
Yo, que pertenezco al grupo de discípulos directos de Pichón Riviére de su última etapa, escucho y tomo nota de las afirmaciones que hace este otro discípulo de la primera época, pero que no participó de la última porque desde el año 1967 se radicó en los E.E.U.U., debido a lo cual no pudo compartir la etapa de su enfermedad y las vicisitudes de la fundación de la Escuela de Psicología Social que fundara con Ana Quiroga. Tema que aclara el autor en el inicio de este libro.
Algunas observaciones del autor para señalar y que mucha gente desconoce:
a) Una de las razones profundas por las que Pichón Riviére introdujera y difundiera Melanie Klein en Argentina es que, encontró en ella y su grupo el único movimiento interesado en investigar alrededor de la psicosis.
b) Por su admiración con Sullivan y sin que él se haya postulado así, Pichón fue el primer psicoanalista culturalista que tuvo la Argentina. En ese sentido, Fiasché (miembro dilecto del Alanson White Institute) propone plantear el diseño de una psicopatología desde la cultura. Lo que significa entender y explicar el modo en que ésta juega un papel importante en los mecanismos psicopatológicos de los que disponemos en nuestra interioridad y a los que no podremos renunciar porque, de hacerlo, entraríamos en la contracultura (que en su opinión, tiene una vertiente creativa y otra autodestructiva).
c) Los adolescentes son un tema que Fiasché trabajó no sólo desde las lecturas sino desde el contacto directo singular y grupal, desde el diario convivir, lo cual lo lleva a decir que: el adolescente es un eje móvil de transformación de nuestra sociedad y nuestro trabajo es analizar la dirección hacia lo creativo o hacia lo destructivo que tomen sus proposiciones. Y afirma: “Nosotros no debemos ser promotores de las proposiciones sino ‘protectores’ de las proposiciones que los adolescentes tienen, para evitar que entren en el campo de la enfermedad”. La psicopatología de la pobreza se desarrolla en cada capítulo de este libro. Para ejemplificar que la pobreza enferma, recuerda el caso paradigmático de un paciente que, nacido en una provincia del interior de Argentina y de escasos recursos económicos y culturales, todo lo que pensaba lo sacaba del libro Martín Fierro de José Hernández; años más tarde llegó a hacer fortuna en E.E.U.U. pero no pudo enfrentar una crisis existencial, ya que siempre que hablaba lo hacía desde el otro, y este otro no era sino Martín Fierro. La pobreza enferma. Deja huellas definitivas. Pero aclara un postulado básico:
d) La pobreza no enferma en sí misma sino su cultura es la que enferma. Y más grave aún es la cultura de la miseria debido a los elementos básicos de su ecología: el hábitat, la villa miseria, el analfabetismo, la promiscuidad y el alcoholismo. Y por ello, no podemos ver la psicopatología de la pobreza en términos de salud y enfermedad de acuerdo al sistema adaptativo, que sí sirve para la sociedad burguesa.
e) Otro postulado: El psicoespacio es un elemento para tomar siempre en cuenta cuando estamos frente a una patología determinada, puesto que ésta se da en un espacio determinado. Y debemos preguntarnos cuán grande es el espacio que cada persona necesita para sentirse acompañada y a su vez tener la libre elección existencial para estar sola.
La calle y la noche como el psicoespacio, han ido perdiendo su disponibilidad de ser disfrutados como espacios extramuros debido a la violencia, el robo y la inseguridad. Allí descubrimos la patología, observándose una correspondencia entre una menor disponibilidad del espacio y un aumento de la delincuencia.
f) El retardo mental es una enfermedad que prevalece en la miseria. Y esto está más referido al nivel de la miseria, porque en la clase proletaria la pobreza, por lo general, logra una organización familiar que es muy importante y se mantiene en forma cohesiva; cosa que no se logra en el nivel de miseria, que lleva a actitudes exasperadas a quienes padecen la exclusión en el grado más intensivo de vulnerabilidad. Ilustra esto con la idea de que en Harlem, por ejemplo, todo lo que la sociedad les permite a los negros pobres, es obtener autos de marca y aparatos electrónicos accesibles. “El Cadillac que ellos ostentan con gran orgullo, sienten que es lo más valioso que tienen, no es operativo, es un Hilton Hotel, es su novia, es todo porque valoriza su autoestima lastimada”. Suelen también verse numerosas epileptoidías por carencia de espacio: la epileptoidía es una de las enfermedades de la miseria, donde en poco espacio conviven diez o más personas, parientes o con vínculos entremezclados, con una fuerte carga incestuosa, no siempre se sabe quién es hijo de quién y esto promueve la indiferenciación y la confusión. También la cultura de la anomia genera una patología especial vinculada al psicoespacio: la esquizoidía y puede coadyuvar el desarrollo de una de las enfermedades más graves, desde la esquizoidía por migración (interna o externa) hasta la criminalidad de la esquizoidía epileptoide.
g) El concepto de ecoespacio es un eje central, según el autor, para comprender la psicopatología presente y cambiante con la incidencia de la anomia de las grandes ciudades y las vicisitudes que origina el hábitat en que se desarrolla el comportamiento humano.
Fiasché se juega por una psiquiatría social humanista y horizontal, ya que privilegia la función del liderazgo por encima de las jerarquías disciplinarias que pervierten las relaciones humanas en las instituciones del campo de la salud, cuya cuestión central es el humanismo vs. el antihumanismo.
En el racconto de sus navegaciones alrededor del mundo, el libro está sazonado por sus experiencias personales en toda América y en Europa, en alguna de ellas su experiencia es compartida con psiquiatras y psicoanalistas pioneros en la psiquiatría social y en la contracultura (Maxwell Jones, Franco Basaglia, por ejemplo); en otras, sus investigaciones como director de hospitales psiquiátricos o de Salud Mental, ya sea en el Hospital Boros de Suecia, como en el Hospital Moyano de Buenos Aires, o desde el Maimónides de Nueva York hasta un Hospital Neuropsiquiátrico de Oslo, Noruega, están siempre refrendadas por su carácter de explorador directo en los campos que decide investigar. Fiasché no sólo consulta libros y estadísticas sino también habla con enfermeros, pacientes, familiares, comparte almuerzos, discute persona a persona con los pacientes, ya que su combate es contra el asilismo y las enfermedades producto de la cultura de la miseria y de la cronicidad.
Fue un adelantado en el tema de la desmanicomialización, advirtiendo los peligros de que esta corriente quedara reducida a un discurso político o a que los pacientes liberados de los hospitales fueran abandonados a las calles y expuestos a ser explotados y maltratados.
Asistimos en esta lectura a la sensación de que en los últimos cuarenta años de la historia de la psiquiatría social, Fiasché estuvo siempre en contacto con los pioneros de cada corriente, en el lugar indicado y en el espacio más conveniente.
Como dije, en 1987 yo tuve la oportunidad en mi retorno, de conocer la institución que Dora y Ángel crearon con el Dr. Navedo en las sierras de Córdoba. Un centro ubicado en un pequeño hotel en desuso en Los Cocos, vinculado más al modelo del aprendizaje que al modelo médico tradicional, con talleres, huertas y carpintería, donde espontáneamente se establecía una corriente de comunicación entre los turistas que paseaban por los negocios, los cafés y el cine y los pacientes que se movían libremente por el pueblo. Con experiencias de este tipo, los Fiasché ponían en evidencia que el tema de la Salud Mental está configurado en un estereotipo que es el prejuicio de la enfermedad mental, ya que los pacientes no diferían de los que se acostumbran a ver en los cronicarios. En sus centros ya no había “pacientes” sino gente que vivía en el hospedaje al estilo del “Arbours Crisis Center” de Londres, que dirige Joe Berke y del que yo mismo he sido Profesor Invitado y Miembro Honorario de dicha institución.
Así, Fiasché propugna intervenciones antes que interpretaciones. Intervenciones que cambian de protagonistas según la situación y las necesidades operativas. Esto se integra a su idea de que el campo de la psiquiatría social debe dirigir su enfoque hacia las consecuencias que genera la injusticia social, lo cual recorta claramente el compromiso político del autor.
En el libro también se relata la puesta en marcha del plan de externación que llevó adelante el Dr. Jorge Pellegrini en la provincia de San Luis.
Y en el transcurso de sus páginas, campean ácidas críticas hacia los popes internacionales y los aspectos nefastos de los congresos de profesionales en nuestro campo, intentando develar los juegos de poder que se fagocitan las propuestas revolucionarias de los movimientos con germen revolucionario, de las que no se salvan ni “Plataforma” (de la cual yo mismo he sido miembro fundador) ni “Documento” en la institución psicoanalítica, ni Franco Basaglia en la institución psiquiátrica.
Rescata la vigencia del E.C.R.O. pichoniano integrándolo a la teoría general de los sistemas y la valiosa experiencia que tuvo en el Alanson White Institute de Nueva York, instituto culturalista norteamericano, que pude conocer personalmente gracias a su gestión.
Por todas estas razones, recomiendo tanto a colegas y discípulos, como a los trabajadores en Salud Mental y estudiantes, la lectura a fondo de este libro, que desarrolla en todas sus dimensiones las herramientas para comprender e instrumentar la psicología y la psicopatología de la pobreza, desarrollada por este riguroso investigador, que ocupará con justicia un lugar de privilegio entre los precursores de este campo en la Argentina y en el mundo.
Dr. Hernán Kesselman
Médico psiquiatra. Psicoanalista. Psicodramatista. Psicólogo Social. Ex Profesor Titular Cátedra de Psicología Médica (Facultad de Medicina, U.B.A.) Full Member de la Group Analytic Society (Londres) Fundador de la Escuela de Psicología Social “Dr. Enrique Pichón Riviére”, Madrid, España.
Autor de
Psicoterapia Breve, La Psicoterapia Operativa (tomo I Crónicas de un psicoargonauta y tomo II El Goce Estético en el Arte de Curar) y en co-autoría con Eduardo Pavlovsky: Las Escenas Temidas del Coordinador de Grupos” y “La Multiplicación Dramática”, entre otros.
Prólogo de Hernán Kesselman al libro Psicopatología de la pobreza, del Dr. Ángel Fiasché.