Como psiquiatra, psicoanalista y terapeuta de grupo, mi experiencia -como la de todos mis colegas- es que lleva mucho tiempo de trabajo terapéutico continuado reducir el daño que las experiencias negativas de la infancia y adolescencia han hecho sobre la personalidad de nuestros pacientes. Por eso, la idea de hacer prevención nos ha interesado mucho a mí y a muchos de aquellos con quienes comparto mi quehacer profesional. Sin embargo, hasta hace poco no sabíamos cómo hacer prevención. Ha sido solamente a través de los trabajos de investigación realizados en Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y Holanda por los así llamados “attachment researchers” (investigadores del apego) que comenzamos a entrever la manera de hacer prevención.
Por ejemplo, los trabajos de investigación realizados por Mary Main y colegas en Berkeley, Alan Shroufe en Minessota, Mauricius van Ijzerdoon en Lieden y Peter Fonagy y los Steeles en Londres nos llevan a predecir con una precisión del 77% el desarrollo de la vulnerabilidad a la patología en un niño antes de que este nazca. Esto se hace a través del estudio de la manera en que el padre y la madre hablan de sus propias experiencias vinculares o familiares de su infancia y adolescencia.
Las personas que tienen “competencia autobiográfica” tienden estadísticamente a tener hijos sanos, pero no así aquellos padres que no pueden organizar sus recuerdos y pensamientos con respecto a sus experiencias tempranas. Como conclusión, una manera de prevenir la patología es trabajar terapéuticamente con los padres para ayudarles a mejorar su capacidad de ser historiadores de sí mismos y de su familia. El grupo, el psicodrama, pueden ayudar en esta tarea.
Desde luego, ésta no es la única forma de hacer prevención. Los epidemiológicos europeos prefieren hablar de “promoción de la salud mental” y no de prevención. No sólo queremos “prevenir” la patología, queremos “promover” hombres y sociedades más sanas. Para ellos salud mental no es sólo ausencia de síntomas sino mucho más; la presencia de cualidades específicas, entre las que se cuenta la capacidad de relacionarse satisfactoriamente con los demás, la capacidad de hacer un buen uso del potencial personal, el sentido de responsabilidad ético-social, etc. Aparte de los factores vinculares específicos que actúan a nivel de la transmisión intergeneracional de patología a través de la familia, también cuentan los factores socio-económicos, las políticas de empleo, etc, que pueden facilitar o minar las posibilidades de las familias de crear una base segura para sus hijos.
La Comisión Europea (órgano máximo de la Unión Europea) ha creado un plan de promoción de salud mental que tiene varias características interesantes.
En primer lugar, ellos dicen, la tarea de promover la salud mental no sólo compete a los gobiernos, compete por sobre todo a las organizaciones no gubernamentales y a las redes de cooperación mutua que los pueblos crean.
En segundo lugar, esta tarea no sólo pertenece a los profesionales de la salud mental, pertenece a todos aquellos que pueden contribuir a crear una sociedad más sana, una sociedad en la que sea posible que los grupos familiares se sientan más protegidos.
¿Tiene el psicoanálisis un rol en este proceso? La respuesta es, desde luego, “sí”. Sin embargo, es importante que haya un dialogo entre el psicoanálisis y la investigación empírica en psicología evolutiva y psicosociología. Las instituciones europeas que están dispuestas a dar dinero para programas de este tipo quieren información tangible, quieren datos concretos, quieren estadísticas, también teoría pero no monólogos en lenguaje oscuro. Por eso, también es importante que el psicoanálisis desarrolle un lenguaje más accesible para los educadores, pediatras, asistentes sociales y todos aquellos que pueden intervenir en los programas de promoción de la salud mental. Esto es perfectamente posible. John Bowlby decía:
“La ciencia consiste en describir hechos complejos con lenguaje simple.
Muchos psicoanalistas han hecho lo opuesto: describir hechos simples con lenguaje complejo”.