Hoy que la división del trabajo industrial ha llegado hasta los ámbitos académicos, llevando al paroxismo la especialización, una figura como la de Gregory Bateson suele provocar grandes perplejidades entre quienes, alertados por el creciente interés que está despertando su pensamiento, intentan encerrarlo en algún compartimiento de la ciencia o de la filosofía.
En cierto modo, es la misma reacción que hace unas décadas había producido un Teilhard de Chardin.
Es probable que figuras como éstas sólo admitan comparación con algunos pensadores del Renacimiento como Pico o Bruno. Como ellos, tocan todos los temas, y si bien su estilo no se caracteriza por la claridad, no puede negarse que sus escritos están llenos de nuevas ideas: un rasgo más que asemeja a nuestro tiempo con las turbulencias que dieron origen a la Modernidad.
Hay quienes sólo recuerdan a Bateson como el esposo de Margaret Mead; para los más informados, es un biólogo, un antropólogo, un psicólogo conductista, un psicoterapeuta de avanzada, un epistemólogo o un pensador ecologista. Bateson fue todo eso y mucho más: tratar de seguir la evolución de su pensamiento es toda una aventura intelectual.
Nuestro hombre comenzó su carrera como biólogo. Casi podemos decir que llevaba este destino en los cromosomas, pues su padre, William Bateson, había sido uno de Ios primeros genetistas: su “regla de Bateson” aún conserva cierta vafiidez en teratología, el campo dç las deformaciones congénitas. El fue quien quiso que lo llamaran Gregory, en homenaje a Gregor Mendel, el padre de la geneéica.
“Cuando nació … su padre abría huevos para medir la distribución de sexos. La casa donde vivían estaba rodeada de campos que se plantaban para estudiar las leyes de Mendel. Tenía la formación de un naturalista que observa la realidad circundante en lugar de obligar a la naturaleza en un laboratorio a proporcionarle respuestas limitadas a preguntas limitadas.”
Gregory Bateson estudió pues biología en Cambridge; su primer trabajo publicado (1926) fue de carácter biológico, y versó sobre una especie jamás antes estudiada en Inglaterra.
Sin embargo, pronto descubrió que jamás habría de sentirse cómodo dentro de los límites de una sola disciplina, y emprendió un largo revoloteo en torno del árbol de la Ciencia, que habría de llevarlo muy arriba, quizás para satisfacer una tendencia especulativa que también tenía raíces “hereditarias”; no en vano su abuelo William H. Bateson había sido un teólogo del St. John College.
Comenzaba la década del 30, que entre otras cosas conocería el auge del “trabajo de campo” antropológico; los últimos pueblos arcaicos estaban desapareciendo, y era preciso ir a estudiarlos antes de que fueran asimilados. La antropología estaba en su crisis fundacional. En Estados Unidos, Franz Boas repartía los campos de investigación entre sus alumnos como lo hubiera hecho un monarca español con sus adelantados: para unos, los omahas y los navajos para otros, los samoanos y los balineses…
En Cambridge, también Bateson cayó bajo la influencia del antropólogo A. C. Haddon, quien tenía grandes planes para él, Haddon lo convenció de que se fuese a Nueva Guinea, a estudiar los pueblos de la cuenca del río Sepik.
En su primer viaje (1927), Bateson no pudo alcanzar ese objetivo, pues un funcionario colonial lo derivó hacia el pueblo Baining. Allí aparte de contraer una úlcera tropical, escribió un artículo sobre danzas rituales; fue un trabajo que Margaret Mead, sin conocer aún a su autor, juzgó irrelevante.
Al fin pudo instalarse en la zona del Sepik y dedicarse al estudio de la cultura iatmul. Margaret Mead y su segundo esposo, Reo Fortune, lo encontraron en la aldea de Kankanamum, viviendo en una cabaña construida en torno a un árbol, con un agujero en el techo “para que pudiera entrar y salir el gato de Gregory”. Se quedaron allí casi un año.
Margaret Mead ya había publicado sus clásicos estudios sobre Samoa, y de sus discusiones de entonces con Bateson habría de surgir Sexo y temperamento, una de sus obras más importantes. Bateson, por su parte, escribió Naven (1936), estudio de un ritual de inversión de los roles sexuales entre los iatmul, que tarnbién pasó a ser un clásico. Juntos, conocieron a los tchambuli, los dobu, los mondugumor y otras culturas cuyos nombres hoy son familiares para cualquier estudiante de ciencias humanas. También inauguraron un nuevo estilo de cine documental, y produjeron valiosos repertorios fotográficos.
Al finalizar ese período, en 1935, Margaret Mead se divorció de Fortune y se casó con Bateson. Juntos se trasladaron a Bali, cuya cultura dio motivo a Gregory para revisar sus hipótesis. Sin embargo, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Bateson abandonó la antropología y ya no volvió a hacer trabajo de campo.
En 1939, Margaret, que hasta entonces había sido considerada estéril, tuvo una niña de Gregory, a la que llamaron Mary Catherine. Los Bateson hicieron de su educación un verdadero proyecto de investigación, asesorados por la autoridad pediátrica de entonces, el doctor Benjamin Spock.
La niña despertó en Bateson un renovado interés por estudiar los mecanismos del pensamiento en su estado ingenuo. Comenzó entonces a escribir sus “metálogos”, costumbre que habría de conservar durante toda su vida. A través de estos diálogos socráticos con su hija, Bateson buscaba la posibilidad de reconstruir el proceso de conceptualización y las categorías primarias del pensamlemo, en una tarea que parecía unir a Piaget con Wittgenstein. Los llamó “metálogos”, por entender que se trataba de “diálogos cuya estructura misma es pertinente al tema”, de modo que el carácter recurrente de la argumentación arroja cierta luz sobre la estructura de lo real y del pensamiento.
Más tarde, Bateson comenzó a interesarse por la psicología y, partiendo de la teoría conductista del aprendizaje, produjo nuevas conjeturas, algunas de las cuales (“enseñar a aprender”) ya han pasado al lenguaje corriente de los educadores. Entre 1949 y 1962 trabajó en el Hospital de Palo Alto (California) con enfermos mentales; allí concibió su teoría de la esquizofrenia conocida como “doble vínculo”, que aún goza de sólido prestigio, si bien confesaba no haber sido de gran ayuda para sus pacientes.
En esta época, hacia los años 50, conoció a su segunda esposa, Lois, de la cual luego tendría dos hijos, Nora y John.
También la psicoterapia lo dejó insatisfecho al poco tiempo; volvió a interesarse en la biología, e incursionó en el campo de la etología, estudiando la conducta de las nutrias, observando el comportamiento de los pulpos, y trabajando con delfines y otros cetáceos desde el momento en que se relacionó con John Lilly, pionero en este último tema.
La penúltima etapa de la actividad de Bateson estuvo vinculada con el célebre Instituto Esalen, de Big Sur (California): uno de los centros de investigación más caros que han aparecido en las últimas décadas, extravagante y estimulante a la vez. Allí, la charlatanería se codea con las técnicas más originales y renovadoras de las ciencias humanas, en ese multicolor conglomerado al cual se denomina “psicología humanista”.
En esa época Bateson solía dirigir cursos muy poco convencionales, donde exigía que los participantes comenzaran definiendo conceptos tales como “entropía”, “sacramento” y “juego”, para obligarlos a quitarse de encima la coraza de sus terminologías técnicas y adentrarse en una visión totalizadora (“holística”) de las ciencias humanas.
Una clase típica se iniciaba cuando Bateson ponía sobre la mesa un crustáceo recién hervido y pedia a los cursantes que determinaran si ese objeto era o no orgánico, y por qué. En realidad, la pregunta no era tan extraña, si recordamos que con un tópico similar se abre uno de los libros más importantes de filosofía natural contemporáneos, El azar y la necesidad, del premio Nobel Jacques Monod. Lo que se proponía Bateson era producir una especie de saneamiento mental, obligando a distinguir los “datos”, de los “conceptos heurísticos” y las leyes propiamente dichas.
Este tipo de planteos llevó a Bateson a interesarse por una disciplina tan totalizadora como es la ecología; ésta ofrecía una perspectiva lo suficientemente amplia como para recapitular todas las etapas de su pensamiento y todos los temas que alguna vez le habían interesado, profundizando a la vez en la reflexión sobre los problemas contemporáneos. Este interés por la ecología habría de asegurarle cierta fama extraacadémica en ambientes juveniles, revistas “subterráneas” y otras áreas marginales.
La muerte de Bateson, ocurrida el 4 de julio de 1980, le puso a su vida un final coherente con todo su pensamiento. Bateson quiso dar un testimonio, luchando por una “buena muerte”, y lo logró. Murió fuera de las salas de terapia intensiva, sin recursos artificiales que prolongaran un estado vegetativo más allá de lo conveniente, acompañado por sus amigos y familiares, como para testimoniar la unidad de lo fisico y lo espiritual y rechazar las muchas deshumanizaciones a que nos somete la medicina industrializada. El ritual improvisado y vagamente religioso que acompañó sus últimos días se celebró en un templo Zen (pese a que Bateson no era budista) y adoptó un cierto estilo “californiano”. Sin embargo, pese a ciertas extravagancias, alguien que es capaz de morir como entendia que habia que vivir merece sin duda respeto, y vale la pena leer el relato de esos seis dias.
Margaret Mead, quien conoció a Bateson cuando éste tenía apenas unos treinta años, y por cierto no compartía sus inquietudes filosóficas, no puede dejar de señalar, en sus Memorias, la peculiaridad de su estilo de pensamiento: “En su discusión de los problemas, transitaba fácilmente de una ciencia a otra, eligiendo analogías con la física y la geología”.
En sus últimcs años, junto con el interés por las avanzadas de las ciencias del hombre y la ecología, Bateson había desarrollado un pensamiento epistemológico que contiene muchos elementos de una metafísica; allí habrá que buscar su legado, pues siempre quiso ser un hombre de teoría más que un mero clasificador de hech¢s.
La cibernética de la cultura
El trabajo que Bateson realizó en Nueva Guinea sobre la cultura iatmul trasciende el mero campo de la antropología para proyectarse hacia planteos más amplios: perfila ya el estilo “interdisciplinario” que el autor cultivaría toda su vida, moviéndose entre las ciencias con la mayor de las libcrtades.
Por entonces Bateson, que procedía de una tradición europea con cierta amplitud filosófica, no se conformaba con el funcionalismo ni con las subdivisiones converlcionales en el estudio de la cultura. Pensaba que las categorías (“religioso”, “económico”, etc) eran simples abstracciones y no compartimientos estancos de la realidad. En un trabajo posterior (“Moral y carácter nacional”) intentó ernp!ear polaridades (por ejemplo, dominio-sumisión) para evadir los esquemas demasiado estrictos. A diferencia de Margaret Mead. quien desde los tiempos de Samoa se manejaba con esquemas freudianos, Bateson desconfiaba de la teoría psicoanalítica, en la cual veía un ejemplo de la falacia de la “concretez fuera de lugar”, usando un concepto de Whitehead.
En ese tiempo, lo que le interesaba era desentrañar, detrás de las estructuras específicas, el estilo esencial de una cultura, su “forma”; para designarlo, propuso entonces el término “ethos”, que hizo cierta carrera entre los antropólogos. Este “ethos” o carácter cultural formaba parte, en definitiva, de una búsqueda más amplia, la del eidos, definido como “el andamiaje de la naturaleza” (PEM, pág. 100). El término, y el concepto, son platónicos; en Platón, eidos es la Idea o modelo inmutable de la realidad cambiante.
Bateson habría de volver a menudo sobre esto; en sus últimas obras lo denominaría “la pauta que conecta”, el vínculo estructural e ideal que rige tanto las formas naturales como las espirituales. En la misma época, propuso añadir a las viejas nociones biológicas de homología y analogía el concepto de “homonomía”, tomado del viejo Haeckel, pero no tuvo éxito (PEM, pág. 106). Más tarde insistiría con la “abducción”, un término de Peirce, definido como un razonamiento que permite subsumir el caso concreto en una forma general. Casi diríamos que es la dialéctica ascendente de Platón; y éste no será el único componente Dlatónico que encontraremos en Bateson.
De todc,s modos, la formación científico-natural, la preocupación epistemológica y cierto estilo de pensamiento creativo, hacían que Bateson no encarara el estudio de la cultura iatmul como un simple relevamiento de datos, sino como una pista en el camino de generalizaciones más amplias. De allí que, cuando habla del sistema social no jerárquico de los iatmul, donde abundan las sanciones “colaterales” entre clanes, no puede menos que compararla con la simetría radial de las medusas (PEM, pág 102).
El producto de todo este estudio de la cultura iatmul no habría pues de ser un prolijo inventario de datos, clasificado bajo categorías funcionalistas, sino la introducción de un concepto.
Se trata de la cismogénesis. Para Bateson significa la capacidad que tienen algunas culturas de alentar los conflictos y divisiones (cismas) en su seno. La cultura iatmul, por ejemplo, es tan altamente cismogénica como la nuestra. En cambio, cuando más tarde Bateson estudió la sociedad balinesa, no halló nada mejor que introducir el concepto opuesto (“zigogénesis”) para caracterizar un estilo cultural que tiende al equilibrio y la estabilidad.
¿Cuál es el andamiaje teórico en el cual se apoya Bateson para formular este planteo? Para un antropólogo bien formado, éste sería un tanto escandaloso, pues el autor reconoce como fuentes “la ingeniería de las comunicaciones, la Teoría de los Juegos de von Neumann y las ecuaciones de Richardson sobre la carrera armamentista”.
En la ingeniería de las comunicaciones se hablaba de circuitos regenerativos (o viciosos) y degenerativos (o autocorrectivos). Un circuito degenerativo, por ejemplo un termostato, es aquél que contiene por lo menos un eslabón donde a un aumento de N sucede una disminución de M, con lo cual el sistema alcanza un límite y permanece regulado. En el circuito regenerativo, a cada incremento de uno le corresponde un incremento del otro, y así al infinito. Siguiendo este esquema, entre los iatmules la emulación y la competencia generan interminables conflictos; tanto la cultura iatmul como la civilización occidental son cismogénicas.
Si comparamos estos conceptos de hace cuarenta y cinco años con los circuitos de la producción y el consumo, la potencia destructiva de las armas y el equilibrio del terror, la industrialización y la contaminación, tendremos una idea del alcance que tiene esta concepción, originalmente formulada sólo para comparar el estilo de vida de unos aldeanos de Nueva Guinea con el de la sociedad de Bali.
La informática de la personalidad
La segunda etapa de la evolución del pensamiento de Bateson recuerda un proceso análogo seguido por Piaget quien, como es sabido, desde sus comienzos se interesó por la epistemología, pero se vio obligado a realizar un largo excurso por la psicología evolutiva, simplemente para constituir una ciencia “auxiliar” que aún no existía.
Bateson también cumplió una prolongada incursión en las ciencias del comportamiento, primero en busca de una teoría general del aprendizaje y luego proponiendo hipótesis para el tratamiento de la esquizofrenia; en ambos campos hizo aportes decisivos, si bien para su evolución intelectual fueron solamente etapas.
Uno de sus trabajos más sólidos de esta época gira en torno de una teoría general del aprendizaje “en las computadoras, las ratas y los hombres”. Este subtítulo es necesario si se entiende que, tratándose de procesos análogos, la división del trabajo profesional no invitaba precisamente a rastrear la “pauta que conecta”: los psicólogos conductistas se dedicaban a las ratas (a menudo extrapolando abusivamente sus resultados al hombre); los pedagogos y psicólogos educativos se limitaban al aprendizaje escolar, y las computadoras estaban en manos de los ingenieros.
Por influencia de Jurgen Ruesch, con quien trabajó, Bateson se interesó muy temprano en el concepto de la “realimentación” (feedback), e intentó tender un puente entre la cibernética, la educación y la psiquiatría. Estableció una jerarquía de niveles de aprendizaje, donde la mera recepción de información constituye el nivel cero. En el nivel uno se sitúa el condicionamiento de los perros de Pavlov: aquí el aprendizaje consiste en discriminar respuestas alternativas a un determinado estímulo. Pero para Bateson no se trata de una respuesta mecánica, sino que junto con el estímulo se aprehende el contexto del aprendizaje (situación, laboratorio, aula, etcétera) y a la vez el contexto general en el cual se inserta este contexto experimental.
El segundo nivel (deuteroaprendizaje) consiste en “aprender a aprender”; ya no se trata de discriminar alternativas sino conjuntos enteros de alternativas; ya no es reaccionar a los estímulos (necesidades, recompensas, castigos, etcétera), sino distinguir contextos enteros de aprendizaje.
Hasta aquí llegan los manuales corrientes de psicología conductista, que raramente citan a Bateson; aquí comienzan a demorarse con los misterios del “refuerzo” en el aprendizaje, una dificultad que se disiparía introduciendo el criterio contextual.
Sin embargo, Bateson, que parte de un riguroso esquema conductista (impregnado de mecanicismo desde Watson) va mucho más lejos. Así como el deuteroaprendizaje es un cambio dentro de los hábitos del aprendizaje primario, postula un tercer nivel, el cual sería un cambio en el deuteroaprendizaje, donde se trata de cambiar sistemas, no ya de alternativas sino de conjuntos de alternativas. A título indicativo señala que este fenómeno se puede producir en la psicoterapia, en la conversión religiosa y otros estados de cambio profundo de la personalidad; quizá estuviese pensando en algo similar al satori del budismo Zen.
Aun sería posible concebir un cuarto nivel, pero Bateson considera que en nuestro planeta no existen organismos que lo alcancen.
Estas herramientas teóricas habrían de servirle luego para aplicarlas a sus estudios sobre la comunicación con los cetáceos y los “lenguajes” animales. Una vez más, la comparación y la analogía sirven como principio heurístico para introducir una nueva diferenciación entre el hombre y el animal. Bateson observa que el “discurso” de los mamíferos no se compone de gritos, mugidos o ladridos supuestamente equivalentes a “palabras”, sino que ellos, junto con los demás gestos, sólo son inteligibles en su contexto; se trata de un mensaje global en ei nivel del primer tipo de aprendizaje.
En la mímica, tanto el hombre como el animal utilizan un lenguaje analógico, pero la diferencia esencial es que el hombre es capaz de un lenguaje digital (PEM, pág. 394), capaz de fijar contextos precisos de alternativas, tanto más precisos cuanto más complejo es el simbolismo que emplea. En un ejemplo muy gráfico, afirma Bateson que cuando el gato se acerca maullando a la heladera no está diciendo “quiero leche”, sino emitiendo un mensaje global que nos recuerda que depende de nosotros. El hombre, en cambio, puede expresar “digitalmente” qué quiere y cómo lo quiere, aunque no siempre tenga la claridad mental suficiente para saber qué quiere realmente.
La teoría batesoniana de la esquizofrenia es casi un corolario de sus estudios sobre el aprendizaje. Siguiendo con su preocupación por el contexto, nuestro autor fue el iniciador de la psicoterapia familiar, al entender que el enfermo mental es producto de la interacción familiar o grupal: la disgregación de su personalidad proviene precisamente de vivir en un sistema de agudas contradicciones, hasta perder la capacidad que tiene el yo de “discriminar modos comunicacionales”.
Imaginemos una madre ambivalente que dice “hijito querido” mientras su rigidez indica rechazo, y tendremos un doble mensaje: digital (las palabras de afecto) y analógico (el gesto, que indica lo contrario). Quien se ve sometido este tipo de contradicciones (por ejemplo, entre lo permitido y lo prohibido) genera un “doble vínculo”; es un conflicto entre un mandato primario negativo y uno secundario opuesto a,i primero, que provoca una fragrnentación de su “yo”. La personalidad funciona aquí -dirá Bateson- como un sistema autocorrectivo que ha perdido su regulador. Vemos pues que la esquizofrenia es a la personalidad lo que la cismogénesis es a la cultura.
De la epistemología a la metafísica
La tercera etapa del pensarniento de Bateson apunta a constituir una teoría general del saber, a la que denomina “epistemología”. En su concepción, no se trata simplemente de una teoría del saber científico sino de una reflexión sobre el conocimiento en generai.
Bateson no creía que la ciencia avanzara en forma inductiva, acumulando simplemente nuevos conocimientos; tampoco creía que la capacidad de predecir hechos fuese el único criterio de cientificidad. Sostenía la unidad de las ciencias como supuesto fundamental, y pensaba que “el avance de una ciencia se puede juzgar por los cambios que obliga a efectuar en las ciencias vecinas” (PEM, pág. 273).
Intentó pues hallar los nexos que unían campos convencionalmente separados; a veces lo hizo con analogías audaces y poco convincentes, pero casi siempre sus planteos resultan incitantes.
Una de sus citas favoritas, que encontramos a cada paso en sus obras, es la sentencia del conde Korzybski: “el mapa no es el territorio”. Korzybski había experimentado esto en carne propia cuando se extravió con su batallón siendo oficial de la caballería polaca en la Primera Guerra Mundial. Esta desconfianza hacia los mapas y demás abstracciones que no agotan la realidad, la elevó Iuego a principio epistemológico en su obra Ciencia y cordura, que popularizó la lógica no aristotélica en los Estados Unidos.
Partiendo de esta fórmula como distinción básica entre abstracción y complejidad de lo real, Bateson la entronca con la Teoría de los Tipos Lógicos de Bertrand Russell y A. N. Whitehead. Considerada simplemente un capítulo de la lógica matemática, y encerrada en las dificultosas páginas de los Principia Mathematica, esta teoría no había sido aplicada antes a las ciencias de la conducta. Bateson lo hizo, con la convicción de que si estas ciencias seguían ignorando los Principia Mathematica estaban atrasadas en sesenta años (PEM, pág. 309).
Nuestro autor aplica la teoría de los Tipos Lógicos en su estudio del arte primitivo balinés y se apoya en ella para explicar el “doble vínculo” esquizofrénico. Sus inquietantes preguntas sobre la metáfora, el sacramento o el juego, que solían desconcertar a auditorios de psiquiatras, artistas o tecnólogos, se explican si recordamos que para él “el juego, la fantasía, la metáfora, el sacramento, el humor, son señales de un tipo lógico superior al del mensaje que clasifican”.
Bateson también recurre a la Teoría de los Juegos de von Neumann, a partir de la cual se creó toda la iñvestigación operativa; la aplica tanto al estudio de la cultura iatmul como al doble vínculo de la esquizofrenia.
Sin embargo, es en la cibernética donde encuentra el modelo más satisfactorio. Quizás algún día, cuando la ciencia haya evolucionado hacia otro paradigma y se haga historia a la manera de Kuhn, Bateson será recordado como uno de los introductores del modelo cibernético en las ciencias humanas.
Bateson pensaba que el primero en intuir el rnodelo cibernético había sido Wallace (PEM, pág. 459), quien en una famosa carta a Darwin comparaba el rol de la selección natural de las especies con el funcionamiento del regulador de Watt, recientemente incorporado a las máquinas de vapor. De todos modos, fueron las ecuaciones de Maxwell, destinadas a explicar el cicio del regulador, las que introdujeron el tiempo en un esquema lógico de causalidad, y con él la cibernética.
Según Bateson la lógica es un modelo ineficaz para expresar la relación causa-efecto; es necesario recurrir a otras analogías: los circuitos eléctricos, la sumación sináptica en las fibras nerviosas, una cita de Shakespeare o una demostración matemática poco convencional, digna de Gastón Bachelard…
Quizás la aplicación más sorprendente que Bateson encuentra para la cibernética (la cual, después de todo, es la ciencia de los sistemas de control) sea en el estudio del alcoholismo (PEM, pág. 339). Estudiando los métodos de trabajo de Alcohólicos Anónimos, encuentra que su “teología” (“hay un Poder superior a uno mismo”, “nadie puede ser capitán de su alma”) es un reconocimiento de la interacción yo-comunidad-medio, como sistema cibernético complejo.
Pero hay otra analogía cibernética aún más extraña: es cuando Bateson evoca el tratado de Versalles como origen de todos los problemas que llevarían a la Segunda Guerra Mundial y lo explica como un cambio en la distorsión del “regulador” de los procesos históricos. La explicación es convincente, si se admite que Versalles fue un cambio cualitativo, aunque el lenguaje no dejará de sorprender a los historiadores.
Es evidente que cuando Bateson habla de epistemologíá no se refiere simplemente a la metodología científica; apunta a una metaciencia que entiende debe reunir las connotaciones de aquello que tradicionalmente se ha llamado metafísica: “La tesis platónica de este libro es que la epistemología es una metaciencia indivisible e integral cuya materia de estudio es el mundo de la evolución, el pensamiento, la adaptación, la embriología y la genética: la ciencia del espíritu (mind) en el sentido más arnplio de la palabra (EN, pág. 79).
Por medio de una serie de tesis provocativas, reunidas bajo el título de “Cualquier escolar sabe…”, Bateson intenta ejercitar la mente de sus lectores para que aprendan a distinguir las abstracciones de las realidades, a no confundir los mapas que traza la ciencia con el territorio de los hechos, el número con la cantidad, las secuencias lógicas con la causalidad. En especial, se preocupa por recordar que la ciencia no es acumulación de datos; es más, que no hay datos en bruto: los datos no son sucesos sino registros, descripciones, recuerdos o vivencias de hechos. Bateson vuelve a menudo sobre las experiencias ópticas de Ames, que muestran claramente hasta qué punto construimos la imagen de lo que vemos, según la perspectiva, el paralaje, etcétera. Lo mismo ocurre con las ciencias, que tienen una visión monocular de la realidad, y sólo mediante la comparación de sus tesis y sus resultados pueden exhibir una nuevá visión, binocular o tridimensional. Su metodología será pues “la comparación doble o múltiple (EN, pág. 79), que pretende superponer las imágenes de las distintas áreas de la ciencia; la biología con la geología, la psiquiatría con la informática, la genética con la psicología.
Por este camino es como descubre que el diseño de las rayas de las distintas razas de cebras es un sistema modulado de señales (PEM, pág. 261), que la norma que rige la reduplicación de miembros en los coleópteros, la “regla de Bateson” (padre), es un problema informático; o que los famosos estudios de D’Arcy Thompson sobre simetría demuestran que los distintos caparazones de crustáceos son también variaciones hechas a partir de un mismo módulo (EN, pág. 152).
La realidad, física y espiritual, debe ser encarada como un vasto sistema compuesto de subsistemas coherentes; Bateson piensa que lo real es racional, pero se propone demostrar que una misma raciona lidad es la que opera en la evolución biológica y en los procesos lógicos de la mente.
Quizá sea por ello que se empeña en rescatar a figuras marginadas en la historia del pensamiento, como Lamarck, prematuramente relegado por los biólogos a causa de su “herencia de los caracteres adquiridos”, cuando fue el primero en plantear la idea del proceso evolutivo (PEM, pág.373); a Samuel Butler, el utopista que se atrevió a criticar a Darwin; a Blake, y quizás a Goethe.
Piensa que la visión materialista, que excluye lo ético y lo estético, ha sido dominante en la evolución de la ciencia occidental, pero junto a ella siempre ha estado presente la visión “mística” complementaria. Propone superar la polémica “mecanicismo vs. vitalismo” mediante una visión más unificada de la ciencia (PEM, pág. 293). Por otra parte, observa que esta preocupación es más antigua que la ciencia misma, y recuerda que el libro del Génesis no se ocupa tanto de explicar el origen de la materia como el origen del orden.
A partir de su “comparación” de los campos científicos, Bateson concluye que el cambio genético y el proceso de aprendizaje pueden ser considerados como procesos estocásticos. Un proceso estocástico (o estratégico) es aquella secuencia donde la creatividad está representada por la inclusión de novedades, circunstancias aleatorias e imprevisibles, sobre las cuales se ejerce cierto control: el azar y la necesidad, como diría Monod. La diferencia está en que hay ciertos procesos estocásticos convergentes (donde lo aleatorio tiende a disminuir) que en el límite resultan totalmente controlables. Tal es el caso de la lógica, que desemboca en la tautología (A = A) pero elimina la creatividad. Los procesos divergentes, como el de la vida, resultan en cambio menos controlables, pero son los creativos (EN, pág. 156).
Bateson no vacila en afirmar que la suya es una visión p/atónica (EN, pág. 4). En consecuencia no podía evitar (a pesar de su búsqueda de la unidad del saber) caer en la dicotomía, separando dos mundos distintos. Siguiendo un curioso libro de Jung (Siete sermones a los muertos), adopta la terminología de los antiguos gnósticos, y divide el mundo en dos partes: el pleroma (lo no viviente, las secuencias estocásticas convergentes, lo matematizable) y la creatura (lo viviente, que es divergente y sólo se entiende a partir de las diferencias) (PEM, pág. 486).
En uno de sus metálogos más densos y de más difícil comprensión, titulado “¿Y entonces, qué?”, propone interpretar el mundo de lo viviente, la creatura, como una “tautología autocurativa”, cuya tendencia hacia la estabilidad lógica la llevaría a asemejarse al pleroma, a la tautología lógica, si no fuera porque incorpora constantemente lo aleatorio y de algún modo se cura a sí misma (EN, pág. 184).
Desde estas alturas de abstracción, el pensamiento de Bateson vuelve a descender al mundo de hoy, para tratar de entender el porqué de la crisis que vivimos, y desemboca en una filosofía ecológica.
No se trata de un mero conservacionismo o nostalgia romántica por la natura;ieza, sino de un intento de comprender al hombre, su vida espiritual y sus proyectos comunales como parte de sistemas más vastos. El error de los darwinistas (incluyendo el darwinismo social) ha sido pensar que la unidad de supervivencia era la especie, cuando lo único que puede sobrevivir es la especie más el medio ambiente.
Una sabrosa parábola ecológica (PEM, pág.465) le permite a Bateson evocar a unos Adán y Eva peculiares, que comienzan haciendo cosas semejantes a los chimpancés de Kohler y terminan destruyendo su entorno, y con él a sí mismos. Nuestra crisis ecológica aparece más adelante graficada en un elegante circuito cuya forma recuerda un trisquelión, símbolo tan antiguo como las runas: allí aparecen entrelazados en sus causalidades recíprocas tecnología, población e “hybris” (orgullo), simbolizando los errores de valoración del pensamiento occidental y los subproductos de este círculo vicioso: hambre, guerra y polución (PEM, pág. 523).
En efecto, según Bateson la evolución de las actitudes del hombre hacia la naturaleza ha seguido una pauta bastante lógica. Primero vino el totemismo (en el cual el hombre imitaba a la naturaleza), luego el animismo, por el cual proyectaba sobre ella sus modos de pensar, y por último el desenfreno tecnológico, que amenaza con su destrucción justamente cuando el hombre comienza a comprender la naturaleza de los sistemas en los cuales está inserto y puede empezar a respetarlos (PEM, pág. 517).
Científico por vocación, y hombre de inquietudes religiosas, no está conforme con la manera como se enseña la ciencia y como se practica la religión. Bateson llega a preguntarse: “¿Estará acaso la especie humana … modificando su ambiente con una contaminación en lento aumento y pudriendo su espíritu con una religión y una educación en lento deterioro? (EN, pág. 87).
En este último avatar de su pensamiento se atan los cabos de algunas ideas que lo obsesionaron siempre: cuando era un joven antropólogo se preocupaba por la cismogénesis, la tendencia al desenfreno de los conflictos en una cultura arcaica, y en sus últimos años le preocupaban las guerras absurdas, como Vietnam, la falta de lucidez, la destrucción de la biosfera que nos sustenta, el deterioro de la calidad de vida, la falta de espiritualidad en nuestras motivaciones: de los desajustes de una cultura primitiva de Nueva Guinea a los desenfrenos de la civilización industrial.
Bateson quiso no sólo advertirnos de los peligros, algo que desde hace más de una década conocemos, sino ofrecer los medios para superarlos, mediante una mejor intelección de nuestros sistemas. Ignoro si su propuesta será el camino para salir de la crisis, pero merece ser analizada siquiera porque se trata de la obra de alguien que vivió la ciencia como vocación y no como profesión, alguien que supo morir no ya defendiendo sus ideas sino xonforme a ellas, lo cuai es más difícil Casi tanto como vivir.